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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Solemnidad de Cristo Rey
Domingo 20 de noviembre de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Esta mañana, en la solemnidad de Jesucristo Rey del universo he tenido la alegría de elevar al honor de los altares a cinco nuevos beatos. Son cinco servidores insignes del reino de Dios, todos religiosos. Hyacinthe Marie Cormier fue durante años maestro general de la orden de santo Domingo, benemérito especialmente por su profundización y su anuncio de la verdad cristiana. Marie Poussepin se sintió llamada a una vida entregada enteramente al servicio de los pobres, de la juventud y de los enfermos. Agnes de Jésus Galand se destacó por su profundidad contemplativa y su abandono total a la voluntad de Dios. Eugénie Joubert se dedicó, sobre todo, a la formación cristiana de los niños. Claudio Granzotto se distinguió por su capacidad de captar la presencia de Dios en la belleza y en el arte haciendo de la escultura un medio de evangelización. Personalidades diferentes ambientes diversos y caminos espirituales distintos: los nuevos beatos permitieron que Cristo reinara en su corazón. Su vida testimonia que la adhesión total a Dios no mortifica la humanidad sino que, por el contrario, la eleva, dotándola de una nueva capacidad de inteligencia y amor sublimando incluso el gusto de la belleza y abriendo la existencia a los espacios infinitos del don.

2. La coincidencia de estas beatificaciones con el comienzo de la preparación del gran jubileo nos ayuda a dar el tono justo a las iniciativas pastorales propuestas en la reciente carta apostólica Tertio millennio adveniente. La Iglesia reconoce en los santos su imagen ideal. Los nuevos beatos vuelven a proponérnosla con nueva fuerza, y nos advierten que el esfuerzo para el jubileo sería estéril si no sirviera para despertar en la comunidad cristiana la conciencia de la vocación a la santidad. Todo bautizado está llamado a hacerse santo.

Esto vale para cada persona, pero también para las familias, como he recordado muchas veces durante este Año dedicado a ellas. Hoy más que nunca la Iglesia necesita familias santas, o sea, familias que, en la normalidad de su vida diaria, sean auténticas iglesias domésticas. En ese tipo de familias se cultivan los gérmenes de la santidad más heroica. Ciertamente, Dios puede suscitar santos también en las condiciones más difíciles, pero la experiencia muestra que, ordinariamente, la familia es el primer semillero de la santidad. Los nuevos beatos provienen de familias sencillas y piadosas. Basta recordar al beato Granzotto que, siendo el último de nueve hijos, recibió la primera educación en una familia pobre probada duramente, pero cuya fe era rica, y así se preparó del mejor modo posible para seguir el camino de perfección en la familia más grande del Poverello de Asís.

3. María santísima, que exulta con nosotros por estos hijos suyos beatificados, suscite en toda la Iglesia un gran anhelo de santidad. Ayude a los jóvenes a comprender que éste es el único camino que conduce a la plenitud de la humanidad y a la verdadera alegría. Guíe a las familias cristianas en el cumplimiento de su misión insustituible y sublime para la venida del reino de Dios.



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