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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Domingo 7 de septiembre de 1997

 

1. Me agrada, en este momento de oración, recordar a la queridísima hermana madre Teresa de Calcuta, que hace dos días concluyó su largo camino terreno. Muchas veces tuve la oportunidad de encontrarme con ella, y recuerdo vivamente su figura menuda, doblada por una existencia vivida al servicio de los más pobres entre los pobres, pero siempre llena de una inagotable energía interior: la energía del amor a Cristo.

Misionera de la Caridad: eso es lo que fue la madre Teresa, de nombre y de hecho, dando un ejemplo tan fascinante, que atrajo a sí muchas personas, dispuestas a dejar todo para servir a Cristo, presente en los pobres. Misionera de la Caridad. Su misión comenzaba cada día, antes del alba, delante de la Eucaristía. En el silencio de la contemplación, la madre Teresa de Calcuta sentía resonar el grito de Jesús en la cruz: «Tengo sed». Este grito, recogido en lo profundo de su corazón, la impulsaba por las calles de Calcuta y de todos los arrabales del mundo, en busca de Jesús en el pobre, en el abandonado y en el moribundo.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, esta religiosa universalmente conocida como madre de los pobres, deja un ejemplo elocuente para todos, creyentes y no creyentes. Nos deja el testimonio del amor de Dios que, acogido por ella, transformó su vida en una entrega total a sus hermanos. Nos deja el testimonio de la contemplación, que se hace amor, y del amor, que se hace contemplación. Las obras que realizó hablan por sí mismas y manifiestan a los hombres de nuestro tiempo el alto significado de la vida que, por desgracia, a menudo parece que se pierde.

Le gustaba repetir: «Servir a los pobres para servir a la vida». La madre Teresa no perdía ocasión para expresar, de cualquier modo, el amor a la vida. Sabía por experiencia que la vida cobra todo su valor, aun en medio de dificultades y contradicciones, cuando encuentra el amor. Y siguiendo el Evangelio, se hizo «buen samaritano» de cada una de las personas que encontró, de toda existencia en crisis, dolorida y despreciada.

3. Un lugar especial en el gran corazón de la madre Teresa estaba reservado a la familia. «Una familia que reza —dijo con ocasión del I Encuentro mundial de las familias— es una familia feliz». Aún hoy, las palabras de esta inolvidable madre de los pobres conservan intacta su fuerza. «En la familia —observaba ella— las personas se aman como Dios ama: es un amor de comunión. En la familia se experimenta la alegría de amar y de amarse unos a otros.

En la familia se debe aprender a rezar juntos. El fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz». ¿Cómo no acoger su invitación a fundar el auténtico bienestar y la verdadera felicidad de la familia sobre la sólida base de la oración, del amor y del servicio recíproco? Ojalá que sus consideraciones sean una útil contribución a la preparación del II Encuentro del Papa con las familias, que se celebrará en Río de Janeiro del 2 al 5 del próximo mes de octubre.

Mientras encomendamos al Señor el alma generosa de esta religiosa humilde y fiel, pedimos a la Virgen santa que sostenga y consuele a sus hermanas y a cuantos en el mundo entero la han conocido y amado.



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