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VIAJE PASTORAL A POLONIA Y HUNGRÍA

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Santuario de Máriapócs, Hungría
Domingo 18 de agosto de 1991

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Estoy muy contento y, al mismo tiempo, conmovido por poder rezar públicamente el Ángelus en vuestra noble tierra. Lo hago con vosotros en este santuario de Máriapócs que ha revestido siempre gran importancia en la historia espiritual de este país.

Como sabéis bien, la oración que estamos a punto de rezar —una oración sencilla y breve, pero que encierra en sus expresiones concisas el misterio central de nuestra salvación— se difundió en el mundo tras un acontecimiento histórico decisivo que se verificó aquí.

En efecto, fue en el año 1456 cuando el Papa Calixto III dispuso que los fieles, al sonar las campanadas de mediodía, imploraran la protección divina con el rezo de esta bella súplica mariana que consoló eficazmente a los cristianos en aquellas circunstancias difíciles, llenas de peligros para la vida religiosa y civil.

Como consecuencia de esto, el Ángelus fue aceptado rápidamente e introducido en toda la Iglesia como plegaria de agradecimiento y renovada confianza en la intercesión de la Madre de Dios.

2. El origen histórico de esta plegaria, relacionada con la aspiración a la tranquilidad y a la paz, y su estructura esencialmente bíblica que partiendo de la Encarnación y pasando a través del misterio pascual se abre á la esperanza de la resurrección final, conservan inalterado su valor e intacta su frescura a siglos de distancia. El Ángelus es una plegaria sumamente actual.

Por tanto, aprovecho la ocasión para recomendar su rezo en aquellos momentos característicos de la jornada —mañana, mediodía y noche— que marcan el ritmo de las actividades cotidianas y deseo que en la meditación de los misterios de la redención cada uno pueda encontrar consuelo y confortación.

La historia de la salvación, recordada de este modo, debe insertarse en vuestra vida de cada día, iluminándola desde dentro y orientándola hacia su cumplimiento sobrenatural.

3. En las ciudades de nuestro tiempo, las cúspides de los rascacielos alcanzan más altura que los campanarios, el rumor del tráfico supera con frecuencia el sonido de las campanas, y los mismos horarios de trabajo en muchos casos no respetan los ritmos habituales. Todo esto puede hacer difícil la práctica de esta tradicional forma de devoción.

Es necesario superar estos condicionamientos modernos, para conservar en el propio espíritu espacios convenientes de expresión. Es necesario, sobre todo valorar la riqueza del mensaje que el Ángelus lleva consigo, para alimentar nuestro compromiso de vida cristiana y para corresponder al designio salvífico de aquel que "se hizo carne y vino a habitar en medio de nosotros".



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