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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Lorenzago di Cadore
Domingo 23 de agosto de 1992

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy rezo el Ángelus desde este lugar sugestivo, rico, riquísimo de bellezas naturales donde la creación proclama incesantemente la grandeza de Dios. Y, mientras se recupera el cuerpo, el espíritu se eleva a dar gracias al Omnipotente, que ha hecho todo con sabiduría y amor.

A cuantos están todavía de vacaciones deseo que saquen provecho de estos momentos de distensión y tranquilidad. En contacto con la naturaleza, lejos de las ocupaciones cotidianas, el espíritu puede abrirse con mayor facilidad a la reflexión sobre las realidades sobrenaturales, que dan sentido y valor a los compromisos y a los proyectos terrenos. Las vacaciones constituyen, además, la ocasión favorable para reunirse y reforzar los vínculos de comunión y de diálogo que hacen las relaciones humanas, y especialmente la convivencia familiar, más serenas y cordiales.

2. Coinciden en estos días dos aniversarios significativos para la Iglesia entera, pero que guardan una relación especial con la tierra que me hospeda: el 20 de agosto de 1914, en vísperas de la primera guerra mundial, concluía su pontificado san Pío X natural de la diócesis de Treviso a la que pertenece la casa en que me hallo; el 26 de agosto de 1978, en cambio, comenzaba su servicio en la cátedra de Pedro el Papa Juan Pablo I, también él hijo ilustre de esta tierra más aún, de esta diócesis. Al recordar a estos dos predecesores míos, que han dejado a la Iglesia tan elocuente testimonio de solicitud pastoral, junto a los queridos y celosos pastores de estas diócesis envío un afectuoso saludo al clero y a los fieles de Treviso y de Belluno-Feltre invocando sobre ellos la bendición de Dios.

Un saludo especial dirijo también a los queridos fieles de la comunidad de Lorenzago, que, en esta ocasión, como en el pasado, me han acogido con gozosa cordialidad. A todos mi profunda gratitud por la solicitud y atención con que rodean mi permanencia entre ellos.

3. Además, desde este lugar, relativamente cercano a Bosnia-Herzegovina, no puedo dejar de dirigir el pensamiento a la trágica situación en que se hallan desde hace demasiado tiempo aquellas martirizadas poblaciones. Mientras sigo elevando a Dios mis constantes plegarias por ellas, renuevo mi apremiante llamamiento a cuantos tienen responsabilidades públicas, a fin de que hagan todo lo posible para devolver a aquella querida región el bien fundamental de la paz.

Espero también que las importantes iniciativas internacionales en curso se inspiren en la gran sabiduría y se actúen tempestivamente, de forma que se alcancen los resultados deseados.

¡Bienaventurada Virgen Maria, Reina de la paz, ruega por nosotros!



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