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BEATIFICACIÓN DE LOS SIERVOS DE DIOS
ALAIN SE SOLMINIHAC, LUIS SCROSOPPI, RICARDO PAMPURI,
CLAUDINA THÉVENET Y MARÍA REPETTO 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Plaza de San Pedro
Domingo 4 de octubre de 1981

 

Hermanos y hermanas queridísimos:

1. ¡ Hoy es un día de sincero júbilo y de ferviente alegría para el Pueblo de Dios! Toda la Iglesia se arrodilla para venerar a tres de sus hijos y a dos de sus hijas, que realizaron de manera heroica en su vida terrena, día tras día, las exigencias del mensaje del Evangelio. ¡La Iglesia, santificada por la sangre de su Esposo, Cristo, se ha convertido en madre de Santos y de Santas! Y en este día tiene el íntimo orgullo de presentar al mundo contemporáneo cinco nuevos Beatos, testigos de su perenne, inagotable, juvenil vitalidad, y portadores de ese mensaje de alegría, que es típico del anuncio del Evangelio.

Y en el signo de esta alegría cristiana escucharemos el mensaje que los nuevos cinco Beatos nos entregan hoy, para que lo sepamos hacer nuestro, realizándolo en nuestra vida y lo transmitamos, así, en su autenticidad a la sociedad de hoy, que está en continua búsqueda del Absoluto.

2. ALAIN DE SOLMINIHAC, nacido de antigua familia del Périgord cuyo lema era "Fe y valor", soñó primero en los Caballeros de Malta. Pero en 1613, a la edad de veinte años, decidió entrar en la abadía de Chancelade, cerca de Périgueux, de los Canónigos Regulares de San Agustín. Tras la ordenación, prosiguió estudios de teología y espiritualidad en París. En la Epifanía de 1623 recibió la bendición abacial y emprendió valientemente la restauración material y espiritual de la abadía. Era la época de la puesta en práctica del Concilio de Trento. Su ejemplo tuvo gran resonancia en la región y fuera de ella. En este momento quisiera hacer notar que este guía de vida evangélica puede iluminar singularmente a los institutos religiosos de nuestro tiempo. Alcanzados éstos inevitablemente por las mutaciones socio-culturales de hoy, deben afrontar el reto de no hacerse insípidos o incluso diluirse, renovando la fidelidad a la "vía estrecha" enseñada por Jesucristo y caracterizada para siempre por la opción consciente y permanente de la pobreza, castidad y obediencia consagradas. La experiencia de Alain de Solminihac recuerda oportunamente a todos los religiosos el valor y la fecundidad de su oblación radical, sostenida por la observancia de la regla, la mortificación y la vida en comunidad. Pido al nuevo Beato que les contagie su fervor ascético.

En 1636 la fama de celo y santidad del abad de Chancelade hizo que el Papa Urbano VIII le nombrara obispo de Cahors. Admirador ferviente de la pastoral conciliar del santo arzobispo de Milán, Carlos Borromeo, mons. de Solminihac tomó también él la decisión de dar a su diócesis la fisonomía y vitalidad demandadas por el Concilio de Trento. Sus veintidós años de episcopado en el Quercy fueron un despliegue incesante de actividades importantes y eficaces: convocación del Sínodo diocesano, instauración de un consejo episcopal semanal, visita sistemática a las ochocientas parroquias de la diócesis, a cada una de las cuales acudirá nueve veces, creación de un seminario que confió a los paúles, multiplicación de las misiones parroquiales, desarrollo del culto eucarístico en un tiempo en que el jansenismo comenzaba a extenderse, promoción o fundación de obras caritativas para ancianos y huérfanos, enfermos y víctimas de la peste. Tres años antes de la muerte, él mismo predicaba el Jubileo de 1656 con dos objetivos: convertir a su pueblo y sensibilizarlo sobre la misión particular del Obispo de Roma, custodio de la comunión entre las Iglesias. En una palabra, la frase del Salmo 69 "Me consume el celo de tu casa", podría resumir perfectamente la vida pastoral de este obispo del siglo XVII. La figura eminente de Alain de Solminihac bien se merecía que la pusiera en el candelero la Iglesia a quien había servido tan ardientemente. Ojalá los obispos de Francia y de todos los países encuentren en la vida del Beato Alain de Solminihac, valentía para evangelizar sin miedo el mundo contemporáneo.

3. LUIS SCROSOPPI, de Udine, ordenado sacerdote en , 1827, se entrega a un apostolado incansable, animado e impulsado por la caridad de Cristo. Instituye la "Casa de las abandonadas" o "Instituto de la Providencia", para la formación humana y cristiana de las muchachas; abre la "Casa provvedimento" para las ex-alumnas sin trabajo; da comienzo a la Obra en favor de las sordomudas, y funda las religiosas de la Providencia bajo la protección de San Cayetano. El padre Luis ingresa en la congregación del Oratorio y la convierte en un dinámico centro de irradiación de vida espiritual.

En su vida, gastada totalmente por las almas, tuvo tres grandes amores: Jesús; la Iglesia y el Papa; los "pequeños".

Desde muy joven, elige a Cristo como Maestro y lo ama, contemplándolo pobre y humilde en Belén; trabajador en Nazaret; paciente y víctima en Getsemaní y en el Gólgota; presente en la Eucaristía. "Quiero serle fiel —escribe— unido perfectamente a El en el camino del cielo y llegar a ser una copia suya".

Su amor a la Iglesia se manifiesta en la fidelidad completa a las leyes eclesiásticas; en su apostolado, que no conoce pausas o vacilaciones; en la dócil aceptación del Magisterio.

El padre Scrosoppi gastó literalmente toda su vida en el ejercicio de la caridad para con el prójimo, especialmente con los más pequeños y los más abandonados. Distribuyó a los pobres sus numerosos bienes patrimoniales. "Los pobres y los enfermos son nuestros dueños y representan la persona misma de Jesucristo": son palabras suyas; pero son también, y mucho más, su vida.

En la base de su múltiple actividad pastoral y caritativa hay una profunda interioridad; su jornada es una continua oración: meditación, visitas al Santísimo Sacramento, rezo del Breviario, "Via Crucis" diario, Rosario y, finalmente, larga oración nocturna; dando de este modo a los fieles, a los sacerdotes y a los religiosos un luminoso y eficaz ejemplo de equilibrada síntesis entre vida contemplativa y vida activa.

4. HERMINIO FELIPE PAMPURI, el décimo de once hijos, a los 24 años es médico rural y a los 30 entra en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (Fatebenefratelli). Tres años después moría.

Es una figura extraordinaria, cercana a nosotros en el tiempo, pero más cercana aún a nuestros problemas y a nuestra sensibilidad. Nosotros admiramos en Herminio Felipe, que en la Orden se llamó fray Ricardo Pampuri, al joven laico cristiano, empeñado en dar testimonio dentro del ambiente estudiantil, como miembro activo del círculo universitario "Severino Boecio" y socio de la Conferencia de San Vicente de Paúl; al médico dinámico, animado por una intensa y concreta caridad hacia los enfermos y los pobres, en los cuales entrevé el rostro de Cristo paciente. Realizó literalmente las palabras que escribió a su hermana religiosa, cuando era médico rural: "Ruega para que la soberbia, el egoísmo y cualquier otra pasión no puedan impedirme ver siempre a Jesús paciente en mis enfermos, cuidarle, confortarle. ¡Con este pensamiento siempre vivo en la mente, qué suave y qué fecundo debería parecerme el ejercicio de mi profesión!".

Lo admiramos también como religioso integérrimo de una benemérita Orden que, según el espíritu de su fundador, San Juan de Dios, ha hecho de la caridad hacia Dios y hacia los hermanos enfermos la propia misión específica y el propio carisma originario. "Quiero servirte, Dios mío, en el futuro, con perseverancia y amor sumo: en mis superiores, en mis hermanos, en los enfermos tus predilectos: dame la gracia de servirles como te serviría a ti": así escribía en los propósitos de preparación para la profesión religiosa.

La vida breve, pero intensa, de fray Ricardo Pampuri es un estímulo para todo el Pueblo de Dios, pero especialmente para los jóvenes, para los médicos, para los religiosos.

Dirige a los jóvenes contemporáneos la invitación a vivir gozosa y valientemente la fe cristiana; en continua escucha de la Palabra de Dios, en generosa coherencia con las exigencias del mensaje de Cristo, en la donación a los hermanos.

A los médicos, sus colegas, les dirige una llamada para que desarrollen con esfuerzo su delicada arte, animándola con ideales cristianos, humanos, profesionales, a fin de que sea una auténtica misión de servicio social, de caridad fraterna, de auténtica promoción humana.

A los religiosos y religiosas, especialmente a los que, en humildad y ocultamiento, realizan su consagración en las salas de los hospitales o de las clínicas, fray Ricardo les recomienda vivir el espíritu originario de su Instituto, en el amor a Dios a los hermanos necesitados.

5. CLAUDINA THEVENET pasó toda su vida en Lión. Su adolescencia fue turbada por la Revolución francesa que sacudió con gran violencia su ciudad natal. Una mañaña de enero de 1794, esta muchacha de 19 años reconoció a sus hermanos Luis y Francisco en el pelotón de condenados a muerte; y tuvo el valor de acompañarlos hasta el lugar del suplicio y recoger sus últimas palabras: "Glady: Perdona como nosotros perdonamos". Sin duda alguna este hecho fue elemento determinante de la vocación de Claudina, que era muy compasiva con las miserias acumuladas por la tempestad revolucionaria. Sueña con ser mensajera de la misericordia y el perdón de Dios en aquella sociedad destrozada, y dedicar la vida a la educación de las jóvenes, sobre todo de las más pobres cuya situación supera toda imaginación. Por ello y con la ayuda clarividente del padre Coindre, Claudina funda en 1816 una Pía Unión que será más tarde la congregación de Jesús-María. Para gozo grande de la Iglesia, las hijas de la madre Thévenet son hoy más de 2.000 y están presentes en todos los continentes viviendo realmente de su espíritu. Escuelas y colegios, hogares de muchachas y ancianos, pastoral catequética y familiar, dispensarios y casas de oración sólo tienen un objetivo: el de dar a conocer a Jesús y María, trabajando al mismo tiempo en la promoción social de los pobres.

A ciento cincuenta años de distancia, la vida de esta fundadora sigue interpelando a sus hijas y también a los cristianos. ¿Acaso no nos hallamos nosotros igualmente en una sociedad demasiado tentada y desfigurada por la violencia? ¿Es que no necesitamos dejarnos invadir por la misericordia infinita de Dios para prestar nuestra aportación valiente a la "civilización del amor" de que hablaba Pablo VI, la única digna del hombre? Claudina Thévenet se nos presenta como modelo de amor y perdón: "Que la caridad sea como la pupila de vuestros ojos", sigue diciéndonos ahora como gustaba repetir a sus religiosas. "Estad dispuestas a sufrir todo de los demás y a no hacer sufrir a nadie".

Por otra parte, ¿acaso no continúa siendo la nueva Beata un modelo de vida evangélica y religiosa para aquellos y aquellas que se consagran a la educación de la juventud en la Iglesia y siguiendo sus directrices? Las intuiciones y métodos pedagógicos de Claudina Thévenet siguen de actualidad; o sea, una educación rebosante de atenciones maternas que procura preparar a las chicas a la vida con la adquisición de competencia profesional e iniciándolas gradualmente en sus responsabilidades futuras de esposas y madres; y sobre todo, educación profundamente cristiana porque "no hay desgracia mayor —solía repetir— que vivir y morir sin conocer a Dios".

Claudina, que hizo de su vida religiosa un "himno de gloria" al Señor imitando a la Virgen María a quien veneraba profundamente, recuerda a los cristianos que vale la pena jugárselo todo por Dios. A aquellos y aquellas a quienes el Señor invita a consagrarse más particularmente a su servicio, les confirma que es menester saber "perder la Vida" para que otros lleguen a amar y conocer a Dios; y con su ejemplo les confirma asimismo que el logro más bello de la vida es la santidad.

6. MARÍA REPETTO, ingresa a los 22 años en Génova en la congregación de las religiosas de Nuestra Señora del Refugio, en Monte Calvario. Durante las numerosas y graves epidemias de cólera que se abaten sobre la ciudad, corre intrépida a la cabecera de los enfermos. La fama de la "monja santa" crece cada día y, cuando asume la tarea de portera, continúa dando los tesoros de su alta espiritualidad a cuantos acuden a ella pidiendo ayuda y consejo.

María Repetto desde la juventud aprendió y vivió una gran verdad, que también nos ha transmitido a nosotros: Jesús debe ser contemplado, amado y servido en los pobres, en todos los momentos de nuestra vida. Ella da todo lo que tiene: sus ahorros, sus cosas, su palabra, su tiempo, su sonrisa. "Servir a los pobres de Jesús", era el programa de su Instituto; programa que ella realizó en los 50 años de vida religiosa, sirviendo, ante todo, a Jesús, creciendo en la perfección del amor, recordándose a sí misma: "ante todo ser religiosa", y sirviendo a los pobres, porque Cristo vive en los pobres.

San Francisco de Caporoso, llamado por los genoveses "el padre santo" enviaba a la "monja santa" personas de toda extracción social, necesitadas de ayuda y de consejos. El humilde fraile mendicante, canonizado en 1962, y la humilde religiosa portera que sube hoy al honor de los altares, fueron en el siglo pasado los dos polos de la vida religiosa de Génova. María Repetto estaba siempre contenta y serena y se alegraba de tener el corazón más abierto que la puerta del convento, y de dar, dar siempre, dar todo. Y esta alegría de su donación a Dios culminó en su muerte: con la sonrisa en los labios, la Beata pronunció sus últimas palabras, que son un himno de júbilo a la Madre de Dios: "Regina coeli, laetare, alleluia!".

7. Queridísimos:

Hemos comenzado esta reflexión con el signo de la alegría cristiana; y en el signo del gozo pascual, fruto de la cruz de Jesús, continuamos esta solemne celebración, confortados por los admirables ejemplos de estos nuevos Beatos, que nos indican el camino que también nosotros debemos recorrer en nuestra peregrinación terrena: el camino del amor a Dios y a los hermanos, especialmente a los que sufren en el espíritu y en el cuerpo.

Los nuevos Beatos confiaron en el Señor, lo invocaron, seguros de su clemencia y misericordia; siguieron sus caminos; trataron de agradarle; se echaron en sus brazos (cf. Sir 2, 7 s.). En la cumbre de sus pensamientos, por encima de todo, pusieron la caridad, convencidos de que ella es "el vínculo de la perfección" (cf. Col 3, 14). Haciendo propia la invitación de Cristo, vendieron todo lo que tenían y lo dieron en limosna; se hicieron bolsas que no envejecen, y han conseguido un tesoro inagotable en los cielos (cf. Lc 12, 32 s.), como dice el pasaje evangélico que se ha leído hace poco.

Mientras nos inclinamos reverentes ante ellos, nos confiamos a su potente intercesión:

¡Beato Alain de Solminihac, Beato Luis Scrosoppi, Beato Ricardo Pampuri, Beata Claudina Thévenet, Beata María Repetto, rogad a la Santísima Trinidad por vuestras patrias terrenas, para que vivan en serena concordia. ¡Rogad por vuestras familias religiosas, para que den a la sociedad contemporánea un gozoso testimonio de su donación a Dios! ¡Rogad por la Isglesia, peregrina en la tierra, para que sea siempre signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano!

¡Rogad por todos los pueblos del mundo, para que realicen en sus relaciones la justicia y la paz!

¡Oh nuevos Beatos y Beatas, rogad por nosotros!

¡Amén!

 



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