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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 3 de agosto de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os saludo cordialmente a todos los que os habéis reunido aquí para la plegaria dominical del Ángelus. En particular, saludo y doy las gracias a los peregrinos que han venido a visitarme. Les deseo que su estancia en Roma sea ocasión para renovar su fe en Cristo y para conocer más a fondo la historia y la vida de la Iglesia.

Nos estamos preparando para la Jornada mundial de la juventud y, durante estos domingos, mi pensamiento va con especial afecto a los jóvenes del mundo entero que van a participar en esa extraordinaria cita, que tendrá lugar en París del 18 al 24 de agosto.

2. Queridos jóvenes, os espero en París, donde constituirá para mí una gran alegría encontrarme con vosotros y compartir, en la oración y en la reflexión, nuestra fe en Cristo, fuente de vida inmortal. Desde todos los lugares del mundo la Iglesia ve avanzar una nueva generación, sedienta de verdad, libertad y felicidad: sois vosotros, queridos jóvenes, que anheláis la vida interior y el diálogo con Cristo. Vosotros andáis en busca de auténticos maestros y testigos que os señalen el camino de la verdad y del amor. A veces os preguntáis: «¿Quién nos enseñará a orar? ¿Quién nos iniciará en el misterio vivificante de la buena nueva?». Mirad a los que os han precedido en el arduo y apasionante sendero de la fe y de la santidad. Ellos os ayudarán a compartir el mismo testimonio de fe que marcó su existencia.

Aspirar a la santidad, seguir a Jesús en el camino exigente del Evangelio, como bien sabéis, es un aspecto fundamental de toda vida cristiana. ¿Qué es la santidad sino entrar en relación profunda con Dios, Trinidad de amor, y crecer en la intimidad con Cristo, Hijo de Dios encarnado? Y ¿acaso una auténtica ascesis no contribuye a la unificación del ser interior, así como al crecimiento integral de la persona?

3. Queridos jóvenes, Cristo os repite a cada uno: «¡Levántate y anda!». Cuenta con vosotros; os espera a cada uno. Os invita a tomar conciencia de vuestra dignidad de personas por las que él ha derramado su sangre. Sale a vuestro encuentro por el camino de la vida; os perdona y os regala su alegría y su paz.

En este itinerario de profundización del Evangelio y de encuentro con Cristo, os acompaña la Madre del Verbo encarnado. Contemplad a María. Como ella, decid «sí» a la llamada del Señor. Pedidle que os guíe en las opciones de cada día, para que podáis realizar vuestra vocación y vivir con plenitud en la libertad de los hijos de Dios.



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