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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 6 de diciembre de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El pasado 15 de octubre se hizo pública la encíclica Fides et ratio. Se dirige a los obispos de la Iglesia católica y trata sobre temas de particular interés para cuantos se dedican a la filosofía y a la teología. Pero su contenido fundamental interesa a todos. Por eso, hoy y los próximos domingos, comentaré algunos de sus aspectos más importantes.

Como es sabido, la encíclica versa sobre las relaciones entre la fe y la razón. Pero la apuesta, en definitiva, es la verdad, a la que tanto una como otra están llamadas a servir.

A este propósito, es necesario reafirmar ante todo que la búsqueda de la verdad constituye una exigencia ineludible y característica del ser humano.

Desde que tiene uso de razón, el hombre es un ser que se interroga. Sabemos cuántas preguntas, a veces serias y desconcertantes, hacen los niños. Algunas nacen de la curiosidad o de la necesidad de resolver problemas concretos. Las más profundas surgen del asombro que el hombre experimenta ante el misterio de sí mismo y de la creación entera. A menudo, brotan del dolor. Siempre expresan la conciencia de los propios límites y el esfuerzo por superarlos.

2. Vivimos en una época en la que se multiplican extraordinariamente la cantidad y la velocidad de la información. Se corre el riesgo de que el flujo vertiginoso de noticias sobre muchas cosas ahogue las preguntas relativas a los temas cruciales de la existencia: «¿Quién soy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida?» (Fides et ratio, 1). Esas preguntas desde siempre ocupan el centro de la atención de la filosofía y la religión; a este respecto, es célebre la exhortación «conócete a ti mismo», esculpida en el dintel del templo de Delfos.

En realidad, el ser humano es «sabio» precisamente cuando busca con pasión, y en la dirección correcta, la respuesta a estos interrogantes fundamentales. La filosofía, que significa exactamente «amor a la sabiduría», se basa en esta búsqueda fundamental. La fe, por su parte, no teme, sino más bien impulsa la actividad de la razón. En la introducción a la encíclica escribí: «La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad».

3. Amadísimos hermanos y hermanas, contemplemos a María santísima, modelo sublime de búsqueda de la verdad. Madre de Cristo, que es la Sabiduría misma, su vida fue una peregrinación entre preguntas difíciles, a través de las cuales su razón se abrió a luz de la fe. Que ella nos ayude a no evitar las preguntas que cuentan de verdad y que son decisivas para nuestra existencia.



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