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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 15 de septiembre de 1993

 

1. Doy gracias a la divina Providencia por la reciente peregrinación que pude realizar a Lituania, Letonia y Estonia. Ya en 1986 el Episcopado de esos países situados a orillas del Báltico había invitado al Papa para las celebraciones del sexto centenario del bautismo de Lituania. Pero en aquel entonces, e incluso después, no fue posible realizar esa peregrinación. Sólo pudo llevarse a cabo cuando los países bálticos reconquistaron su independencia, de la que habían gozado hasta 1939, antes de la segunda guerra mundial

También quiero agradecer la invitación que recibí de las autoridades de esos tres pueblos: lituano, letón y estoniano. A las Iglesias situadas a orillas del Báltico, les agradezco todo lo que han hecho para que mi visita pudiera ofrecerles precisamente lo que esperaban del Obispo de Roma en el cumplimiento de su ministerium petrinum. Doy las gracias a todos los que, de un modo u otro, han colaborado con este ministerio para el bien de la Iglesia y de la sociedad.

2. La colina de las Cruces. El itinerario de mi visita me condujo a las principales ciudades de Lituania (Vilna y Kaunas), Letonia (Riga) y Estonia (Tallin). Fue una peregrinación a los lugares en los que, de modo especial, se manifestaron la fe, la esperanza y el amor del pueblo de Dios, sobre todo durante las recientes experiencias dolorosas. Entre esos lugares destaca el que se halla situado en las cercanías de la ciudad de Siauliai: es conocido como la colina de las Cruces. Se trata de un pequeño altozano adonde, ya desde el siglo pasado, y sobre todo durante los últimos tiempos los lituanos llevaban el testimonio de sus múltiples sufrimientos (deportaciones, encarcelamientos, persecuciones) bajo forma de grandes o pequeños crucifijos. De este modo, en torno a la cruz de Cristo ha ido creciendo un bosque de cruces humanas, que ha cubierto la colina.

El encuentro en la colina de las Cruces fue una experiencia conmovedora. Ese lugar nos recuerda que continuamente el hombre «completa [...] lo que falta a las tribulaciones de Cristo», según las palabras de san Pablo (Col 1, 24). Después de esa visita, a todos nosotros nos parecía más clara la verdad que expresó el concilio Vaticano II, a saber, que el hombre no puede comprenderse profundamente a sí mismo sin Cristo y sin su cruz (cf. Gaudium et spes, 22). A este respecto, la colina de las Cruces es un testimonio elocuente y una advertencia. La elocuencia de ese santuario es universal: es una palabra escrita en la historia de la Europa del siglo XX.

3. Los santuarios marianos son muchos, pero mi peregrinación pastoral me condujo a tres de ellos: Puerta de la Aurora (Ausros Vartai) y Siluva (Lituania), y Aglona (Letonia). El santuario de la Puerta de la Aurora, en Vilna, atrae desde hace siglos a peregrinos no sólo de Lituania, sino también de Polonia, Bielorrusia, Rusia y Ucrania. En cambio, el de Siluva es, ante todo, el santuario de los lituanos. Aglona, en Letonia (Latgalia), congrega tanto a los letones, como a los pueblos vecinos, que acuden cada vez en mayor número.

El culto a la Madre de Dios es siempre Cristocéntrico. Los santuarios marianos a orillas del Báltico cobran pleno significado en relación con la cruz de Cristo y la colina de las Cruces. La victoria está en nuestra fe; la cruz revela en sí la Pascua de la resurrección de Cristo.

4. El ecumenismo. Mi visita a los países bálticos tuvo también una singular dimensión ecuménica. Esos países son el lugar de encuentro de los dos caminos de la evangelización en el continente europeo (cf. Ángelus del 22 de agosto de 1993): el que partía de Roma y el que provenía de Constantinopla. Son, asimismo, el lugar en que hay que buscar el acercamiento y la unidad de los cristianos, que todavía están divididos entre sí.

En Letonia, y aun más en Estonia, esta división se produjo junto con la Reforma, en el siglo XVI. Las comunidades que nacieron como resultado de la Reforma, especialmente las luteranas, después de las experiencias del pasado, están abiertas al diálogo ecuménico y a la oración común por la unidad de todos los discípulos de Cristo. Esta oración fue, en cierto sentido, el punto central de los encuentros de Riga y Tallin.

En los encuentros ecuménicos y en la oración por la unidad de los cristianos tomaron parte miembros de la jerarquía y fieles de las Iglesias ortodoxas. El patriarca de Moscú, Alexis II, estuvo representado por un enviado especial suyo. Esperamos que las experiencias del pasado preparen ahora el terreno para una conciencia más viva del misterio de la Iglesia y de las exigencias del ecumenismo. Cristo pidió al Padre: «Que todos sean uno [...], para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 20-21).

La unidad de los cristianos es la condición para la consolidación de la fe en el mundo, también en el mundo contemporáneo.

5. El encuentro con el mundo de la cultura. Durante mi peregrinación, también tuve la ocasión de reunirme, en Lituania, Letonia y Estonia, con los hombres de la cultura y la ciencia, cuyo papel es ciertamente insustituible, especialmente en el actual momento histórico. En efecto, en esos países, que acaban de salir del túnel de la opresión totalitaria se advierte la exigencia de una nueva Alianza y de un diálogo renovado entre la Iglesia y el variado mundo de la cultura. Eso vale sobre todo para lo que atañe a los problemas económicos y sociales, para cuya solución la Iglesia pone a disposición el rico patrimonio de su doctrina social. También es muy significativo con respecto a la exigencia de identidad lingüística y cultural, que hoy se siente mucho en esas poblaciones. Se trata de una exigencia legítima, ante la cual los creyentes son sensibles, pero que ha de ir unida siempre a una apertura cordial a los compromisos de la solidaridad y el respeto a las minorías.

De este modo, la fe y la cultura coinciden en el servicio al hombre, al que la Iglesia no anuncia una ideología abstracta sino la persona viva de Cristo, redentor del hombre.

6. La mayor parte de la población lituana pertenece a la Iglesia católica (73,4%) la comunidad católica letona es minoritaria (25% de la población); y, en Estonia, los católicos son una minoría muy pequeña (0,3%). Se trata de comunidades que salen de un período de persecución y dura opresión, y deben recupera las pérdidas sufridas en el pasado. Por tanto, les espera la gran tarea de la "nueva evangelización".

Deben tomar conciencia de que sanguis martyrum est semen christianorum. A todo el pueblo de Dios, a los sacerdotes y a las familias religiosas, tanto masculinas como femeninas, les deseo la gracia de un servicio fructuoso al Evangelio. A mis hermanos en el episcopado les deseo el amor pastoral que apremia a comprometerse en favor de la grey: «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14).

Recordamos con veneración a quienes dieron su vida por Cristo y por la Iglesia. Su esperanza «está llena de inmortalidad» (Sb 3, 4). Ya hoy podemos dar gracias a Dios por la Iglesia que ha sobrevivido y, durante el período de opresión, no dejó nunca de ser un apoyo para los hombres y para la sociedad.

También deseo dirigir estas palabras a los obispos y sacerdotes de los países vecinos, que viajaron para participar en la peregrinación papal. Si Dios me permite visitar un día también sus comunidades, agradeceremos juntos «las maravillas que ha hecho» (cf. Lc 1, 49).

«Mira que estoy en la puerta y llamo» (Ap 3, 20). Es el Redentor del hombre, el Señor de la historia, el que llama de nuevo a la puerta. Que el hombre le abra la puerta. Él tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).

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Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, a los Misioneros de Cristo Mediador y Hermanas Benedictinas de la Divina Providencia. Igualmente a la numerosa peregrinación mexicana promovida por la entidad «House of Fuller»; y de la Arquidiócesis de Puebla de los Ángeles.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la Bendición Apostólica.



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