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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 13 de julio de 1983

 

1. "Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó, para que en ellas anduviésemos" (Ef 2, 10).

La redención, queridos hermanos y hermanas, ha renovado al hombre re-creándolo en Cristo. A este nuevo ser debe seguir ahora un nuevo obrar. Y sobre este nuevo ethos de la redención vamos a reflexionar hoy, para cogerlo en su misma fuente.

Hablar de "ethos" significa evocar una experiencia que todo hombre, y no sólo el cristiano, vive diariamente: es, al mismo tiempo, simple y compleja, profunda y elemental. Tal experiencia está siempre vinculada con la de la propia libertad, o sea, con el hecho por el que cada uno de nosotros es verdadera y realmente causa de sus propios actos. Pero la experiencia ética nos hace sentirnos libres de un modo absolutamente singular: es una libertad obligada la que nosotros experimentamos. Obligada no desde "fuera" —no es una coacción o constricción exterior—, sino desde "dentro": es la libertad como tal, que debe actuar de una forma antes que de otra.

Esta misteriosa y admirable "necesidad", que habita dentro de la libertad sin destruirla, radica en la fuerza propia del valor moral, que el hombre conoce con su inteligencia: es la expresión de la fuerza normativa de la verdad del bien. Al comprometerse a "realizar" esta verdad, la libertad se sitúa en el orden, que ha sido inscrito por la sabiduría creadora de Dios en el universo del ser.

En la experiencia ética, por tanto, se establece una conexión entre la verdad y la libertad, gracias a la cual la persona se hace cada vez más ella misma, en obediencia a la sabiduría creadora de Dios.

2. "No pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco...; no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rom. 7, 15 y 20). Estas palabras de San Pablo describen el ethos del hombre caído en el pecado, y por tanto privado de la "justicia original". En la nueva situación el hombre advierte un contraste entre la voluntad y la acción —"no pongo por obra lo que quiero"—, aunque continúe manteniendo en sí mismo la percepción del bien y la tendencia hacia él.

La armonía entre la verdad y la libertad se ha roto, en el sentido de que la libertad escoge lo que es contrario a la verdad de la persona humana, y la verdad es aprisionada con la injusticia (cf. Rom 1, 18). ¿De dónde deriva en su origen esta escisión interior del hombre? Él comienza su historia de pecado cuando no reconoce ya al Señor como a su Creador, y quiere ser él quien decida, con absoluta autonomía e independencia, lo que está bien y lo que está mal: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal", dice la primera tentación (cf. Gén 3, 5). El hombre no quiere ya que la "medida" de su existencia sea la ley de Dios, no se recibe a sí mismo de las manos creadoras de Dios, sino que decide ser la medida y el principio de sí mismo. La verdad de su ser creado es negada por una libertad que se ha desvinculado de la ley de Dios, única verdadera medida del hombre.

A primera vista podría parecer que la libertad verdadera es la del pecador, en cuanto no está ya subordinada a la verdad. Realmente, sin embargo, es sólo la verdad la que nos hace libres. El hombre es libre cuando se somete a la verdad. Por lo demás, ¿no nos brinda un testimonio de ello nuestra misma experiencia de cada día? "El amor a la verdad es de tal condición —observaba ya San Agustín—, que cuantos aman un objeto diverso pretenden que el objeto de su amor sea la verdad, y puesto que detestan ser engañados, detestan verse convencidos de que se engañan. Por eso odian la verdad, por amor de lo que creen verdad. La aman cuando luce, la odian cuando reprende. No quieren ser engañados y quieren engañar, por tanto la aman cuando se revela, y la odian cuando los revela... Y sin embargo, aun en esta condición infeliz, (el hombre) prefiere el goce de la verdad al goce de la mentira. Por tanto será feliz cuando, sin obstáculos ni turbaciones, pueda gozar de la única Verdad; gracias a la cual son verdaderas todas las cosas" (San Agustín. Confesiones 10, 23, 34).

3. La redención es una nueva creación, porque devuelve al hombre desde la situación descrita por San Pablo en el pasaje citado de la Carta a los Romanos. a su verdad y libertad.

El hombre, creado "a imagen y semejanza" de Dios, estaba llamado a realizarse en la verdad de esa "imagen y semejanza". En la nueva creación, que es la redención, el hombre se asimila a la imagen del Hijo Unigénito, liberado del pecado que afeaba la belleza de su ser originario. El ethos de la redención ahonda sus raíces en este acto redentor y de él extrae continuamente su fuerza: fuerza por la cual el hombre esta en disposición de conocer y de acoger la verdad de su propia relación con Dios y con las creaturas. Él se siente así libre para realizar "las obras buenas que Dios de antemano preparó, para que en ellas anduviésemos" (Ef 2, 10).

El ethos de la redención es el encuentro, en el hombre, de la verdad con la libertad. "La felicidad de la vida es el goce de la verdad, es decir, el goce de Ti, que eres la Verdad", ha escrito San Agustín (Confesiones, 12, 23, 33): el ethos de la redención es esta felicidad.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ante todo a cada persona y grupo de lengua española o presentes en esta Audiencia: a los sacerdotes, religiosas, grupos de varias diócesis o parroquias, así como a los estudiantes procedentes de diversos colegios y ciudades de España.

Un particular saludo dedico a los componentes de la peregrinación organizada por las Hermandades del Trabajo, y que abarca grupos diversos procedentes de Valencia.

Mi saludo va igualmente a los peregrinos de los países latinoamericanos y en especial a los colombianos del grupo “ Bodas de Oro ”.

Junto con mi palabra de aliento para todos en vuestra vida cristiana, os dejo una breve reflexión espiritual, derivada de la lectura bíblica que hemos escuchado en esta Audiencia del Ano Santo de la Redención.

Como redimidos por Cristo, somos llamadas a vencer el desorden provocado por el pecado y a vivir una vida de rectitud moral. Dios nos ha hecho libres, pero nuestra libertad no puede prescindir de la recta norma ética que nos marca el camino hacia la verdad. Dado que somos imagen de Dios, nuestras obras han de corresponder ton lo que E1 quiere de nosotros. Así viviremos en la Verdad plena, que esta en Dios.

 



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