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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 11 de diciembre de 1994

 

Amados hermanos y hermanas;
queridísimos niños:

1. El día de ayer fue una fecha inolvidable. Concluimos, en Loreto, la gran oración por Italia y con Italia, que hablamos comenzado el pasado mes de marzo en las Grutas vaticanas, junto a la tumba de san Pedro. Encomendamos a la protección maternal de María el presente y el futuro del pueblo italiano, sus esperanzas, sus alegrías, sus expectativas y también sus sufrimientos. En particular, con el corazón y con la mente puestos en la casa de Nazaret recordamos a las familias italianas, para que, a ejemplo de la Sagrada Familia sepan ser escuelas de fe, de humanidad y de alegría verdadera. En el actual momento histórico, con esa solemne celebración, hemos querido reafirmar el primado de Dios en la vida de las personas, de las familias e incluso de la sociedad, como condición indispensable para la construcción de un futuro realmente sereno y beneficioso para todos.

Deseo dar gracias a todos los que han preparado ese encuentro, a los que han tomado parte en él y a quienes se han unido espiritualmente a nuestra peregrinación con motivo de la apertura del 700° aniversario del santuario de Nuestra Señora de Loreto. Doy gracias en particular al delegado pontificio, monseñor Pasquale Macchi, y a todos los que se han esforzado para que la visita se desarrollase lo mejor posible. Gracias, sobre todo, al Señor y a la santísima Virgen, que en Loreto «despliega su maternal bondad» (Himno a la Virgen de Loreto).

2. Este acontecimiento se inserta muy bien en el clima espiritual del Adviento y, en particular, en el de este tercer domingo, completamente imbuido por la invitación a la alegría. El apóstol Pablo nos revela la razón de ese gozo interior: El Señor está cerca. Cristo es nuestra alegría: alegría plena, verdadera, profunda, que no excluye a nadie. El creyente la siente crecer en su interior a medida que se prepara con esmero a acoger al Redentor que viene.

3. Amadísimos hermanos y hermanas el Señor está a punto de venir en el misterio de la santa Navidad y esto nos llena de gozo. Veo que aquí en la plaza de San Pedro, como todos los años, ya ha sido colocado el árbol de Navidad, y se está preparando el belén. Todo ello contribuye a infundir gozo en el corazón. De la misma manera que transmite serenidad vuestra presencia, queridos muchachos y muchachas, que habéis venido para que yo bendiga las imágenes del Niño Jesús, que vais a colocar en el belén de vuestra casa.

Amadísimos niños, os deseo que, en esta Navidad, el divino Niño, que vais a colocar en la gruta preparada en vuestra habitación, sea el centro y la luz de vuestra familia y de vuestra vida.

Además, quiero daros un anuncio importante: en los próximos días se publicará una carta que, como conclusión del Año de la familia, he escrito precisamente a vosotros, los niños del mundo entero. Es un regalo que he querido haceros a vosotros y también a vuestras familias: leedla con atención. Os ayudará a prepararos mejor para la celebración de la próxima Navidad y estoy seguro de que os animara también a seguir y a amar con más generosidad a Jesús convirtiéndoos en alegres heraldos de su Evangelio para un mundo nuevo y rico de paz.



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