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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 3 de enero de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al comienzo del nuevo año, brota espontáneamente en el corazón un impulso de esperanza, que pide traducirse en obras concretas de paz y reconciliación. He recogido esta difundida aspiración en el Mensaje que publiqué con ocasión de la Jornada mundial de la paz, centrado en la convicción de que «el secreto de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos». Cuando se ignoran o incluso se desprecian los derechos de la persona, se siembran inevitablemente los gérmenes de la inestabilidad, la rebelión y la violencia.

Es urgente recuperar la conciencia de la dignidad de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-28), para encontrar en ella el fundamento seguro de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo.

2. Desgraciadamente, el nuevo año, en sus primeros pasos, registra aún situaciones penosas, y en diversas partes del mundo siguen elevándose gritos de dolor a causa de guerras y atropellos. Mi pensamiento va, en este momento, a Angola, donde ha estallado nuevamente el conflicto fratricida; a la República del Congo, cuyas poblaciones, lejos de la atención mundial, sufren desde hace tiempo las consecuencias de duros enfrentamientos armados; y a Sierra Leona, escenario de indecibles violencias, que obligan a la gente a huir de sus casas hacia un destino desconocido.

Haciéndome eco de los apremiantes llamamientos que me llegan de muchos lugares, me dirijo a los responsables políticos y militares, y los exhorto a poner en marcha todas las iniciativas posibles para favorecer una paz justa y duradera. También el drama del Kosovo, donde se produjeron nuevos enfrentamientos en la vigilia de Navidad, está siempre presente en mi corazón.

3. Encomiendo estas situaciones de sufrimiento a la intercesión de María a quien, el primer día del año, invocamos como la Madre del Verbo que se hizo hombre para restablecer la unidad de la familia humana, disgregada por el pecado.

Que la santísima Virgen suscite en el corazón de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo una voluntad más firme de comprensión y entendimiento para que, gracias al compromiso de todos, en el nuevo milenio que tenemos por delante pueda nacer un mundo más justo y solidario.

 



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