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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo, 17 de mayo de 1998

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En este tiempo pascual, los textos bíblicos que nos propone la liturgia ponen de relieve la presencia y la acción del Espíritu Santo en la primera comunidad cristiana. La Iglesia, fundada sobre el testimonio de los Apóstoles, está guiada en su camino a lo largo de los siglos por el Espíritu Santo, que la impulsa por los senderos de la misión al encuentro con todas las naciones y con todas las culturas del planeta. A ellas no les impone leyes o tradiciones humanas, sino que les anuncia la buena noticia de Cristo Salvador y su mandamiento: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12), con gran respeto a su patrimonio cultural y a su fervor religioso.

En el año dedicado de modo particular al Espíritu, estamos invitados a meditar con mayor atención en esta realidad y, sobre todo, a elevar una invocación coral a Dios, para que mande su Espíritu a renovar la tierra y consolar a su pueblo peregrino en la historia.

2. El año 2000 es una ocasión propicia para dar un impulso a la evangelización en el mundo. Por eso, durante estos últimos años del segundo milenio han sido convocadas Asambleas especiales del Sínodo de los obispos para cada continente. Precisamente hace tres días se ha concluido la dedicada a Asia, y hoy os invito a uniros a mí en la acción de gracias al Señor por este histórico acontecimiento eclesial, que no sólo ha abarcado a ese antiguo y vasto continente, sino también a toda la Iglesia universal. Se ha tratado de un acontecimiento de comunión, conocimiento recíproco, intercambio de dones y confrontación sobre importantes desafíos pastorales. Ahora, los obispos y los demás miembros de la Asamblea ya han vuelto, o están volviendo, a sus comunidades. El Espíritu Santo, en las diversas situaciones geográficas y sociales de Asia, les ayudará a recorrer los caminos que ha indicado durante el Sínodo, para que la buena semilla del Evangelio se siembre con abundancia en todas partes y dé frutos de salvación eterna.

3. Invoquemos, para ello, la intercesión de María, figura de la Iglesia, guiada siempre por el Espíritu. La presencia de María en la Iglesia es prenda y garantía del don del Espíritu, que en Nazaret engendró en ella al Salvador y en Pentecostés animó a la Iglesia naciente, para que la obra de la Redención se propagara hasta los confines de la tierra. A ella le encomendamos la misión de los creyentes en Asia, junto con las expectativas y las esperanzas de toda la humanidad.


Llamamiento de Su Santidad por la población de Indonesia

Con profunda preocupación vemos lo que está sucediendo en Indonesia. La violencia de estos últimos días ha causado la muerte de numerosas personas, además de ingentes destrucciones, llevando a todo el país por caminos peligrosos. A esa noble nación va en este momento toda nuestra solidaridad humana y cristiana. Oremos para que, con el diálogo y el respeto mutuo a las personas y a las leyes, se asegure el bien común de todo el pueblo indonesio.

 



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