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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 14 de abril de 1991

 

1. En la época del Papa León XIII, el sentido de la solidaridad internacional para afrontar tanto los problemas económico-sociales de dimensión universal como los que afectan a los diversos países o grupos de pueblos, no era tan vivo como lo es hoy. Desgraciadamente, fue necesaria la prueba de dos guerras mundiales —sobre todo la última— para dar un impulso decisivo a la realización de un proyecto de justicia internacional, que era la condición y la base de una paz verdadera.

Los tiempos han madurado y la Iglesia —con la enseñanza de los Pontífices que me han precedido y a cuya voz se ha sumado la mía— ha podido desarrollar y aplicar los principios ético-sociales de León XIII en su lógica dimensión internacional y mundial. La ética del desarrollo integral del hombre y los valores de la solidaridad hacia los países pobres de cualquier parte del mundo son las bases principales de la doctrina social que la Iglesia intenta inculcar mediante la enseñanza y la acción, aunque experimenta diariamente las limitaciones de sus medios. Pero esta experiencia forma parte de la conciencia más viva que la Iglesia tiene de sí misma, a saber, que es pobre en medio de los pobres, como lo fue su fundador Jesucristo. Pobre entre todos los pobres del mundo, independientemente de sus diferencias étnicas y religiosas, para pasar, como Cristo, en medio de ellas "haciendo el bien" (pertransiit benefaciendo, Hch 10, 38).

2. Por su parte, León XIII, en su encíclica Rerum novarum, había recordado con insistencia las experiencias de la comunión y la caridad de los primeros tiempos cristianos, cuando los creyentes, casi por un impulso inherente a su espíritu, tendían a ayudarse recíprocamente e incluso a poner todo en común (cf. Hch 4, 10). Los Apóstoles crearon la primera institución caritativa, los diáconos, a quienes incumbía "la tarea de ejercitar la beneficencia diaria". San Pablo "no dudaba en emprender viajes fatigosos con la finalidad de llevar personalmente las limosnas que él había recogido para los cristianos pobres". En las diversas comunidades se promovían las ofertas espontáneas de los fieles, que Tertuliano llamaba "depósitos de la piedad" (cf. Apologet., II, 39).
De este modo, se había formado un patrimonio que la Iglesia, como escribe el Papa León "protegía con cuidado religioso, como patrimonio de la gente pobre". El camino iniciado por la primera comunidad cristiana ya no fue abandonado. Con el andar de los siglos, la Iglesia prosiguió su obra de beneficencia de múltiples maneras. No podía menos de hacerlo —hace notar el gran Pontífice—, desde el momento en que estaba impulsada por la caridad "que brota del Corazón santísimo de Jesucristo".

3. Es este Corazón divino, presente siempre en el seno de la Iglesia, el que da hoy a la Esposa de Cristo este sentimiento intenso de una nueva conciencia sobre la dimensión internacional y mundial de la caridad, es Él el que la mueve a solicitar, como ya hacia León XIII, que los Estados adapten "el conjunto de las leyes y de las instituciones políticas" a las necesidades de la comunidad de todos los pobres del mundo.

A través de este camino la humanidad, vencida la tentación insistente de la guerra, podrá alcanzar el bien inestimable de la paz en una dimensión mundial.

Encomendamos a María Santísima, Madre de los hombres y de las naciones, este deseo común, a fin de que su intercesión apresure la llegada de una era de paz auténtica, fundada en la justicia y la solidaridad internacional.


Después del Ángelus

Saludo ahora muy cordialmente a los miembros de las Comunidades Neocatecumenales de Sevilla (España), que hacen su profesión de fe ante la tumba del Apóstol san Pedro para ser corroborados en su catolicidad y dar nuevo impulso a su dinamismo apostólico. Que vuestra peregrinación, amadísimos hermanos y hermanas, enriquezca vuestra vida cristiana y que el Señor Resucitado os colme de sus dones. De corazón imparto la Bendición Apostólica, que extiendo complacido a vuestras familias y seres queridos en España.



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