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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 19 de noviembre de 1997

 

Introducción al jubileo

1. El año 2000 ya está cercano. Por eso, considero oportuno orientar las catequesis de los miércoles sobre temas que nos ayuden más directamente a comprender el sentido del jubileo, para vivirlo con profundidad.

En la carta apostólica Tertio millennio adveniente he pedido a todos los miembros de la Iglesia que «abran el corazón a las inspiraciones del Espíritu», para disponerse «a celebrar con renovada fe y generosa participación el gran acontecimiento jubilar» (n. 59). La exhortación se hace más apremiante a medida que se acerca este acontecimiento histórico. En efecto, este evento sirve de puente entre los dos milenios pasados y la nueva fase que se abre al futuro de la Iglesia y de la humanidad.

Hay que prepararse a ella a la luz de la fe. En efecto, para los creyentes el paso del segundo al tercer milenio no es simplemente una etapa en el imparable devenir del tiempo; se trata de una ocasión significativa para tomar mayor conciencia del designio divino, que se realiza en la historia de la humanidad.

2. Este nuevo ciclo de catequesis quiere contribuir precisamente a ello. Desde hace mucho tiempo estamos realizando un programa sistemático de reflexión sobre el Credo. Nuestro último tema ha sido: María en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Antes habíamos reflexionado sobre la Revelación, la Trinidad, Cristo y su obra salvífica, el Espíritu Santo y la Iglesia.

En este punto, la profesión de fe nos invitaría a considerar la resurrección de la carne y la vida eterna, que conciernen al futuro del hombre y de la historia. Pero precisamente esta temática escatológica se armoniza naturalmente con la que propone la Tertio millennio adveniente, que traza un camino de preparación para el jubileo en clave trinitaria, prestando durante este año una atención especial a Jesucristo, para pasar después al año del Espíritu Santo y, por último, al del Padre.

A la luz de la Trinidad cobran sentido también las «últimas realidades», y es posible captar más profundamente el itinerario del hombre y de la historia hacia la meta definitiva: el regreso del mundo a Dios Padre, hacia el cual nos guía Cristo, Hijo de Dios y Señor de la historia, mediante el don vivificante del Espíritu Santo.

3. Este amplio horizonte de la historia en movimiento sugiere algunas preguntas fundamentales: ¿Qué es el tiempo? ¿Cuál es su origen? ¿Cuál es su meta?

En efecto, al contemplar el nacimiento de Cristo, nuestra atención se dirige a los dos mil años de historia que nos separan de este acontecimiento. Pero la mirada va también a los milenios que lo precedieron, y de forma espontánea nos remontamos hasta los orígenes del hombre y del mundo. La ciencia contemporánea se esfuerza por formular hipótesis sobre el inicio y el desarrollo del universo. Ahora bien, lo que se puede captar con los instrumentos y los criterios científicos no es todo, y tanto la fe como la razón, por encima de los datos verificables y mensurables, remiten a la perspectiva del misterio. Es la perspectiva que se ala la primera afirmación de la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Gn 1, 1).

Todo fue creado por Dios. Por consiguiente, antes de la creación no existía nada, excepto Dios. Se trata de un Dios trascendente, que creó todas las cosas con su omnipotencia, y sin estar condicionado por ninguna necesidad, con un acto absolutamente libre y gratuito, dictado sólo por el amor. Es el Dios Trinidad, que se revelará como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

4. Al crear el universo, Dios creó el tiempo. De él viene el inicio del tiempo, así como todo su desarrollo sucesivo. La Biblia subraya que los seres vivos dependen en cada momento de la acción divina: «Escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra» (Sal 104, 29-30).

Así pues, el tiempo es don de Dios. Creado continuamente por Dios, está en sus manos. Él dirige su desarrollo según sus designios. Cada día es para nosotros un don del amor divino. Desde este punto de vista, acojamos también la celebración del gran jubileo como un don de amor.

5. Dios es Señor del tiempo no sólo como creador del mundo, sino también como autor de la nueva creación en Cristo. Él ha intervenido para curar y renovar la condición humana, profundamente herida por el pecado. Durante largo tiempo preparó a su pueblo, especialmente a través de las palabras de los profetas, para el esplendor de la nueva creación: «He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán recordados los primeros ni vendrán a la memoria; antes bien, habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén "Regocijo", y a su pueblo "Alegría"» (Is 65, 17-18).

La promesa se cumplió hace dos mil años con el nacimiento de Cristo. A esta luz, el jubileo constituye una invitación a celebrar la era cristiana como un período de renovación de la humanidad y del universo. A pesar de las dificultades y los sufrimientos, los dos mil años transcurridos han sido un tiempo de gracia.

También los años futuros están en las manos de Dios. El porvenir del hombre es, ante todo, futuro de Dios, en el sentido de que sólo él lo conoce, lo prepara y lo realiza. Ciertamente, él exige y solicita la cooperación humana, pero no por ello deja de ser el director trascendente de la historia.

Con esta certeza nos preparamos para el jubileo. Sólo Dios conoce cómo será el futuro. Pero nosotros sabemos que, en cualquier caso, será un futuro de gracia; será la realización de un designio divino de amor para toda la humanidad y para cada uno de nosotros. Por eso, al mirar hacia el futuro, tenemos plena confianza y no permitimos que se apodere de nosotros el miedo. El camino hacia el jubileo es un gran camino de esperanza.


Saludos

Saludo ahora cordialmente a los fieles de lengua española. De forma particular, a los sacerdotes misioneros latinoamericanos, a las religiosas de María Inmaculada y al grupo de la «Escuela superior de la Gendarmería nacional argentina », así como a los demás peregrinos de España, México, Chile y Estados Unidos. Invocando a María, estrella que guía nuestros pasos hacia el tercer milenio, os imparto con afecto la bendición apostólica.



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