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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 8 de febrero de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El próximo miércoles, 11 de febrero, se celebra la sexta Jornada mundial del enfermo, puesta bajo el patrocinio espiritual de la Virgen de Lourdes, cuya memoria litúrgica tiene lugar ese día. Este año se realizará en Loreto, en la Santa Casa, celebérrima imagen del misterio de la Encarnación, sede muy adecuada en este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo, dedicado al Espíritu Santo.

Para esta importante circunstancia, he nombrado legado mío al cardenal secretario de Estado, Angelo Sodano, que irá a Loreto junto con los responsables del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios. No puedo menos de recordar aquí los grandes méritos del cardenal Angelini, que contribuyó al comienzo de ese Consejo.

2. La Jornada del enfermo invita a todos a reflexionar en el significado y el valor del sufrimiento, a la luz de la buena nueva de Cristo, es decir, de la revelación de que Dios no es indiferente a los dramas y a las pruebas de los hombres, sino que, por el contrario, los ha tomado sobre sí para abrirnos el camino de la salvación.

Durante su existencia terrena, Cristo se acercó con particular amor a las personas que sufrían. Curaba a los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, sanaba a los sordos, a los ciegos, a los leprosos, liberaba a los poseídos del demonio y resucitaba a los muertos. En el culmen de su misión, fue al encuentro de la pasión y la muerte con la conciencia de que, precisamente por medio de la cruz, debía llegar a las raíces del mal y realizar la obra de la salvación.

Cristo, impulsado por el amor, sufrió voluntariamente, sufrió siendo inocente, y así demostró la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento, un sufrimiento que él, hombre-Dios, experimentó con una intensidad inconmensurable. Pero, precisamente a través de ese sacrificio, unió de una vez para siempre el sufrimiento al amor, y así lo redimió.

3. En este misterio de sufrimiento y amor está asociada a Jesús, en primer lugar, su madre María. Su dolor se une al de su Hijo. En el Calvario, ella se convierte en modelo perfecto de participación en la cruz de Cristo.

Todo hombre está llamado a sufrir; todo hombre, imitando a María, puede cooperar en el sufrimiento de Cristo y, por tanto, en su redención. Esta es la buena noticia que la Iglesia no deja de anunciar, sobre todo mediante el espléndido testimonio de tantos hombres y mujeres que acogen con fe y viven con amor las pruebas físicas y espirituales de la vida.

Encomiendo a la bienaventurada Virgen María, Salus infirmorum, a todas las personas que están enfermas y sufren. Su intercesión materna obtenga a cada uno la consoladora experiencia del amor de Dios, que también en la noche del dolor infunde la luz de la esperanza.

***

Nuevo llamamiento de Su Santidad en favor de la paz en Oriente Medio 

Con profunda inquietud estoy siguiendo el desarrollo de la situación iraquí y continúo haciendo votos para que los responsables de la vida de las naciones recurran a los instrumentos diplomáticos y al diálogo, a fin de evitar toda forma de empleo de las armas.

Estoy convencido de que las partes en conflicto tienen aún la posibilidad de entenderse y reafirmar los principios que regulan pacíficamente la convivencia internacional.

La misma situación existente en Irak y en toda la región de Oriente Medio nos enseña que los conflictos armados no resuelven los problemas, sino que crean mayores incomprensiones entre los pueblos.

La Santa Sede no puede menos de alentar a todos los que se están esforzando por continuar las negociaciones, para evitar acciones de guerra y favorecer un camino de paz. Oremos intensamente por ello.



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