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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO
 

SANTA MISA EN MARACAIBO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo, 27 de enero de 1985

 

“Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad; enséñame,
porque tú eres mí Dios y Salvador” (Ps. 24, 4 s.).

Señor arzobispo,
hermanos obispos, autoridades,
queridos hermanos y hermanas de Venezuela:

1. Con las palabras del Salmo apenas escuchado, doy profundas gracias a Dios, al Dios uno y trino, porque los habitantes de estas tierras del Zulia y de toda Venezuela han acogido la Palabra de la fe traída hace casi cinco siglos por los mensajeros del Evangelio; porque han seguido los caminos del Señor, y porque reconocen en Cristo a su Dios y Salvador.

Nuestra acción de gracias al Altísimo se renueva por la presencia entrañable entre vosotros de la Madre de Cristo, la Virgen Santa de Chiquinquirá, Patrona del Zulia, a quien los habitantes de esta zona llamáis con gran cariño “la Chinita”. Ella, con los rasgos autóctonos de su imagen venerada, preside nuestro encuentro. Ella nos instruye en las sendas del Señor (Cf.. Ibíd.. 4).

Amaestrados por María, la siempre dócil a la voz del Padre, la Sierva del Señor (Cf.. Luc. 1, 38), vamos a escuchar en esta liturgia la Palabra revelada, que nos ayude a caminar con lealtad por los caminos de nuestro Dios (Cf.. Ps. 24, 5).

En ese espíritu de disponibilidad a la escucha de la enseñanza de lo alto, saludo con afecto al Pastor de esta sede de Maracaibo, arzobispo metropolitano, a los Pastores y fieles de las cercanas diócesis de Cabimas, Machiques y Coro, y a los venidos de Colombia, Honduras, Antillas. Con especial afecto envío mi abrazo de paz, a causa de la situación por la que atraviesan, a las Iglesias de El Salvador y Nicaragua y a sus Pastores aquí presentes. Saludo asimismo a todos vosotros venidos del Zulia y de otras partes de Venezuela. Un saludo que incluye a todas las Autoridades, a los responsables y miembros de la Universidad de Maracaibo, en cuyo “campus” estamos.

2. Hoy, aquí a la orilla del lago de Maracaibo, unidos al Sucesor del Pescador de Galilea, escuchamos la Palabra de Jesús de Nazaret, el maestro del lago de Tiberíades. Son las palabras con las que inaugura su misión mesiánica en Galilea: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Marc. 1, 15).

Tales palabras encierran en cierto sentido el programa completo “educativo” y “catequético” que el Señor Jesús desarrollará durante su vida pública. El programa que de El recibirá como herencia la Iglesia, y que habrá de continuar hasta el fin de los siglos. A tal efecto, Cristo recurre al ministerio de sus Apóstoles y Sucesores.

Escoge para ello a Doce, que formó con mimo en su escuela a lo largo de un trienio. En la lectura de esta Misa, el Evangelista San Marcos evoca la llamada de los dos primeros, los pescadores Simón y su hermano Andrés que llama al apostolado: “Venid y os haré pescadores de hombres. Al instante dejaron las redes y lo siguieron” (Ibíd.. 1, 17-18). A renglón seguido figura la vocación de otros dos hermanos, Santiago y Juan: “Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él” (Marc. 1, 19-20).

Jesús de Nazaret busca desde el principio a los hombres, a los que quiere confiar un día su Evangelio. Ellos entraron poco a poco en el misterio de Cristo, comprendieron que el tiempo se había cumplido, que el reino de Dios estaba cercano, y se entregaron a la gran obra de la evangelización, la obra de la educación y de la catequesis en la fe. Enseñados por Jesús se convierten en maestros al servicio de Cristo Maestro.

3. Esta obra está unida, desde el principio y en su misma base, con la conversión del hombre a su Dios.

El precepto de Cristo: “convertíos”, impone por parte del sujeto una mutación profunda de mente y voluntad, para rechazar el mal cometido y volver sinceramente ala ley del Señor. Dios quiere que los hombres participen en su reino; por eso pone determinadas exigencias.

Un testimonio elocuente de ello lo tenemos en la primera lectura de hoy, tomada del Antiguo Testamento. Nos la ofrece el Profeta Jonás. Dios lo manda a Nínive, la gran ciudad sumida en el pecado. Jonás proclama a gritos, durante todo el día, la amenaza del Señor: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida” (Ion. 3, 4). Esta amenaza de Dios es acogida como una llamada a la conversión. Y la ciudad no fue insensible a la voz de lo alto: “Creyeron en Dios los ninivitas, proclamaron el ayuno y se vistieron de saco grandes y pequeños” (Ibíd.. 3, 5). Ante esa penitencia, el fruto salvífico no se hizo esperar: “Se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó” (Ibíd.. 3, 10).

4. Fe y conversión están íntimamente unidas, como lo vemos en el pasaje del Profeta Jonás y como nos indica también el Evangelio de San Marcos que hemos escuchado.

A través de las lecturas de la liturgia de este día, en el marco del Sacrificio eucarístico, queremos fijarnos hoy en el tema tan importante de la educación y la catequesis, que corresponden a necesidades y funciones esenciales de la Iglesia en Venezuela.

En la Palabra revelada está, efectivamente, la vida divina encarnada en el Verbo del Padre, en Cristo. Su mensaje es el objeto de nuestra fe, la razón de nuestra esperanza y la meta de nuestro amor. En esa capacidad y deber de la educación y de la catequesis, para acoger en su centro el mensaje íntegro de Jesús, está la esencia de su misión en campo religioso.

La fe en el Evangelio y, a través de él, en Cristo que lo proclamó, conlleva un conocimiento que trasciende en mucho el horizonte de la ciencia, pero sin romper jamás con ella. De ahí deriva su influjo en campo educativo, hasta el punto de que no sería integral una educación cerrada al Evangelio en sus programas; como tampoco se concibe un Evangelio desprovisto de valor educativo.

Ese reflejo del Evangelio en el proceso educativo no afecta solamente al discípulo, sino que alcanza también al catequista, en cuanto maestro, educador de la fe. En efecto, Marcos, que abre su narración evangélica con el precepto: “Creed en el Evangelio”, cierra su libro con otro imperativo simétrico: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Marc. 16, 15).

Por eso, aquí en Maracaibo, queremos reflexionar sobre los compromisos prácticos que llevan consigo esos dos mandamientos del Señor. Ellos nos señalan la gran incidencia de la evangelización en el futuro del proceso educativo en Venezuela, para que los hombres y mujeres de este país puedan de verdad caminar por las sendas del Señor y seguirlas con lealtad (Cf.. Ps. 24, 4 s.).

5. Hay también una profunda conexión entre educación y Evangelio. Se reclaman e interfieren mutuamente. El Salmista nos lo muestra en el Salmo responsorial al pedir: “Enséñame”, “instrúyeme”, haz que camine en “tus caminos”, en “tus sendas” (Ibíd..). Es una oración que implora la “evangelización educativa” o bien la “educación evangélica”.

Se trata de una realidad que reviste sumo interés, y que en Venezuela, en su contexto latinoamericano, cuenta con un nombre y un programa: la educación evangelizadora (Cfr. Puebla, 1024), en íntima relación con la catequesis educadora de la vida, de todos los aspectos de la vida. Por eso, en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, Pablo VI hizo notar justamente que “entre evangelización y promoción humana - desarrollo y liberación - existen vínculos profundos” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 31). Y es que el Evangelio, no obstante su trascendencia, busca la perfección de todas las dimensiones del hombre, sin olvidar su situación concreta en el mundo y en la historia.

La educación evangelizadora, que aplicada concretamente a los jóvenes fue una de las grandes opciones de Puebla, está llamada a renovar, en el ámbito escolar, la enseñanza de la verdad revelada; y en terreno de la catequesis, la experiencia de vida divina, sobre todo sacramental, en la parroquia. Ni que decir tiene que la educación evangelizadora ha de comenzar en la familia, que es escuela básica e iglesia doméstica.

Esa educación evangelizadora halla su ambiente ideal en la escuela católica, donde el maestro puede vivir en fidelidad perfecta su cometido profesional y su vocación apostólica. Ahí tienen un cometido importante los religiosos consagrados a la misión educativa —una misión que no ha perdido su vigencia—; como hallan un espacio providencial los laicos para su testimonio específico de vida evangélica y de formadores en la fe.

Pero la educación evangelizadora no ha de circunscribirse al ámbito de la escuela confesional. Ha de hacerse presente en todas sin distinción. Por ello la “Catechesi Tradendae” expresa la esperanza de que, en base a los derechos inalienables de la persona humana y de las familias, los poderes públicos dejen espacio suficiente, a fin de que “los alumnos católicos puedan progresar en su formación espiritual con la aportación de la enseñanza religiosa que depende de la Iglesia” (Catechesi Tradendae, 69).

Ni que decir tiene que la educación evangelizadora ha de llegar al mundo de la comunicación social, que es una inmensa escuela paralela, tan frecuentada por los jóvenes, y no siempre con suficientes garantías educativas en campo humano y religioso.

El esfuerzo de formación en la fe impone medidas concretas para que no se desvirtúe una decisión que pudiera ser providencial: evangelizar la cultura. Llevar el Evangelio a todas las formas de la educación juvenil significa incrementar cristianamente las células germínales del mundo y de la Iglesia del futuro. Significa también, a todos los niveles, abrir grandes posibilidades de penetración de la Verdad y de poner las fuerzas dirigentes de la sociedad al servicio del Evangelio y de la causa del hombre.

Puedo anunciar esto en un campus de la Universidad, porque también en la Universidad se debe abrir espacio para penetrar el Evangelio. El Señor ha dicho: “Id y predicad a todas las gentes”. Y eso se ha de aplicar también ala Universidad. Esta es un ente muy importante.

Yo quiero una buena relación con todas las ciencias —Universitas scientiarum et nationum—, pero hay que hacerlo a la luz de la fe.

Por eso hay que agotar todas las posibilidades que se ofrecen a la Iglesia en campo de educación y catequesis, que tienen tantos lazos comunes. En efecto, la catequesis misma es una educación “hacia la fe”, para educar luego al hombre “en la fe” y llevarlo a la medida de la plenitud en Cristo; para conducir a ese hombre “por medio de la fe” ala vida cristiana, a la vida “según la fe”, a la vida digna del hombre, en la que camine con lealtad por las sendas del Señor (Cf.. Ps. 24, 5).

6. La calidad evangélica de la educación ha de garantizarse mirando al ejemplo supremo, el del Hijo de Dios, que en el seno de la Familia de Nazaret crecía en edad, en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de los hombres.

Por otra parte, mis queridos hermanos y hermanas, sabemos que los frutos de la educación evangelizadora dependen en gran medida de la calidad de los educadores. Se impone, por tanto, incrementar el esfuerzo vocacional y cuidar con predilección la formación adecuada de los formadores; para que reciban la fe con humilde docilidad y la transmitan fielmente, como el gran don de la bondad de Dios que llama sin cesar al camino recto: “Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores”( Ps. 24, 6-8). Esto presupone una constante conversión. Porque la educación comporta la transformación del hombre viejo y el hacer fructificar los talentos que el hombre recibe de la naturaleza y de la gracia. Nos lo recuerda el Salmista en el texto de esta Misa: “Señor, tu ternura y tu misericordia son eternos”, “el Señor enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud” (Ps. 26, 6.8.9; cfr. S. Juan Crisóstomo, In Matth. hom., 14, 2).

7. La liturgia de este día, hermanos marabinos y venezolanos, pone oportunamente en nuestros labios la plegaría del Salmista. Es también nuestra oración, que implora de Dios, en primer lugar, la Verdad. “Señor, guíame en tu verdad, enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador” (Ps. 24, 5).

La liturgia pide asimismo a Dios que ayude al hombre, a nosotros, a superar el pecado por medio de la gracia: “Recuerda, Señor, que tu ternura y misericordia son eternas. De los pecados de mi juventud no te acuerdes; acuérdate de mí con misericordia” (Ibíd.. 6-7).

Dios quiere, pues, educarnos con la bondad, con el amor. Tal aspecto de la educación se revela como un programa para la catequesis. Este programa ha de ser bien enraizado en la misión de la Iglesia en esta tierra venezolana, para que pueda dar sus frutos. Esa es una empresa de toda la Iglesia. Es indispensable contar en ello con la aportación de todos, cada uno según sus posibilidades y responsabilidad eclesial.

8. “El Señor es bueno y es recto / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes” (Ps. 24, 8-9).

Jesucristo, Hijo de Dios y Señor de nuestra salvación, desde hace cinco siglos enseña “el camino” a los habitantes de esta tierra. Lo ha hecho por medio de los misioneros, los sacerdotes, los religiosos y religiosas de tantas órdenes y congregaciones; lo ha hecho a través de la familia, que a la luz del Evangelio ha ido haciéndose progresivamente cristiana. En ese cometido, educación y catequesis han ido unidas.

Hoy, en los umbrales del V centenario de la evangelización, la Iglesia en Venezuela quiere empeñarse en esta obra salvadora, como tarea fundamental de su misión.

Quiere hacerlo en sus 29 diócesis y vicariatos, entre los más de 16 millones de venezolanos, en las grandes regiones del centro, de oriente y occidente, con sus 20 Estados —empezando por este del Zulia—, en los dos Territorios Federales, el Distrito Federal y las Dependencias Federales con sus 72 islas del Caribe. Quiere hacerlo en la costa, en los Andes, en esta depresión del Lago de Maracaibo, en los Llanos, en la Gran Sabana, en la Selva; entre los descendientes de los aborígenes aruacos o caribes y del resto de la población, entre los dedicados a la agricultura, a la artesanía, a los servicios, a la industria o a la explotación petrolera.

Quiere hacerlo en el seno de la moderna sociedad, que experimenta grandes transformaciones humanas y profesionales. Las que han llevado de las antiguas actividades agrícolas-recolectoras, de cazadores y pescadores, ala actual actividad de la industria petrolera que por sí sola aporta más del 90 por ciento del presupuesto nacional. Ello plantea no pocos retos, que la Iglesia quiere acoger con la revisión y renovación de sus métodos educativos y catequéticos.

La Iglesia en Venezuela tiene la certeza de que el Señor “es bueno y recto”, por eso “enseña el camino” a los pecadores. Este es el camino del Evangelio de Jesucristo. Por eso toda la Iglesia: obispos, sacerdotes, familias religiosas, laicos, desea convertirse en una gran comunidad que catequiza y a la vez es catequizada (Cfr. Catechesi Tradendae, 45). Que educa y es educada.

¡Qué gran misión la de educar al hombre! Hacerle ver los caminos por los que él puede realizarse a sí mismo en la verdad y en el amor, que son los caminos de Cristo.

Por algo decía el Crisóstomo: “No hay arte superior a éste. Porque, ¿qué hay de comparable a formar un alma y plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven? El que profesa esta ciencia, con más escrúpulo ha de proceder que cualquier pintor o escultor en su obra” (S. Juan Crisóstomo, In Matth. hom., 59, 7).

Junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, quiero poner esta gran misión, de la que depende el futuro eterno de cada uno y de todos, en las manos de María, la Madre y Señora de Chiquinquirá.

“Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”.

Creed. Y realizad vuestra fe en la vida de cada día. Amén. 

 



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