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VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Tegucigalpa, 8 de marzo de 1983

 

Amados hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. Aquí, junto a la Madre común, saludo ante todo con afecto al Pastor de esta sede arzobispal de Tegucigalpa, a los otros hermanos obispos, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos de esta amada nación. A todos bendigo de corazón.

Cuando ya está para concluir mi visita apostólica a la Iglesia que vive en estas naciones de América Central, Belice y Haití, he querido venir como peregrino hasta este santuario de Nuestra Señora de Suyapa, Patrona de Honduras, Madre de cuantos profesan la fe en Jesucristo.

Desde esta altura de Tegucigalpa y desde este santuario, contemplo los países que he visitado unidos en la misma fe católica, reunidos espiritualmente en torno a María, la Madre de Cristo y de la Iglesia, vínculo de amor que hace de todos estos pueblos naciones hermanas.

Un mismo nombre, María, modulado con diversas advocaciones, invocado con las mismas oraciones, pronunciado con idéntico amor. En Panamá se la invoca con el nombre de la Asunción; en Costa Rica, Nuestra Señora de los Ángeles; en Nicaragua, la Purísima; en El Salvador se la invoca como Reina de la Paz; en Guatemala se venera su Asunción gloriosa; Belice ha sido consagrada a la Madre de Guadalupe y Haití venera a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Aquí, el nombre de la Virgen de Suyapa tiene sabor de misericordia por parte de María y de reconocimiento de sus favores por parte del pueblo hondureño.

2. Los textos bíblicos que han sido proclamados nos ayudan a comprender el misterio y el compromiso que encierra esta presencia de la Virgen Madre en cada Iglesia particular, en cada nación.

El Evangelio de San Juan nos ha recordado la presencia de María al pie de la cruz y las ultimas palabras del testamento de Jesús con las que proclama a la Virgen, Madre de todos sus discípulos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al Apóstol: “Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27). 

En la hora de Jesús, de la Madre y de la Iglesia, las palabras del Redentor son solemnes y realizan lo que proclaman: María es constituida Madre de los discípulos de Cristo, de todos los hombres (Hch 1, 14). Y el que acoge en la fe la doctrina del Maestro, tiene el privilegio, la dicha, de acoger a la Virgen como Madre, de recibirla con fe y amor entre sus bienes más queridos. Con la seguridad de que Aquella que ha cumplido con fidelidad la Palabra del Señor, ha aceptado amorosamente la tarea de ser siempre Madre de los seguidores de Jesús. Por eso, desde los albores de la fe y en cada etapa de la predicación del Evangelio, en el nacimiento de cada Iglesia particular, la Virgen ocupa el puesto que le corresponde como Madre de los imitadores de Jesús que constituyen la Iglesia.

Lo hemos podido apreciar en el texto de los Hechos de los Apóstoles: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús y de sus hermanos”.  En el nacimiento de la Iglesia, en Pentecostés, está presente la Madre de los discípulos de Jesús, con el ministerio maternal de reunirlos como hermanos en un mismo espíritu y de fortalecerlos en la esperanza, para que acojan la fuerza que viene de lo alto, el Espíritu del Señor que anima y vivifica la Iglesia de Jesús.

Como ya advertían los Padres de la Iglesia, esta presencia de la Virgen es significativa: “No se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de éste” (cf. Cromazio di Aquileia, Sermo XXX, 7: sources chrétiennes, 164, p. 134; Pablo VI, Marialis Cultus, 28).  Y así, cada vez que nace la Iglesia en un país, como se puede apreciar en este continente, de México hasta Chile y Argentina, pasando por el istmo centroamericano, o la Madre de Dios se hace presente de una forma singular, como en Guadalupe, o los seguidores de Jesús reclaman su presencia y dedican templos a su culto, para que la Iglesia tenga siempre la presencia de la Madre, que es garantía de fraternidad y de acogida del Espíritu Santo.

3. En María se realiza plenamente el Evangelio. Nuestra Señora es miembro excelentísimo, tipo y ejemplar acabado para la Iglesia (cf. Lumen Gentium, 53).  Ella es la primera cristiana, anuncio y don de Jesucristo su Hijo, plenitud de las bienaventuranzas, imagen perfecta del discípulo de Jesús.

Porque es una síntesis del Evangelio de Jesús, por eso se la reconoce en vuestros pueblos como Madre y educadora de la fe; se la invoca en medio de las luchas y fatigas que comporta la fidelidad al mensaje cristiano; es Ella la Madre que convoca a todos sus hijos ―por encima de las diferencias que los puedan separar― a sentirse cobijados en un mismo hogar, reunidos en torno a la misma mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

Solamente María pudo hacer de los Apóstoles de Jesús, antes y después de Pentecostés, un solo corazón y un alma sola (cf. Hch 1, 14; 4, 32).  Como si Cristo nos quisiera indicar que ha encomendado al cuidado maternal de su Madre, la tarea de hacer de la Iglesia una sola familia donde reine el amor y se ame ante todo a quien más sufre. Sí, en María tenemos el modelo de un amor sin fronteras, el vínculo de comunión de todos los que somos por la fe y el bautismo “discípulos” y “hermanos” de Jesús.

4. Pero la Virgen es también la “Mujer nueva”. En Ella Dios ha revelado los rasgos de un amor maternal, la dignidad del hombre llamado a la comunión con la Trinidad, el esplendor de la mujer que toca así el vértice de lo humano en su belleza sobrenatural, en su sabiduría, en su entrega, en la colaboración activa y responsable con que se hace sierva del misterio de la redención.

No se puede pensar en María, mujer, esposa, madre, sin advertir el influjo saludable que su figura femenina y materna debe tener en el corazón de la mujer, en la promoción de su dignidad, en su participación activa en la sociedad y en la Iglesia.

Si cada mujer puede mirarse en la Virgen como en el espejo de su dignidad y de su vocación, cada cristiano tendría que ser capaz de reconocer en el rostro de una niña, de una joven, de una madre, de una anciana, algo del misterio mismo de Aquella que es la Mujer nueva; como saludable motivo de pureza y respeto, como razón poderosa para asegurar a la mujer cristiana, a todas las mujeres, la promoción humana y el desarrollo espiritual que les permitan reflejarse en su modelo único: la Virgen de Nazaret y de Belén, de Caná y del Calvario. María en el gozo de su maternidad, en el dolor de la unión con Cristo crucificado, en la alegría de la resurrección de su Hijo, y ahora en la gloria, donde es primicia y esperanza de la nueva humanidad.

5. Queridos hermanos e hijos de este pueblo de Honduras, de donde han salido preciosas iniciativas de catequesis y de proclamación de la Palabra, para llevar el Evangelio a los más pobres y sencillos a quienes Jesús reconoce esa sabiduría que viene del Padre (cf. Lc 10, 21):  Quisiera resumiros en dos palabras la sublime lección del Evangelio de María: La Virgen es Madre; la Virgen es Modelo.

No podemos acoger plenamente a la Virgen como Madre sin ser dóciles a su palabra, que nos señala a Jesús como Maestro de la verdad que hay que escuchar y seguir: “Haced lo que El os diga”. Esta palabra repite continuamente María, cuando lleva a su Hijo en brazos o lo indica con su mirada.

Ella quiere que podamos participar de su misma bienaventuranza por haber creído (cf. Lc 1, 45) como Ella,  por haber escuchado y cumplido la palabra y la voluntad del Señor (cf. Lc 8, 21).  ¡Escuchar y vivir la Palabra! He aquí el secreto de una devoción a la Virgen que nos permite participar plenamente de su amor maternal, hasta que Ella pueda formar, en cada uno de nosotros, a Cristo.

Por eso hemos de rechazar todo lo que es contrario al Evangelio: el odio, la violencia, las injusticias, la falta de trabajo, la imposición de ideologías que rebajan la dignidad del hombre y de la mujer; y hemos de fomentar todo lo que es según la voluntad del Padre que está en los cielos: la caridad, la ayuda mutua, la educación en la fe, la cultura, la promoción de los más pobres, el respeto de todos, especialmente de los más necesitados, de los que más sufren, de los marginados. Porque no se puede invocar a la Virgen como Madre despreciando o maltratando a sus hijos.

La Virgen por su parte, fiel a la palabra del testamento del Señor, os asegura siempre su afecto maternal, su intercesión poderosa, su presencia en todas vuestras necesidades, su aliento en las dificultades. Ella, la “pobre del Señor” (cf. Lumen Gentium, 55),  está cerca de los más pobres, de los que más sufren, sosteniéndolos y confortándolos con su ejemplo.

6. María es Modelo. Modelo ante todo de esas virtudes teologales que son características del cristiano: la fe, la esperanza y el amor (cf. ib. 58). Modelo de esa fiel perseverancia en el Evangelio que nos permite recorrer con Ella “la peregrinación de la fe”.  Modelo de una entrega apostólica que nos permite cooperar en la extensión del Evangelio y en el crecimiento de la Iglesia (cf. ib. 65).  Modelo de una vida comprometida con Dios y con los hombres, con los designios de salvación y con la fidelidad a su pueblo.

Invocándola con las palabras del ángel y recorriendo en el rezo del santo rosario su vida evangélica, tendréis siempre ante vuestros ojos el perfecto modelo del cristiano.

“He aquí a tu Madre”. El Papa peregrino os repite la palabra de Jesús. Acogedla en vuestra casa; aceptada como Madre y Modelo. Ella os enseñará los senderos del Evangelio. Os hará conocer a Cristo y amar a la Iglesia; os mostrará el camino de la vida; os alentará en vuestras dificultades. En Ella encuentra siempre la Iglesia y d cristiano un motivo de consuelo y de esperanza, porque “Ella precede con su luz al Pueblo de Dios peregrino en esta tierra, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor” (cf. Lumen Gentium, 68). 

Con esta esperanza, como signo de compromiso filial por parte de todos y como manifestación de la confianza que hemos depositado en María, Madre y Modelo, quiero dirigir a la Virgen nuestra Señora esta plegaria de ofrecimiento de todos los pueblos de América Central que he visitado en mi viaje apostólico:

Ave, llena de gracia, bendita entre las mujeres, Madre de Dios y Madre nuestra, Santa Virgen María.

Peregrino por los países de América Central, llego a este santuario de Suyapa para poner bajo tu amparo a todos los hijos de estas naciones hermanas, renovando la confesión de nuestra fe, la esperanza ilimitada que hemos puesto en tu protección, el amor filial hacia ti, que Cristo mismo nos ha mandado.

Creemos que eres la Madre de Cristo, Dios hecho hombre, y la Madre de los discípulos de Jesús. Esperamos poseer contigo la bienaventuranza eterna de la que eres prenda y anticipación en tu Asunción gloriosa. Te amamos porque eres Madre misericordiosa, siempre compasiva y clemente, llena de piedad.

Te encomiendo todos los países de esta área geográfica. Haz que conserven, como el tesoro más precioso, la fe en Jesucristo, el amor a ti, la fidelidad a la Iglesia.

Ayúdales a conseguir, por caminos pacíficos, el cese de tantas injusticias, el compromiso en favor del que más sufre, el respeto y promoción de la dignidad humana y espiritual de todos sus hijos.

Tú que eres la Madre de la paz, haz que cesen las luchas, que acaben para siempre los odios, que no se reiteren las muertes violentas. Tú que eres Madre, enjuga las lágrimas de los que lloran, de los que han perdido a sus seres queridos, de los exiliados y lejanos de su hogar; haz que quienes pueden, procuren el pan de cada día, la cultura, el trabajo digno.

Bendice a los Pastores de la Iglesia, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas, catequistas, laicos apóstoles y delegados de la Palabra. Que con su testimonio de fe y de amor sean constructores de esa Iglesia de la que tú eres Madre.

Bendice a las familias, para que sean hogares cristianos donde se respete la vida que nace, la fidelidad del matrimonio, la educación integral de los hijos, abierta a la consagración a Dios. Te encomiendo los valores de los jóvenes de estos pueblos; haz que encuentren en Cristo el modelo de entrega generosa a los demás; fomenta en sus corazones el deseo de una consagración total al servicio del Evangelio.

En este Año Santo de la Redención que vamos a celebrar, concede a todos los que se han alejado, el don de la conversión; y a todos los hijos de la Iglesia, la gracia de la reconciliación; con frutos de justicia, de hermandad, de solidaridad.

Al renovar nuestra entrega de amor a ti, Madre y Modelo, queremos comprometernos, como tú te comprometiste con Dios, a ser fieles a la Palabra que da la vida.

Queremos pasar del pecado a la gracia, de la esclavitud a la verdadera libertad en Cristo, de la injusticia que margina a la justicia que dignifica, de la insensibilidad a la solidaridad con quien más sufre, del odio al amor, de la guerra que tanta destrucción ha sembrado, a una paz que renueve y haga florecer vuestras tierras.

Señora de América, Virgen pobre y sencilla, Madre amable y bondadosa, tú que eres motivo de esperanza y de consuelo, ven con nosotros a caminar, para que juntos alcancemos la libertad verdadera en el Espíritu que te cubrió con su sombra;. en Cristo que nació de tus entrañas maternas; en el Padre que te amó y te eligió como primicia de la nueva humanidad. Amén.

 



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