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SANTA MISA CON LOS NUEVOS DIÁCONOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Paulina
Sábado 21 de abril de 1979

 

Muy queridos diáconos:

En la larga historia de la Iglesia de Roma no es raro ver diáconos unidos al Papa en su ministerio, ver a diáconos al lado del Papa. Me proporciona un gozo especial sentirme esta mañana rodeado de diáconos, pues nuestra relación —nuestra comunión eclesial— alcanza su expresión más alta en el Santo Sacrificio de la Misa

Nuestro gozo se ve aumentado —el vuestro y el mío— al tener aquí con nosotros a algunos padres y seres queridos vuestros. Todos hemos venido a celebrar el misterio pascual y a experimentar el amor de Jesús. El suyo es un amor de sacrificio, un amor que le movió a entregar la vida por su pueblo y tomarla de nuevo. Su amor de sacrificio se ha manifestado con gran generosidad en la vida de vuestros padres; por ello, es muy natural que ellos disfruten hoy de un momento excepcional de serenidad, satisfacción y sano orgullo.

Al conmemorar la resurrección del Señor Jesús, reflexionamos sobre sus distintas apariciones tal como las recuerda la lectura de los Hechos de los Apóstoles, la aparición a María Magdalena, a los dos discípulos, a los once Apóstoles. Renovamos nuestra fe, nuestra santa fe católica, y nos regocijamos y exultamos porque el Señor ha resucitado verdaderamente. ¡Aleluya! Hoy en día tenemos mucha mayor conciencia que anteriormente de lo que significa ser pueblo pascual y que nuestro canto sea el aleluya.

El acontecimiento pascual —la resurrección corporal de Cristo— impregna la vida de toda la Iglesia. Da a los cristianos de todos los lugares fuerza para cada circunstancia de la vida. Nos sensibiliza hacia la humanidad con todas sus limitaciones, sufrimientos y necesidades. La resurrección tiene inmenso poder de liberar, elevar, conseguir justicia, producir santidad y causar alegría.

Pero para vosotros, diáconos, hay un mensaje particular esta mañana. Por vuestra sagrada ordenación habéis sido vinculados de modo especial al Evangelio de Cristo resucitado. Se os ha encargado prestar un tipo especial de servicio, diaconía, en el nombre del Señor resucitado. En la ceremonia de ordenación el obispo dice a cada uno de vosotros: "Recibe el Evangelio de Cristo, del que ahora eres heraldo. Cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas". De modo que estáis llamados a llevar las palabras de los Hechos de los Apóstoles en el corazón. En vuestra calidad de diáconos habéis llegado a quedar asociados con Pedro y Juan y todos los Apóstoles. Ayudáis en el ministerio apostólico y participáis en su proclamación. Como los Apóstoles, también vosotros os debéis sentir impulsados a proclamar la resurrección del Señor Jesús de palabra y con obras. También vosotros debéis experimentar la urgencia de hacer el bien, de rendir servicio en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, de llevar la Palabra de Dios a la vida de su pueblo santo.

En la primera lectura de hoy oímos decir a los Apóstoles: "Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído". Y estáis llamados a proclamar con obediencia de fe y basados en su testimonio —basados en lo que ha sido transmitido en la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo— el gran misterio de Cristo resucitado que comunicó a todos sus hermanos, en el mismo acto de resucitar, la vida eterna, puesto que les comunicó su victoria sobre el pecado y la muerte. Recordad que los Apóstoles constituyeron un reto y un reproche para muchos cuando proclamaron la resurrección. Y se les conminó a que no siguieran hablando en el nombre de Jesús resucitado. Pero su respuesta fue inmediata y neta: "Juzgad por vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a El".

Y en esta obediencia a Dios encontraron la plenitud suprema del gozo pascual.

Lo mismo es para vosotros, nuevos diáconos de este período pascual, en cuanto asociados a los obispos y sacerdotes de la Iglesia; vuestro discipulado tendrá estas dos características: obediencia y gozo. Las dos a su modo harán patente la autenticidad de vuestra vida. Vuestra capacidad para comunicar el Evangelio dependerá de vuestra adhesión a la fe de los Apóstoles. La eficiencia de vuestra diaconía se medirá por la fidelidad de vuestra obediencia al mandato de la Iglesia. Es Cristo resucitado quien os ha llamado y es su Iglesia la que os envía a proclamar el mensaje transmitido por los Apóstoles. Y es la Iglesia la que autentica vuestro ministerio. Estad seguros de que la misma potencia del Evangelio que proclamáis os colmará de la alegría más sublime posible: alegría de sacrificio, sí, pero alegría transformante por estar íntimamente asociados a Cristo resucitado en su misión triunfal de salvación. Todos los discípulos de Jesús, y vosotros diáconos a título especial, están llamados a difundir la inmensa alegría pascual experimentada por nuestra Madre bendita. Ante la resurrección de su Hijo vemos a María como Mater plena sanctae laetitiae, transformada en Causa nostrae laetitiae para nosotros.

Obediencia y gozo son, por tanto, expresiones auténticas de vuestro discipulado. Pero son también condición de la eficiencia de vuestro ministerio y, al mismo tiempo, dones de la gracia de Dios, efectos precisamente del misterio de la resurrección que proclamáis.

Queridos diáconos: Os hablo como a hijos, hermanos y amigos. Hoy es día de gozo especial. Pues que sea asimismo día de resoluciones especiales. En presencia del Papa, bajo la mirada de los Apóstoles Pedro y Pablo, en compañía de Esteban, siendo testigos vuestros padres y en comunión con la Iglesia universal, renovad otra vez vuestra consagración eclesial a Jesucristo, a quien servís y cuyo mensaje vivificador estáis llamados a transmitir en toda su pureza e integridad, con todas sus exigencias y todo su poder. Y sabed que con inmenso amor os repito a vosotros y a vuestros hermanos diáconos de toda la Iglesia, las palabras del Evangelio de esta mañana, las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: "Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura".

Esto es lo que significa vuestro ministerio. En esto consistirá vuestro grandioso servicio a la humanidad. Esta es vuestra respuesta al amor de Dios. Amén.

 



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