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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de noviembre de 1992

 

1. Comienza hoy el tiempo litúrgico del Adviento, durante el cual nos preparamos para revivir el misterio del nacimiento del Redentor: acontecimiento tan antiguo, pero siempre tan misteriosamente nuevo.

Es antiguo, porque hunde sus raíces en el plan eterno de Dios que, aunque se realizó históricamente hace casi dos milenios, fue preparado ya desde el alba de la creación. Y es, al mismo tiempo, un acontecimiento siempre nuevo, porque difunde, de generación en generación, su inagotable energía redentora en la espera del regreso de Cristo en la gloria.

A la luz de este misterio, la historia humana más allá de las vicisitudes de cada día, manifiesta una unidad profunda, y el hombre está llamado a construirla en diálogo responsable y activo con la Providencia divina.

Deseo de corazón que el Adviento, tiempo de espera, de escucha y de esperanza, constituya para todos los creyentes una ocasión propicia para reavivar su fe y afianzar su compromiso de testimonio coherente de vida cristiana.

2. En esta perspectiva de renovación espiritual se coloca también la publicación del nuevo Catecismo de la Iglesia católica, fruto de la colaboración fecunda entre los pastores diocesanos de todos los continentes, en íntima comunión con el Sucesor de Pedro.

El punto de partida fue una recomendación de la Asamblea del Sínodo de los obispos de 1985. Muchos padres sinodales manifestaron entonces su deseo de que se elaborara un compendio de la doctrina católica, que sirviese de punto de referencia para los catecismos preparados en las diversas regiones (cf. Retatio finalis, II, B, 4).

Magnífica sugerencia, que acepté con gusto, creando una Comisión que se encargara de su realización. Todos los obispos del mundo han podido así, contribuir a la redacción del texto definitivo, que el día 25 de junio de este año tuve el gozo de aprobar, y que promulgué el pasado día 11 de octubre, en el trigésimo aniversario de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II.

3. Contemplando el camino recorrido, doy gracias al Señor por la admirable «sinfonía» de la fe, que una vez más se ha manifestado, y expreso mi deseo de que el nuevo Catecismo produzca frutos abundantes en toda la Iglesia.

A la Inmaculada Virgen María, modelo sublime del pueblo de Dios en la «peregrinación de la fe» (Lumen gentium, 58; cf. Redemptoris Mater, 2), que conoce muy bien las dificultades y las tentaciones que tienen que afrontar las comunidades eclesiales en nuestro tiempo, le encomiendo este instrumento precioso de la nueva evangelización.

Que María nos obtenga, con su intercesión maternal, la gracia de un nuevo impulso para dar razón ante el mundo de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 P 3, 15).

¡María, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros!



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