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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo de la Santísima Trinidad,
25 de mayo de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La solemnidad litúrgica de hoy nos invita a contemplar el misterio de la santísima Trinidad, un misterio inaccesible a nuestra inteligencia, pero que Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nos reveló. «A Dios —dice el evangelista Juan— nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, lo ha revelado» (Jn 1, 18).

La Trinidad, que el cristianismo confiesa, de ninguna manera va en detrimento de la unidad de Dios. El único Dios no se nos presenta como un Dios «solitario », sino como un Dios-comunión. La primera carta de san Juan expresa de forma admirable su misterio, cuando dice: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8).

Sí, Dios no sólo ama, sino que, además, amar es su misma esencia.

Todos estamos llamados a hacer una experiencia viva de este inefable misterio de amor. «Si alguno me ama —nos ha asegurado Jesús—, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 23).

2. Nuestro pensamiento pasa del amor trinitario al misterio de amor que se manifiesta en la santa Eucaristía. Hoy comienza en Wroclaw (Polonia) el 46 Congreso eucarístico internacional, que yo mismo tendré la alegría de concluir el próximo domingo. En la Eucaristía se halla la síntesis y la cima del cristianismo. Bajo las especies del pan y del vino consagrados, Cristo sigue viviendo entre los suyos, hace constantemente presente el sacrificio del Gólgota y se convierte en alimento y fuerza de su pueblo.

El misterio eucarístico, en la línea de la Encarnación redentora, atañe directamente sólo a Cristo, pero en él está implicada toda la Trinidad. En efecto, la presencia eucarística se realiza con la fuerza del Espíritu Santo y todo se lleva a cabo ante el rostro del Padre, que en el pan eucarístico sigue dándonos a su Hijo unigénito, el cual le ofrece el sacrificio de alabanza, en nombre de toda la creación.

3. ¡Misterio de la fe! Pidamos a la santísima Virgen que nos ayude a penetrar cada vez más en el misterio de la Eucaristía y en el misterio de la santísima Trinidad.

Que María, «Sanctae Trinitatis domicilium», morada de la santísima Trinidad (San Proclo de Constantinopla, Oratio VI, 17), nos lleve a captar en los acontecimientos del mundo los signos de la presencia de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos obtenga la gracia de amar a Cristo con todo nuestro corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la que tiende toda nuestra vida.



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