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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 16 de octubre de 2002

 

El Rosario

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Durante el reciente viaje a Polonia, me dirigí a la Virgen María con estas palabras:  "Madre santísima, (...) obtén también para mí las fuerzas del cuerpo y del espíritu, para que pueda cumplir hasta el fin la misión que me ha encomendado el Resucitado. En ti pongo todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; a ti encomiendo el destino de la Iglesia; (...) en ti confío y te declaro una vez más:  Totus tuus, Maria! Totus tuus! Amén" (Homilía en el santuario de Kalwaria Zebrzydowska, 19 de agosto de 2002, n. 5:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de agosto de 2002, p. 10). Repito hoy estas palabras, dando gracias a Dios por los veinticuatro años de mi servicio a la Iglesia en la sede de Pedro. En este particular día, pongo de nuevo en manos de la Madre de Dios la vida de la Iglesia así como la vida, tan agitada, de la humanidad. A ella le encomiendo también mi futuro. Lo pongo todo en sus manos, a fin de que con amor de madre lo presente a su Hijo, "para alabanza de su gloria" (Ef 1, 12).

2. El centro de nuestra fe es Cristo, Redentor del hombre. María no lo eclipsa, ni eclipsa su obra salvífica. La Virgen, elevada al cielo en cuerpo y alma, la primera que gustó los frutos de la pasión y la resurrección de su Hijo, es quien nos conduce del modo más seguro a Cristo, el fin último de nuestro obrar y de toda nuestra existencia. Por eso, al dirigir a la Iglesia entera, en la carta apostólica Novo millennio ineunte, la exhortación de Cristo a "remar mar adentro", añadí que "en este camino nos acompaña la santísima Virgen, a la que (...) junto con muchos obispos (...) consagré el tercer milenio" (n. 58). E, invitando a los creyentes a contemplar sin cesar el rostro de Cristo, expresé mi vivo deseo de que María, su Madre, sea para todos maestra de esa contemplación.

3. Hoy quiero renovar ese deseo con mayor claridad mediante dos gestos simbólicos. Dentro de poco firmaré la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae. Además, juntamente con este documento, dedicado a la oración del Rosario, proclamo el año que va desde octubre de 2002 hasta octubre de 2003 "Año del Rosario". Lo hago no sólo porque este año es el vigésimo quinto de mi pontificado, sino también porque se celebra el 120° aniversario de la encíclica Supremi apostolatus officio, con la que, el 1 de septiembre de 1883, mi venerado predecesor el Papa León XIII comenzó la publicación de una serie de documentos dedicados precisamente al Rosario. Hay, asimismo, otra razón:  en la historia de los grandes jubileos existía la buena costumbre de que, después del Año jubilar dedicado a Cristo y a la obra de la Redención, se convocaba uno en honor de María, para implorar de ella la ayuda con el fin de hacer que fructificaran las gracias recibidas.

4. Para la exigente, pero extraordinariamente rica, tarea de contemplar el rostro de Cristo juntamente con María, ¿hay un instrumento mejor que la oración del Rosario? Con todo, debemos redescubrir la profundidad mística que entraña esta oración sencilla, tan querida para la tradición popular. En efecto, esta plegaria mariana en su estructura es sobre todo meditación de los misterios de la vida y de la obra de Cristo. Al repetir la invocación del "Ave María", podemos profundizar en los acontecimientos esenciales de la misión del Hijo de Dios en la tierra, que nos han transmitido el Evangelio y la Tradición. Para que esa síntesis del Evangelio sea más completa y ofrezca mayor inspiración, en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae he propuesto añadir otros cinco misterios a los actualmente contemplados en el Rosario, y los he llamado "misterios de la luz". Comprenden la vida publica del Salvador, desde el bautismo en el Jordán hasta el inicio de la Pasión. Esta sugerencia tiene como finalidad ampliar el horizonte del Rosario, para que quien lo reza con devoción y no mecánicamente pueda penetrar aún más a fondo en el contenido de la buena nueva y conformar cada vez más su vida a la de Cristo.

5. Os doy las gracias a vosotros, aquí presentes, y a los que en este singular día están unidos espiritualmente a mí. Gracias por la benevolencia, y especialmente por la seguridad del apoyo constante de la oración. Encomiendo este documento sobre el santo Rosario a los pastores y a los fieles de todo el mundo. El Año del santo Rosario, que viviremos juntos, ciertamente producirá buenos frutos en el corazón de todos, renovará e intensificará la acción de la gracia del gran jubileo del año 2000 y se transformará en fuente de paz para el mundo.

María, Reina del Santo Rosario, que está aquí representada en la hermosa imagen venerada en Pompeya, lleve a los hijos de la Iglesia a la plenitud de la unión con Cristo en su gloria.


Saludos

Saludo a los fieles de lengua española; en especial a los peregrinos de la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, de Puebla Nueva; a las corales "Ars Nova" de Plasencia y "Stella Nevadensis", de Granada, España; y a los peregrinos de la arquidiócesis de Concepción (Chile). Agradezco especialmente vuestras oraciones. Os confío este documento que producirá frutos de amor y paz. Que María, Reina del Santo Rosario, os guíe a la plenitud de la unión con su Hijo Jesucristo. Muchas gracias.

(A los eslovacos)
Durante los diversos encuentros con vosotros oigo cantar a menudo:  "Señor, bendice al Santo Padre, Vicario de Cristo". Os doy las gracias por las oraciones con las que acompañáis mi ministerio de Pastor de la Iglesia católica.

(En lengua croata)
Habéis venido para estar aquí presentes en este día especial, manifestando vuestra adhesión al Sucesor de Pedro. Os saludo de corazón. Encomendándoos a todos vosotros, a vuestras familias y a todo vuestro pueblo a Aquella que en su rosario nos guía en la meditación de los misterios de Cristo y de la obra de la salvación, os imparto la bendición apostólica.

(En polaco)
La catequesis de hoy está dedicada al rezo del Rosario. Acabo de firmar la nueva carta apostólica "Rosarium Virginis Mariae", que entregaré a los pastores y a los fieles de toda la Iglesia. Además de esta carta, dedicada enteramente al Rosario, he decidido proclamar el año que va de octubre de 2002 a octubre del 2003 "Año del Rosario". Será como una prolongación mariana del gran jubileo.

Doy las gracias a todos los presentes y a los que en este día se unen a mí de modo especial para dar gracias a Dios por mis veinticuatro años de ministerio en la Iglesia en la sede del apóstol Pedro.
Os agradezco vuestra benevolencia y sobre todo el apoyo de vuestra oración. Os ruego que sigáis sosteniéndome con la oración del Rosario. Que el Año del Rosario, que viviremos juntos, produzca abundantes frutos en los corazones de todos.

(En italiano) 
Saludo a los participantes en la asamblea general del Movimiento de los Focolares, acompañados de la fundadora Chiara Lubich. Os agradezco vuestra presencia y os encomiendo la tarea de llevar mi cordial saludo a todos los que pertenecen al Movimiento. Gracias por el apoyo de vuestra oración y el calor con el que siempre me acompañáis en mi compromiso apostólico por los caminos del mundo.

Dirijo ahora mi cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo con afecto a mons. Domenico Sorrentino, arzobispo de Pompeya, y a los numerosos peregrinos que han querido traer la bella imagen de la Virgen, venerada en ese célebre santuario, fundado por el beato Bartolomé Longo, apóstol del rosario. Si Dios quiere, tengo intención de ir también yo a Pompeya a venerar nuevamente el icono de la Virgen. Desde aquel santuario, colocado junto a las ruinas de la antigua ciudad romana, a la que llegó el anuncio del Evangelio poco antes de que la erupción del Vesubio la destruyera, la invitación a rezar el Rosario adquiere un valor casi simbólico, como expresión de un renovado empeño de los cristianos en la nueva evangelización de un mundo que se ha hecho, en ciertos aspectos, pagano.

Mi pensamiento se dirige, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La plegaria del santo Rosario, rezada con fe y devoción cada día, os ayude a experimentar en vuestra existencia la centralidad del misterio de Jesús, redentor del hombre, y también la ternura materna de María.

 



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