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SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE
SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE, ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado 21 de noviembre de 1981

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de gran alegría poderme encontrar con vosotros, en torno al altar del Señor, para celebrar la liturgia eucarística en la clausura del año jubilar con el que se ha recordado la fundación de este instituto, acaecida hace 300 años en Reims, Francia, por obra de San Juan Bautista de La Salle.

Para ser más preciso, la fecha fijada, como bien sabéis, era el 16 del pasado mes de mayo; pero la Divina Providencia, en la que el fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas creía firmemente y a la que se confiaba con extrema confianza, decidió de otra manera. Pero apenas ha sido posible, no he dejado de cumplir la promesa, y he venido para tomar parte en vuestra alegría y para expresar el aprecio y la gratitud de toda la Iglesia.

Inspirándoos en los ejemplos y en la doctrina de San Juan Bautista de La Salle, auténtico genio de educador cristiano, habéis extendido nada menos que a 82 naciones sus ideales y sus ansias apostólicas. El, en ese gran siglo que fue para Francia el "Seiscientos", intuyó que era necesario enseñar sobre todo el arte de vivir cristianamente, y se dedicó al ideal de las escuelas cristianas con la intención de dar a todos una sólida cultura a la luz del Evangelio.

Las innovaciones y las obras que él realizó están ahí para significar la grandeza de ese hombre inteligente y clarividente; la profundidad de la doctrina y la heroicidad de sus virtudes demuestran su santidad. Vosotros habéis recogido con espíritu ardiente su preciosa herencia; el día de su muerte, acaecida en Rouen el 7 de abril de 1719, los Hermanos eran 101 y tenían escuelas en varias regiones de Francia y una también en Roma, con aprobación pontificia; hoy casi 11.000 Hermanos enseñan en todas las partes de la tierra.

Todo esto es para vosotros y para la Iglesia motivo de alegría y gratitud al Señor quien, a pesar de las dificultades y adversidades, ha mantenido viva la llama que encendió el fundador y ha permitido continuar su obra tan necesaria y benemérita.

2. Este encuentro, solemne y significativo, nos ofrece la ocasión de meditar sobre las enseñanzas de San Juan Bautista de La Salle, partiendo de la escena descrita por el Evangelio que acaba de ser proclamado.

Se trata de un episodio que, a primera vista, puede desconcertar. Por una parte, se nota el afecto de María y de los parientes hacia Jesús, los cuales le quieren, le siguen, viven en ansias por El, a veces incluso quedan perplejos ante sus discursos y su conducta; por otra parte, se ve la adhesión de las turbas a Jesús, anhelantes de escuchar con atención su palabra. Y Jesús, cuando le anuncian que su Madre y sus parientes desean verle, echando una mirada sobre la muchedumbre, dice: "¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3, 31-35). Jesús con palabra serena parece apartarse de los afectos humanos y terrenos, para afirmar un tipo de parentesco espiritual y sobrenatural que deriva del cumplimiento de la voluntad de Dios. Ciertamente, Jesús con esa frase no quería eliminar el propio amor a su Madre y a sus parientes, ni mucho menos negar el valor de los afectos familiares. Más aún, precisamente el mensaje cristiano subraya continuamente la grandeza y la necesidad de los vínculos familiares. Jesús quería, en cierto modo, anticipar o explicar la doctrina fundamental de la vid y los sarmientos, esto es, de la misma vida divina que pasa entre Cristo Redentor y el hombre redimido por su "gracia". Al cumplir la voluntad de Dios, somos elevados a la dignidad suprema de la intimidad con El. Este fue el estímulo continuo de vuestro santo fundador, quien a la hora de morir dijo todavía: "Adoro en todas las cosas la voluntad de Dios para conmigo", y este ideal nos lo señala ahora con toda su carga espiritual. Se trata de descubrir cuál es en efecto la voluntad del Altísimo. En general, se puede decir que ante todo hacer la voluntad de Dios significa acoger el mensaje de luz y de salvación anunciado por Cristo, Redentor del hombre. Efectivamente, si Dios ha querido entrar en nuestra historia, asumiendo la naturaleza humana, es signo cierto de que desea y quiere ser conocido, amado y seguido en su presencia histórica y concreta. Y, puesto que Dios es "Verdad" por esencia, al revelarse en la historia siempre mudable y contrastante, debía necesariamente, por la lógica intrínseca de la verdad, garantizar la Revelación y la consiguiente Redención mediante la Iglesia, compuesta de hombres, pero asistida por El mismo de modo particular, a fin de que la verdad revelada se mantuviese íntegra y segura en las vicisitudes de los tiempos. San Juan Bautista de La Salle comprendió perfectamente esta exigencia primera de la voluntad de Dios que es la fe en Cristo y en la Iglesia. Por tanto, quiso las "Escuelas Cristianas" para la educación y formación de los niños y de los jóvenes en el "encuentro con Cristo"; y en el testamento espiritual pedía a Dios la gracia de que la familia que había fundado "estuviese siempre sinceramente sometida al Papa y a la Iglesia Romana". Se trata de una enseñanza muy válida también en nuestra época, en la que es necesario educar para descubrir y valorar todo lo que hay de bueno en las corrientes del pensamiento moderno, sin ceder, sin embargo, en nada acerca de lo que es patrimonio de la "Verdad".

Juntamente con la fe en Cristo, es también voluntad de Dios la vida de "gracia", es decir, la práctica de la "ley moral", expresión precisamente de la voluntad divina en relación con el ser racional y volitivo, creado a su imagen. Por desgracia, existe hoy la tendencia a eliminar el sentido de la culpa y de la realidad del pecado. En cambio, nosotros sabemos que la "ley moral" existe y que la preocupación fundamental del hombre debe ser la de amar sinceramente a Dios, cumpliendo su voluntad, que constituye además, realmente, la auténtica felicidad. Por, esto, la voluntad de Dios es vivir en "gracia", lejos del pecado, y retornar a la "gracia" mediante el arrepentimiento y la confesión sacramental, si se hubiera perdido. También ésta fue la intención de San Juan Bautista de La Salle con la institución de las Escuelas Cristianas: "Estamos en este mundo únicamente para salvarnos", escribía en sus "Meditaciones sobre las principales fiestas del año", e invitaba a pedir a la Virgen Santísima la gracia de poder evitar el mal.

Finalmente, es sin duda voluntad de Dios el compromiso en la caridad. "Si no tengo caridad —escribía San Pablo—, soy como bronce que resuena o címbalo que retiñe". Y continuaba: "Si teniendo tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada" (1 Cor 13, 1-2). Impulsado por este apasionado espíritu de caridad, San Juan Bautista de La Salle se dedicó a los muchachos, más pobres económica, cultural y espiritualmente, e inculcó que bajo el vestido humilde y miserable se viese siempre a la persona de Cristo.

El Santo fundador interpretó exactamente la afirmación de Jesús. También os exhorto a vosotros a seguirlo siempre, en todo lugar, con amor, con fervor, con generosidad y alegría.

3. Queridísimos: Hoy, 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de María en el Templo, resulta espontáneo concluir esta homilía recordando la tierna devoción que siempre cultivó San Juan Bautista de La Salle hacia María Santísima y de la cual están llenas sus obras ascéticas y pedagógicas. Decía explícitamente: "Si tenemos una verdadera devoción a la Santísima Virgen, nada podrá faltarnos de cuanto sea necesario para nuestra salvación" ("Meditaciones sobre las principales fiestas del año"), e insistía particularmente sobre el rezo cotidiano del Rosario; deseaba que la jornada se concluyese con la oración "María, Mater gratiae", la última que él mismo rezó en el lecho de muerte.

San Juan Bautista de La Salle os sirva de ejemplo y de guía en el compromiso por cumplir la voluntad de Dios y en el esfuerzo por adquirir una tierna y auténtica devoción a la Virgen, la cual no dejará de conseguiros la perseverancia en el amor a Cristo y a los hermanos.

Deseo añadir una palabra en la lengua de vuestro fundador, que es también la de algunos de vosotros. Todos, profesores, padres, alumnos, tened confianza en las capacidades de fe, del bien, del don de sí que duermen en el corazón de las jóvenes generaciones, y es necesario despertar, reforzar y desarrollar de acuerdo con el amor exigente de Jesucristo, "no como vasijas que se deben. llenar, sino como almas a las que hay que formar", según la expresión de San Juan Bautista de La Salle. Que este gran Santo os ilumine el camino y suscite nuevos hermanos para que por medio de vosotros y de ellos, la Iglesia de hoy prosiga con ardor su misión educadora.

 



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