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JUAN PABLO II

REGINA COELI

Domingo 12 de mayo de 1996

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Los beatos, que acabo de elevar al honor de los altares, enriquecen el panorama de santidad de la Iglesia como rayos de la gloria de Cristo resucitado. Se conformaron a él, abriéndose a la efusión de su Espíritu, y manifestaron así el poder de la Resurrección, que es victoria sobre el pecado y sobre la muerte.

Cristo resucitado es, de verdad, el sentido del hombre y el destino del mundo. «En él, la historia de la humanidad e, incluso, toda la creación encuentran su recapitulación (cf. Ef 1, 10), su cumplimiento trascendente» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 668).

Las vicisitudes terrenas de todo ser humano que llega a la gloria de los altares confirma, del modo más claro y convincente, esta verdad. También esta mañana, con los seis nuevos beatos, hemos podido experimentarla directamente.

2. Dirijo un saludo cordial a los numerosos peregrinos que han venido aquí de varias partes de Italia, de España y del mundo. Mi pensamiento fraterno se dirige a los prelados que han acompañado a sus fieles para participar en esta liturgia de beatificación. En particular, saludo a los cardenales presentes y, entre éstos, al cardenal Carlo Maria Martini, sucesor en la cátedra de san Ambrosio del beato Alfredo Ildefonso Schuster, a quien bien definió: «Un hombre todo oración». Precisamente en la oración este austero monje encontró el secreto para destacar en el escenario religioso y civil de los años difíciles durante los cuales la Providencia lo llamó a regir la Iglesia ambrosiana. A vosotros, milaneses, que os sentís orgullosos de haberlo tenido durante muchos años como obispo intrépido y apóstol infatigable os corresponde el deber de honrar su memoria mediante el compromiso de seguir sus enseñanzas e imitar su ejemplo.

Y también a vosotros, fieles de Lecce, de Nápoles, de Faenza y de las demás localidades en las que desarrollaron su actividad los beatos Filippo Smaldone, Gennaro María Sarnelli y María Raffaella Cimatti, aceptad la invitación que os hacen a caminar con decisión por la senda de la fe y de la caridad.

3. En este día de gozo para toda la Iglesia, quiero dirigir un afectuoso saludo a las religiosas jesuitinas, así como a los numerosos obispos, sacerdotes y fieles venidos desde España, América Latina y Asia para la beatificación de la madre Cándida María de Jesús y de María Antonia Bandrés.

La profunda espiritualidad de estas dos guipuzcoanas de corazón universal, fundamentada en los ejercicios ignacianos, las movió a entregarse con celo santo al servicio de la Iglesia y de las necesidades de las gentes de su época. Su testimonio sigue vivo en nuestros días, y nos habla de ardor misionero, de humilde confianza, de procurar siempre y en todo la mayor gloria de Dios y la salvación de los hombres.

4. Miremos a la Virgen santísima, la toda hermosa, que en la tierra siguió a su Hijo divino con fe manifestada en obras, y ahora participa en su mismo destino de gloria en el cielo.

Que la intercesión de María santísima y de los nuevos beatos, en la comunión de todos los santos, nos obtenga acoger con coherencia las exigencias del Evangelio y nos sostenga en el compromiso de traducirlas a la vida ordinaria.



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