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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 28 de marzo de 1993

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Meditando acerca de lo que hemos llamado los derechos de Dios, nos detenemos en el tercer mandamiento del decálogo: Acuérdate de santificar el día del Señor.

La Biblia lo pone en relación con la obra creadora de Dios (cf. Ex 20, 11). El shabat, el descanso religioso al que el hombre está llamado, es un eco del shabat de Dios después de los días de la creación. El séptimo día el Señor contempló con admiración y gozo la obra de sus manos. Toda la creación y el hombre, que era su cumbre quedaron como envueltos por esa mirada amorosa: sintieron su calor, gozando como un niño con la sonrisa de su madre.

La verdad espiritual del sábado bíblico se realiza en el domingo cristiano, día de la resurrección de Cristo, día del Señor por excelencia, en el que la vida triunfó sobre la muerte sembrando la semilla de la nueva creación.

Por tanto, la celebración del domingo anuncia ese acontecimiento. Para los creyentes no sólo responde al deber de la oración que en realidad debe florecer en todas las horas de la jornada durante toda la vida sino a una exigencia que podríamos definir de intimidad prolongada con el Señor. El domingo es el día reservado al encuentro especial del Padre con sus hijos es el momento de intimidad entre Cristo y la Iglesia su esposa. La obligación de participar en la misa dominical se comprende a la luz de esta profunda experiencia espiritual y religiosa.

2. Como siempre, lo que Dios nos pide redunda en nuestro beneficio. La experiencia pone de manifiesto que la observancia del domingo, como día de oración y descanso, comporta un efecto regenerador y tonificante para la existencia humana. Frecuentemente, sobre todo hoy, corremos el riesgo de ser arrollados por el ritmo frenético de los compromisos y acontecimientos cotidianos. Es precisamente entonces cuando el domingo como bien subraya el nuevo Catecismo de la Iglesia católica se yergue como protesta del espíritu contra la servidumbre del trabajo y el culto al dinero (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 2172). En el devenir inexorable del tiempo, el domingo abre una ventana hacia lo sobrenatural y eterno, y propone al hombre un espacio para la contemplación que le ayuda a gustar profundamente la misma existencia terrena. Además ofrece la ocasión y el aliciente para establecer y profundizar contactos y relaciones sociales caracterizados por la gratuidad, la amistad y la atención hacia los que padecen soledad o los que sufren. Cuando se encuentra tiempo para Dios, también se encuentra tiempo para el hombre.

3. Queridos hermanos y hermanas aprendamos de la Virgen santísima el secreto de una intimidad con Dios tan consoladora. Ella, modelo sublime de silencio y contemplación, nos ayude a apartarnos de la mortificante esclavitud de las cosas y nos haga volver a descubrir la belleza del día del Señor. Consagrando a Dios nuestro tiempo, se suavizará la aspereza del afán de cada día, y nos sentiremos tocados y como regenerados por un aliento de paz.

María, modelo de piedad verdadera, ¡ruega por nosotros!

4. Antes del rezo del Ángelus, deseo recordar a los 144 misioneros asesinados «por causa del Evangelio» (Mc 8, 35) en estos últimos diez años. Su ejemplo y el de los catequistas y fieles que han compartido con ellos el sacrificio del martirio, testimonien que la Iglesia experimenta a diario, también hoy, las persecuciones y el martirio en muchas partes del mundo.

Al recordar en la oración a estos mártires de nuestro tiempo, rezamos por los numerosos misioneros que sin preocuparse de los riesgos y de las amenazas, optan por permanecer entre su gente, para compartir sus graves dificultades sociales y económicas y los mismos peligros de la guerra. El Señor bendiga su servicio pastoral, que redunda en beneficio de la comunidad de los creyentes y de la sociedad entera.



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