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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 25 de septiembre de 1985

 

El Dios de la Alianza

1. En nuestras catequesis tratamos de responder de modo progresivo a la pregunta: ¿quién es Dios? Se trata de una respuesta auténtica, porque se funda en la palabra de la auto-revelación divina. Esta respuesta se caracteriza por la certeza de la fe, pero también por la convicción del entendimiento humano iluminado por la fe. Efectivamente, hacemos referencia a la Sagrada Escritura, a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia, es decir, a su enseñanza, extraordinaria y ordinaria.

2. Volvamos una vez más al pie del monte Horeb, donde Moisés que apacentaba la grey, oyó en medio de la zarza ardiente la voz que decía: "Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3, 5). La voz continuó: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob". Por lo tanto, es el Dios de los padres quién envía a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud egipcia.

Sabemos que, después de haber recibido esta misión, Moisés preguntó a Dios su nombre. Y recibió la respuesta: "Yo soy el que soy". En la tradición exegética, teológica y magisterial de la Iglesia, que fue asumida también por Pablo VI en el "Credo del Pueblo de Dios" (1968), esta respuesta se interpreta cual revelación de Dios como el "Ser".

En la respuesta dada por Dios: "Yo soy el que soy", a la luz de la historia de la salvación se puede leer una idea de Él más rica y más precisa. Al enviar a Moisés en virtud de este Nombre, Dios —Yavé— se revela sobre todo como del Dios de la Alianza: "Yo soy el que soy para vosotros"; estoy aquí como Dios deseoso de la alianza y de la salvación, como el Dios que os ama y os salva. Esta clave de lectura presenta a Dios como un Ser que es Persona y se autorrevela a personas, a las que trata como tales. Dios, ya al crear el mundo, en cierto sentido salió de su propia "soledad", para comunicarse a Sí mismo, abriéndose al mundo y especialmente a los hombres creados a su imagen y semejanza (Gen 1, 26). En la revelación del Nombre "Yo soy el que soy" (Yavé), parece poner de relieve sobre todo la verdad de que Dios es el Ser-Persona que conoce, ama, atrae hacia sí a los hombres, el Dios de la Alianza.

3. En el coloquio con Moisés prepara una nueva etapa de la Alianza con los hombres, una nueva etapa de la historia de la salvación. La iniciativa del Dios de la Alianza, efectivamente, va rimando la historia de la salvación a través de numerosos acontecimientos, como se manifiesta en la IV plegaria eucarística con las palabras: "Reiteraste tu alianza a los hombres".

Conversando con Moisés al pie del monte Horeb, Dios —Yavé— se presenta como "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob", es decir, el Dios que había hecho una Alianza con Abraham (cf. Gen 17, 1-14) y con sus descendientes, los patriarcas, fundadores de las diversas estirpes del pueblo elegido, que se convirtió en el Pueblo de Dios.

4. Sin embargo, las iniciativas del Dios de la Alianza se remontan incluso antes de Abraham. El libro del Génesis registra la Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gen 9, 1-17). Se puede hablar también de la Alianza originaria antes del pecado original (cf. Gen 2, 15-17). Podemos afirmar que la iniciativa del Dios de la Alianza sitúa, desde el principio, la historia del hombre en la perspectiva de la salvación. La salvación es comunión de vida sin fin con Dios; cuyo símbolo estaba representado en el paraíso por el "árbol de la vida" (cf. Gen 2, 9). Todas las alianzas hechas después del pecado original confirman, por parte de Dios, la misma voluntad de salvación. El Dios de la Alianza es el Dios "que se dona" al hombre de modo misterioso: El Dios de la revelación y el Dios de la gracia. No sólo se da a conocer al hombre, sino que lo hace partícipe de su naturaleza divina (2 Pe 1, 4).

5. La Alianza llega a su etapa definitiva en Jesucristo: la "nueva" y "eterna alianza" (Heb 12, 24; 13, 20). Ella da testimonio de la total originalidad de la verdad sobre Dios que profesamos en el "Credo" cristiano. En la antigüedad pagana la divinidad era más bien el objeto de la aspiración del hombre. La revelación del Antiguo y todavía más del Nuevo Testamento muestra a Dios que busca al hombre, que se acerca a él. Es Dios quien quiere hacer la alianza con el hombre: "Seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" (Lev 26, 12); "Seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (2 Cor 6, 16).

6. La Alianza es, igual que la creación, una iniciativa divina completamente libre y soberana. Revela de modo aún más eminente la importancia y el sentido de la creación en las profundidades de la libertad de Dios. La Sabiduría y el Amor, que guían la libertad trascendente de Dios-Creador resaltan aún más en la trascendente libertad del Dios de la Alianza.

7. Hay que añadir también que si mediante la Alianza, especialmente la plena y definitiva en Jesucristo, Dios se hace de algún modo inmanente con relación al mundo, Él conserva totalmente la propia trascendencia. El Dios encarnado, y más aún el Dios Crucificado, no sólo sigue siendo un Dios incomprensible e inefable, sino que se convierte todavía en más incomprensible e inefable para nosotros precisamente en cuanto que se manifiesta como Dios de un infinito, inescrutable amor.

8. No queremos anticipar temas que constituirán el objeto de futuras catequesis. Volvemos de nuevo a Moisés. La revelación del Nombre de Dios al pie del monte Horeb prepara la etapa de la Alianza que el Dios de los Padres estrecharía con su pueblo en el Sinaí. En ella se pone de relieve de manera fuerte y expresiva el sentido monoteísta del "Credo" basado en la Alianza: "creo en un sólo Dios": Dios es uno, es único.

He aquí las palabras del Libro del Éxodo: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios que a mí" (Ex 20, 2-3). En el Deuteronomio encontramos la fórmula fundamental del "Credo" veterotestamentario expresado con las palabras: "Oye, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es único" (Dt 6, 4; cf. Dt 4, 39-40).

Isaías dará a este "Credo" monoteísta del Antiguo Testamento una magnífica expresión profética: "Vosotros sois mis testigos —dice Yavé— mi siervo, a quien yo elegí, para que aprendáis y me creáis y comprendáis que soy yo. Antes de mí no fue formado Dios alguno, ninguno habrá después de mí. Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay salvador... Vosotros sois mis testigos, dice Yavé, y yo Dios desde la eternidad y también desde ahora lo soy" (Is 43, 10-13). "Volveos hacia mí y seréis salvos, confines todos de la tierra. Porque yo soy Dios, y no hay otro" (Is 45, 22).

9. Esta verdad sobre el único Dios constituye el depósito fundamental de los dos Testamentos. En la Nueva Alianza lo expresa, por ejemplo, San Pablo con las palabras: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 6). Y siempre es Pablo el que combatía el politeísmo pagano (cf. Rom 1, 23; Gal 3, 8), con no menor ardor del que se halla presente en el antiguo Testamento, quien con igual firmeza proclama que este Único verdadero Dios "es Dios de todos, tanto de los circuncisos como de los incircuncisos, tanto de los judíos como de los paganos" (cf. Rom. 3, 29-30). La revelación de un sólo verdadero Dios, dada en la Antigua Alianza al pueblo elegido de Israel, estaba destinada a toda la humanidad, que encontraría en el monoteísmo la expresión de la convicción a la que el hombre puede llegar también con la luz de la razón: porque si Dios es el ser perfecto, infinito, subsistente, no puede ser más que Uno. En la Nueva Alianza, por obra de Jesucristo, la verdad revelada en el Antiguo Testamento se ha convertido en la fe de la Iglesia universal, que confiesa: "creo en un sólo Dios".


Saludos

Presento ahora mi más cordial saludo a todas las personas y grupos de lengua española presentes en esta Audiencia.

En particular, a la peregrinación de la Arquidiócesis de Medellín.

Saludo igualmente a los seminaristas “Legionarios de Cristo” que se disponen a iniciar sus estudios filosóficos aquí en Roma. Asimismo al coro femenino “Escolanía de la Rioja”, al coro “Garcilaso” de Torrelavega y a las peregrinaciones procedentes de Barcelona, Bilbao, Chile y Perú.

A todos los peregrinos y visitantes provenientes de los diversos Países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



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