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MISA EN EL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINO AMERICANO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

10 de enero de 1982

 

Amadísimos hermanos, 
superiores y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma:

1. Aceptando la invitación que me hicieron hace algún tiempo los Superiores, con sumo gusto comparto con vosotros la Eucaristía de esta tarde, que nos convida a adentrarnos en el misterio de Cristo, hoy festividad del bautismo del Señor.

He querido hacer una visita al Colegio, que sigue a la realizada hace 19 años por mi Predecesor el Papa Pablo VI, para mostrar así toda la estima que nutro hacia los centros eclesiales de Roma, en los que reciben un complemento de formación intelectual y espiritual tantos sacerdotes llegados hasta aquí, como vosotros, desde muy diversos y lejanos Países de todo el mundo.

Concretamente, al venir a esta casa me parece que vuelvo a pisar de nuevo, como en una visita a cada País, las tierras del continente americano, cuya vida religiosa sigo con especial solicitud por su gran importancia para la Iglesia. Tierras a las que mi misión apostólica me ha llevado físicamente en tres ocasiones, en mis visitas a la República Dominicana, a México y Brasil, y a las que en tantas otras circunstancias me ha acercado mi ministerio de Sucesor de Pedro y Pastor de toda la grey de Cristo.

Hace apenas un mes, celebrábamos juntos, en la basílica de San Pedro, el 450 aniversario de la presencia materna de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac. Ella que es la Patrona de América Latina, me ha abierto el camino del encuentro con los pueblos de ese continente y me ha guiado también hasta vosotros, que procedéis de aquellas naciones de profunda raigambre cristiana y mariana.

2. Sé bien que la historia del Colegio, una obra querida por el Papa Pío IX en 1858, ha estado ligada muy íntimamente, durante sus casi ciento veinticinco años de existencia, a la historia de unos pueblos que van escribiendo, entre el dolor, el gozo y la esperanza, su propio camino de salvación.

Desde que recibieron la fe hace varios siglos, hasta el momento actual.

En ese sendero de salvación en Cristo Redentor, han dejado su huella imperecedera los 18 Cardenales y 298 Obispos que se formaron en este Colegio y que como Pastores de tantas Iglesias locales han continuado su obra de maestros de la Verdad, ministros del amor salvador y defensores del hombre. A ellos se ha unido una verdadera pléyade de sacerdotes, también alumnos de este Centro, que se han diseminado luego por toda la extensión del continente. Como portadores del mensaje evangelizador, sostenedores en la fe de los testigos del Cristo vivo, creadores de esperanza, predicadores de la dignidad de cada hombre, hermano y amado individualmente por Dios.

Esta breve mirada al pasado de vuestro Colegio, ha de ser para vosotros un compromiso frente al futuro, para continuar e intensificar una línea de generosa y fiel entrega a la Iglesia, a la que os empeña vuestra condición de almas consagradas y vuestra libre elección. Son muchas las personas que así lo esperan y que tienen derecho a recurrir a vosotros en demanda de las ayudas que el poder de Cristo pone en vuestras manos por medio de la Iglesia.

3. Para mejor prepararos a esa misión que os aguarda, podéis disponer ahora, liberados momentáneamente de las tareas de un apostolado directo que consumirán luego vuestras energías de cada día, de un tiempo precioso.

Vuestra presencia como estudiantes en este centro de la Iglesia, junto al Sucesor de Pedro, a donde llegan los latidos de todo el orbe católico os ofrece posibilidades insospechadas de abrir vuestras mentes y corazones a esa dimensión de universalidad eclesial que ha de ser una característica en vuestra vida de sacerdotes.

Al mismo tiempo, la mayor cercanía, incluso física, al Papa, que es la vez Obispo de la diócesis que os hospeda durante estos años de vuestra permanencia romana, ha de daros ese más profundo sensus Ecclesiae, ese constante hábito de tomar como punto de referencia, en vuestra vida personal y en vuestro ministerio, las indicaciones del Magisterio de la Iglesia.

Ello contribuirá a mantener en vosotros la conexión íntima con Cristo, centro del misterio eclesial de salvación, y afianzará la base segura de la guía espiritual de los demás, que como pastores de almas estáis llamados a ejercer en vuestros respectivos ministerios.

Ese amplio sentido de Iglesia, en fidelidad a las enseñanzas magisteriales, os confirmará en la imprescindible vinculación con vuestros respectivos Pastores, dentro de la porción eclesial en la que viviréis vuestra concreta inserción en el designio salvador de Dios. En esa delicada y altísima misión como “piezas centrales en la tarea eclesial, como principales colaboradores de los Obispos, como participantes de los poderes salvadores de Cristo, testigos, anunciadores de su Evangelio, alentadores de la fe y vocación apostólica del Pueblo de Dios”.

Este es el fruto que de los años pasados en Roma, en la meditación y el estudio, esperan vuestros Obispos. Así me lo han dicho en la reciente visita que el 7 de noviembre último me hicieran los miembros de la Comisión Episcopal para el Colegio. Y esta es también la confianza del Papa respecto de vosotros, para que así toméis después, con alegre y esperanzadora actitud, vuestra parte de responsabilidad en la guía de un continente de jóvenes, en el que hay que afrontar tantos y urgentes retos.

4. En la línea de esta vasta visión de vuestro futuro ministerio, querría insistiros en algo que es esencial en el mismo: la sólida preparación espiritual, en la que ha de basarse todo lo demás.

En efecto, estos años que ensanchan horizontes culturales en vuestro contacto con las Universidades romanas, ha de dar a la vez un fuerte impulso a vuestro acercamiento a las grandes fuentes de la espiritualidad. Ante todo a la Palabra revelada, fuente directa de luz y de guía divinas; también a los documentos del Magisterio, a la vivencia eucarística y sacramental, a los seguros veneros de los Padres, de la liturgia, de los grandes maestros de la espiritualidad, a los modelos eclesiales de la rica tradición hagiográfica de la Iglesia.

Todo ello en vistas a crear esa actitud existencial que dé una fuerte orientación de fe a la propia vida y al ministerio pastoral. Para valorar justamente las diversas opciones prácticas y saber dar la debida prioridad, desde una clara identidad sacerdotal y evangélica, a la opción por los más necesitados, los obreros, campesinos, indígenas, marginados y grupos afro-americanos.

Comprometiéndose asimismo en la verdadera promoción y defensa de la dignidad de cada hombre y en el empeño por una mayor justicia en una sociedad que tanto la necesita, como bien os enseña vuestra propia experiencia.

5. La palabra de Dios que acabamos de escuchar en el pasaje evangélico de esta Misa del bautismo del Señor, encierra todo un programa y actitud de vida: “Tú eres mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias”. Es la voz del Padre que, en presencia del Espíritu, manifiesta su amor por el Hijo. Ese misterio revelado de amor divino extendido a todo hombre en Cristo, a la escucha del cual debemos permanecer continuamente, para hacerlo vida en nuestra realidad cotidiana y en la de los hombres de nuestro tiempo.

De ese amor del Padre en Cristo Salvador habréis de ser los testigos creíbles en medio de vuestras comunidades. Y esto lo lograréis en la medida en que asumáis con gozo y generosidad vuestra misión sacerdotal. Con una clara visión de la misma en cuanto continuadores de la obra salvadora de Jesús, amados por el Padre, dóciles a la fuerza vivificadora del Espíritu Santo, fieles a la Iglesia que os ha confiado la tarea de servicio en la fe a los hombres, para conducirlos a la liberación integral en Cristo.

6. No puedo concluir estas breves reflexiones sin dirigir una palabra de aliento a los miembros de la comunidad de Jesuitas a los que está confiada la dirección del Colegio y la guía espiritual de los alumnos. Con mi vivo agradecimiento en nombre de la Iglesia por sus desvelos y sacrificios, va también mi cordial exhortación a no desfallecer en su propósito, a fin de que las metas a las que he aludido antes sean una realidad cada vez más consoladora en la vida del Colegio y de sus alumnos.

Ni quiero omitir la expresión de mi sincera gratitud a las Hermanas de la Doctrina Cristiana aquí presentes, quienes con su trabajo oculto y esforzado tanto contribuyen a la buena marcha de esta comunidad presbiteral. Que el Señor las recompense largamente por este meritorio servicio eclesial que prestan. Igualmente manifiesto mi aprecio y saludo en el amor de Cristo a los colaboradores laicos, acompañados en este acto por sus familiares. A todos bendigo de corazón.

Vamos a proseguir la Eucaristía, presentando sobre el altar, por manos de la Madre de Jesús y Madre nuestra la Virgen Santísima de Guadalupe, todas estas intenciones, a fin de que El las acoja, las bendiga, las haga fructificar en abundantes gracias que acompañen en todo momento nuestra vida. Así sea.




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