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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN FRANCISCO JAVIER

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 3 de diciembre de 1978

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Me encuentro aquí hoy para visitar vuestra parroquia dedicada a San Francisco Javier; lo hago con gran emoción e íntima alegría. Esta es mi primera visita a una parroquia en la diócesis de Roma, que Cristo me ha confiado, mediante la elección para Obispo de Roma, acaecida el 16 de octubre como consecuencia de la votación de los cardenales reunidos en Cónclave.

Al tomar posesión de la basílica de San Juan de Letrán, catedral del obispo de esta ciudad, dije que en aquel momento entraba, en cierto modo, en todas las parroquias de la diócesis de Roma. Naturalmente, esta entrada en las parroquias de Roma, durante las ceremonias de Letrán el 12 de noviembre, era más bien intencional. Las visitas efectivas a las parroquias romanas deben hacerse gradualmente y a su debido tiempo. Espero que todos lo comprendan y sepan ser indulgentes conmigo, en consideración a la ingente mole de obligaciones anejas a mi ministerio.

Es para mí una gran alegría poder visitar como primera parroquia romana, precisamente la vuestra, a la que me une un recuerdo particular. Efectivamente, en los años de la última postguerra, siendo estudiante en Roma, casi todos los domingos venía precisamente a la Garbatella, para ayudar en el servicio pastoral. Todavía están vivos en mi memoria algunos momentos de aquella época, aunque en el curso de más de treinta años, me parece que las cosas han cambiado aquí enormemente.

2. Roma entera ha cambiado. Entonces aquí había unos pocos caseríos. Hoy nos encontramos en el centro de un gran barrio habitado. Ahora ya los edificios ocupan todo el terreno del campo suburbano. Ellos mismos hablan de la gente que los habita.

Vosotros, queridos parroquianos, sois estos habitantes. Formáis el vecindario de Roma y, a la vez, una determinada comunidad del Pueblo de Dios.

Precisamente la parroquia es esta comunidad. Lo es y lo viene a ser siempre a través del Evangelio, la Palabra de Dios, que se anuncia aquí con toda regularidad, y también por el hecho de que se vive aquí la vida sacramental.

Al venir hoy entre vosotros, en el nombre de Cristo, pienso sobre todo en lo que el mismo Cristo os transmite por medio de sus sacerdotes, vuestros Pastores. Pero no sólo por medio de ellos. Pienso en cuanto Cristo obra por medio de todos vosotros.

3. ¿A quiénes va de modo particular mi pensamiento y a quiénes me dirijo?

Me dirijo a todas las familias que viven en esta comunidad parroquial y que constituyen una parte de la Iglesia de Roma.

Para visitar las parroquias, como parte de la Iglesia-diócesis, es necesario reunir a todas las "iglesias domésticas", esto es, a todas las familias; de hecho, así llamaban a las familias los Padres de la Iglesia. "Haced de vuestra casa una iglesia", recomendaba a sus fieles en un sermón San Juan Crisóstomo. Y al día siguiente repetía: "Cuando ayer os dije: haced de vuestra casa una iglesia, prorrumpisteis en aclamaciones de júbilo y manifestasteis de manera elocuente cuánta alegría inundó vuestra alma al escuchar estas palabras" (In Genesim Ser. VI, 2; VII, 1; PG 54, 607 ss.; cf. también Lumen gentium, 11; Apostolicam actuositatem, 11). Por eso, al encontrarme hoy entre vosotros, delante de este altar, como Obispo de Roma, me traslado en espíritu a todas las fa­milias. Ciertamente, muchas están aquí presentes: les dirijo mi saludo cordial; pero busco a todas con el pensamiento y con el corazón.

Digo a todos los esposos y padres, jóvenes y mayores: Daos las manos como hicisteis el día de vuestra boda, al recibir gozosamente el sacramento del matrimonio. Imaginaos que vuestro Obispo os pide hoy otra vez el consentimiento, y que vosotros pronunciáis, como entonces, las palabras de la promesa matrimonial, el juramento de vuestro matrimonio.

¿Sabéis por qué os lo recuerdo? Porque de la observancia de estos compromisos depende la "iglesia doméstica", la calidad y santidad de la familia, la educación de vuestros hijos. Todo esto Cristo os lo ha confiado, queridos esposos, el día en que, mediante el ministerio del sacerdote, unió para siempre vuestras vidas, en el momento en que pronunciasteis las palabras que no debéis olvidar jamás: "hasta la muerte". Si las recordáis, si las observáis, mis queridos hermanos y hermanas, también sois apóstoles de Cristo y contribuís a la obra de la salvación (cf. Lumen gentium, 35, 41; Gaudium et spes, 52).

4. Ahora mi pensamiento va también a vosotros, niños, a vosotros, jóvenes.

El Papa tiene una predilección especial por vosotros porque no sólo representáis, sino que sois el porvenir de la Iglesia y, por lo tanto, el porvenir de vuestra parroquia.

Sed profundamente amigos de Jesús y llevad a la familia, a la escuela, al barrio, el ejemplo de vuestra vida cristiana, límpida y alegre.

Sed siempre jóvenes cristianos, verdaderos testigos de la doctrina de Cristo. Más aún, sed portadores de Cristo en esta sociedad perturbada, hoy más que nunca necesitada de El. Anunciad a todos con vuestra vida que sólo Cristo es la verdadera salvación de la humanidad.

5. Además, me dirijo, en esta visita, a los enfermos, a los que sufren, a las personas que se encuentran en soledad, abandonadas, que necesitan comprensión, sonrisa, ayuda, solidaridad de los hermanos.

En este momento va también mi pensamiento a todos los moradores —enfermos, médicos, personal de asistencia, capellanes, hermanas— del gran hospital que se encuentra dentro de los límites de esta parroquia, el Centro Traumatológico Ortopédico.

A todos mi estímulo más afectuoso y la seguridad de mi oración.

6. Ahora que hemos abrazado con el pensamiento y el corazón a toda vuestra comunidad, quiero ocuparme de quienes en ella, de modo particular, se han entregado a Cristo.

Quiero manifestar un aprecio especial a las religiosas que viven y trabajan en esta populosa parroquia: las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que se dedican al cuidado de los pequeños y de los pobres; las Hermanas Esclavas del Santuario, que están consagradas al apostolado de la escuela; las Hermanas Discípulas de Jesús Eucarístico, que unen a la adoración continua a Jesús Eucaristía la tarea de la educación de los muchachos; las Clarisas Capuchinas, que desde hace cuatrocientos años oran y se ofrecen por la Iglesia y por el mundo, en el silencio y en la pobreza.

¡Gracias, gracias, queridas hermanas! ¡Vuestro Esposo Jesús os recompensará el bien que hacéis! Continuad sirviendo al Señor "con alegría" y con generosa e intensa constancia.

7. Las últimas palabras os las dirijo a vosotros, queridos hermanos sacerdotes, a usted, querido párroco, y a todos sus colaboradores. Ya he tenido ocasión de encontrarme con vosotros aparte y reflexionar juntos sobre varios problemas de vuestra parroquia. Os agradezco mucho vuestra colaboración conmigo, con el cardenal Vicario de Roma, con el obispo auxiliar de vuestro sector.

Mediante vuestro ministerio Cristo mismo viene y vive en esta comunidad, enseña, santifica, absuelve y, sobre todo, hace un don de todos y de todo al Padre, como dice la tercera Plegaria eucarística.

No os canséis del santo ministerio, no os canséis del trabajo por vuestro Maestro. A través de vosotros llegue a todos la voz del Adviento, que suena tan clara en las palabras del Evangelio: "¡Vigilad!".

8. Vuestra parroquia celebra hoy la fiesta de su titular: San Francisco Javier, apóstol del Extremo Oriente, misionero y patrono de las misiones.

¡Cuánto mereció por esta única causa: llevar el adviento de Cristo a los corazones de quienes lo ignoraban, de aquellos a quienes no había llegado todavía su Evangelio! Vuestra parroquia piensa seguir a su Patrón, y hoy celebra su jornada misionera.

¡Que la Palabra de Dios pueda llegar a todos los confines de la tierra! ¡Que pueda abrirse camino en cada corazón humano!

Esta es la oración que elevo, junto con vosotros, por intercesión de San Francisco Javier, yo, vuestro Obispo: ¡Ven, Señor Jesús, Maranatha! Amén.

 



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