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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Domingo 26 de julio de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Como recordé en la reciente carta apostólica Dies Domini, ya desde los comienzos del cristianismo, el domingo se ha considerado el día de Cristo, «dies Christi», porque está relacionado con el recuerdo de su resurrección. En efecto, nuestro Señor resucitó el «primer día después del sábado» (cf. Mc 16, 2.9; Lc 24, 1; Jn 20, 1), y ese mismo día las mujeres, que habían ido de madrugada al sepulcro, lo encontraron vacío. El evangelio narra que Jesús fue reconocido por María Magdalena, acompañó a los dos discípulos por el camino de Emaús, se manifestó a los Once que estaban reunidos y se les apareció de nuevo el domingo siguiente, venciendo las dudas del incrédulo Tomás. Cincuenta días después, tuvo lugar Pentecostés, con la poderosa efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente.

En cierto sentido, el domingo es la continuación de esos primeros domingos de la historia cristiana: el día de Cristo resucitado y del don de su Espíritu.

2. A diferencia de los calendarios civiles, la liturgia no considera el domingo el último día de la semana, sino el primero. De este modo, se subraya su dignidad y se pone de relieve que, con la resurrección de Cristo, el tiempo «comienza de nuevo», fecundado por la semilla de la eternidad, y se encamina a su última meta, que es la venida gloriosa del Hijo de Dios, anticipada y prefigurada por su victoria sobre la muerte.

Así, el domingo es el día de la fe por excelencia, día en que los creyentes, contemplando el rostro del Resucitado, están llamados a repetirle como Tomás: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28), y a revivir en la Eucaristía la experiencia de los Apóstoles, cuando el Señor se presentó en el cenáculo y les comunicó su Espíritu.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, no es difícil darse cuenta de que este «día santo» tiene una extraordinaria riqueza de significado. Ciertamente, su sentido religioso no se opone a los valores humanos, que hacen del domingo un tiempo para el descanso, para disfrutar de la naturaleza y para entablar relaciones sociales más serenas. Se trata de valores que, por desgracia, corren el riesgo de quedar anulados por una concepción hedonista y frenética de la vida. Los cristianos, viviéndolos a la luz del Evangelio, le imprimen su sentido pleno.

Que María nos ayude a sentir el domingo como día de fiesta y día de fe. Aprendamos a vivirlo como ella, uniendo la alabanza a Dios con una legítima serenidad familiar.


Después del Ángelus

(En italiano)
Me alegra acogeros a todos, queridos peregrinos, en este primer encuentro después de mi reciente estancia en Lorenzago de Cadore. Saludo, en particular, a las postulantes, las novicias y las profesas de votos temporales de la congregación de religiosas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús, de Rocca di Papa, procedentes de diversas naciones; al grupo parroquial de Camagna (Alessandria) y a las alumnas de universidades que participan en el congreso organizado por la Fundación Rui.

Quisiera saludar, asimismo, a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, especialmente a los enfermos, a los ancianos y a los que durante el período de verano sienten aún más las dificultades de la soledad: espero que encuentren personas que los acompañen. A cuantos tienen la oportunidad de irse de vacaciones les deseo que pasen un período de merecido y sereno descanso. A todos deseo un feliz domingo y una feliz fiesta de san Joaquín y santa Ana.

(En castellano)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de consagrados y militantes de la Obra de la Iglesia. Os invito a que aprovechéis este tiempo veraniego en reparar las fuerzas del cuerpo y del espíritu, bajo la materna mirada de la Virgen María, nuestra Madre. A todos os bendigo de corazón. Muchas gracias.



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