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MISA DE BEATIFICACIÓN DE TRES SIERVOS DE DIOS:
DIEGO LUIS DE SAN VITORES ALONSO, JOSÉ MARÍA RUBIO Y PERALTA
Y FRANCISCO GÁRATE ARANGUREN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 6 de octubre de 1985

 

1. “Ecco, sto alla porta e busso” (Ap 3, 20).

Gesù Cristo, “il testimone fedele e verace, il principio della creazione di Dio” (Ap 3, 14) sta alla porta e bussa.

Gesù Cristo, colui che il Padre, ha consacrato con l’unzione e ho mandato a portare il lieto annunzio, a fasciare le piaghe dei cuori spezzati, a proclamare la libertà . . .” (Is 61, 1).

Gesù Cristo, il vero chicco di grano che, caduto in terra, è morto e produce molto frutto (cf. Gv 12, 24).

Oggi anche noi siamo chiamati a essere testimoni di questo frutto.

2. Gesù Cristo. Tutte le letture dell’odierna liturgia parlano direttamente di lui, della sua persona e del suo mistero.

Ecco, egli si è fermato alla porta di quell’uomo, il cui nome era Ignazio di Loyola, e ha bussato al suo cuore. Tutti ricordiamo quel bussare. La sua eco continua a risuonare tuttora nella Chiesa diffusa nei cinque continenti.

Gesù Cristo, il testimone fedele e verace. Un frutto di questa testimonianza fu l’uomo nuovo nella storia di Ignazio di Loyola. E, in seguito, fu una grande comunità nuova, la “Societas Iesu”, la Compagnia di Gesù.

Oggi siamo invitati a ricordare i frutti dati da questa comunità nel corso di oltre quattro secoli; con le opere nel campo dell’apostolato, delle missioni, della scienza, dell’educazione, della pastorale.

Soprattutto i frutti dovuti alla santità della vita dei figli spirituali del Santo di Loyola.

Oggi tra coloro che la Chiesa ha elevato alla gloria degli altari, vengono aggiunti i tre servi di Dio: Diego Luis de San Vitores, José María Rubio y Peralta e Francisco Gárate.

3. Los tres nuevos Beatos nacieron en España, Nación que tanto se ha distinguido en la propagación del Evangelio y también por la vitalidad de su fe católica.

Diversas diócesis y ciudades se honran por su vinculación con estos elegidos de Dios: Burgos es la cuna del Padre San Vitores, el evangelizador de las Islas Marianas; el Padre Rubio nació en Dalias (Almería) y ejerció su apostolado sobre todo en la capital de España, siendo conocido como “el apóstol de Madrid”; el Hermano Gárate es originario de un caserío en las inmediaciones del castillo de Loyola, parroquia de Azpeitia (Guipúzcoa) y transcurrió la mayor parte de su vida en Deusto (Bilbao).

¿Cuál es el mensaje de estos tres Beatos al hombre de hoy?

Si nos fijamos en las raíces más profundas de sus vidas, vemos que estos tres modelos de santidad están como unidos por un elemento común: la apertura total y generosa a Dios que les dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3, 20). “Abrimos nuestra puerta para recibirlo cuando, al oír su voz, prestamos libremente nuestro asentimiento a sus invitaciones manifiestas o veladas y nos aplicamos con empeño a las tareas que El nos confía” (S. Bedae Venerabilis Hom. 21).

En efecto, la respuesta de los tres Beatos pronta y generosa a la llamada de Dios aúna los aspectos diversos, pero al mismo tiempo complementarios, de su vocación religiosa vivida como miembros de la Compañía de Jesús.

4. Diego Luis de San Vitores Alonso, siendo aún muy joven, oye en su interior una voz que lo atrae y a la vez lo empuja. Se siente atraído por Cristo, el eterno enviado del Padre para salvar a los hombres, el cual le impulsa a marchar a tierras lejanas como instrumento de su misión salvadora. Resuenan en los oídos de Diego las palabras del Señor en la sinagoga de Nazaret: “Evangelizare pauperibus misit me” (Luc. 4, 18; Is. 61, 1). Jesús está a la puerta y llama; su voz se hace cada vez más clara e insistente en el corazón generoso del joven, que se abre a Dios y decide entrar en la Compañía de Jesús, renunciando a un brillante porvenir que sus dotes personales y la posición social de su familia le habrían procurado.

En la oración y el recogimiento, su alma contempla a “Jesús que recorría ciudades y aldeas predicando el evangelio del Reino” (Matth. 9, 35), y suplica al Señor la gracia de no ser “sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad” (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 91). El joven religioso llama a la puerta de sus superiores para que le envíen a las misiones de Oriente, a predicar la Buena Nueva de Cristo a los pueblos que aún no le conocen.

After a long and exhausting journey to the East, by way of Mexico, he reached the Philippines, where he remained for five years before being sent to the Mariana Islands. In June 1668 Father San Vitores and is Jesuit companions reached the archipelago and established on the island of Guam the centre of their missionary activity.

His apostolic zeal and complete dedication to those people in need of spiritual and human promotion characterized the years of this exemplary missionary, who, in imitation of the words of the Master “greater love has no man than this, that a man lay down his life for his friends” (Jn. 15, 13), shed his blood in sacrifice, while asking God to forgive those responsible for his death.

La vida de este nuevo Beato se caracterizó por una total disponibilidad para acudir allá a donde Dios lo llamara. El habla en tonos actuales y urgentes a los misioneros de hoy sobre la actitud abierta y pronta para responder a las exigencias del mandato: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15).

Jóvenes que me escucháis, o que recibiréis este mensaje: abrid vuestro corazón al Señor que está a la puerta y llama (Cfr. Apoc. 3, 20). Sed generosos como el joven Diego, que abandonándolo todo se hizo peregrino y misionero en tierras lejanas para dar testimonio del amor de Dios a los hombres.

5. José María Rubio y Peralta, “el apóstol de Madrid”. Su vida de fiel seguidor de Cristo nos enseña que es la actitud dócil y humilde a la acción de Dios lo que hace progresar al cristiano por los caminos de la perfección y lo convierte en un instrumento eficaz de salvación.

Todos sabéis cómo el Padre Rubio ejerció desde el confesionario y el púlpito una gran actividad apostólica. Su exquisito tacto de director de almas le hacía encontrar el consejo adecuado, la palabra justa, la penitencia, a veces exigente, que durante años de paciente y callada labor, fueron forjando apóstoles, hombres y mujeres de toda clase social, que vinieron a ser en muchos casos sus colaboradores en las obras asistenciales y de caridad inspiradas y dirigidas por él. Fue un formador de seglares comprometidos a quienes él gustaba repetir su conocida frase: “¡Hay que lanzarse!”, animándoles a hacerse presentes como cristianos en los ambientes pobres y marginados de la periferia de Madrid de principios de siglo, donde él creó escuelas y atendió a enfermos, ancianos y a obreros sin trabajo.

Su trato asiduo con Cristo, particularmente en el sacramento de la Eucaristía, y su devoción al Sagrado Corazón, le fueron introduciendo en la intimidad del Señor y en sus mismos sentimientos (Cfr. Flp 2, 5 ss.). En la ejemplar trayectoria de su vida, este preclaro hijo de San Ignacio se presenta al hombre de hoy como un auténtico “alter Christus”, un sacerdote que mira al prójimo desde Dios y que posee por ello la virtud de comunicar a los demás algo que está reservado a quienes viven en Cristo.

6. El mensaje de santidad que el Hermano Francisco Gárate Aranguren nos ha legado es sencillo y límpido, como sencilla fue su vida de religioso inmolado en la portería de un centro universitario de Deusto. Desde su juventud, Francisco abrió de par en par su corazón a Cristo que llamaba a su puerta invitándolo a ser su seguidor fiel, su amigo. Como la Virgen María, a quien amó tiernamente como madre, respondió con generosidad y confianza sin límites a la llamada de la gracia.

El Hermano Gárate vivió su consagración religiosa como apertura radical a Dios, a cuyo servicio y gloria se entregó (Cfr. Lumen gentium, 44), y de donde recibía inspiración y fuerza para dar testimonio de una gran bondad con todos. Así lo pudieron confirmar tantas y tantas personas que pasaron por la portería del cariñosamente llamado “Hermano Finuras”, en la Universidad de Deusto: estudiantes, profesores, empleados, padres de los jóvenes residentes, gentes en fin de toda clase y condición, que vieron en el Hermano Gárate la actitud acogedora y sonriente de quien tiene su corazón anclado en Dios.

El nos da un testimonio concreto y actual del valor de la vida interior como alma de todo apostolado y también de la consagración religiosa. En efecto, cuando se está entregado a Dios y en El se centra la propia vida, los frutos apostólicos no se hacen esperar. Desde la portería de una casa de estudios, este Hermano coadjutor jesuita hizo presente la bondad de Dios mediante la fuerza evangelizadora de su servicio callado y humilde.

7. ¿Qué dicen a la Iglesia y al mundo actual los tres Beatos que hoy ensalzamos y a los que la liturgia llama “robles de justicia, plantados para gloria del Señor”? (Is. 61, 3)

En épocas distintas y con personas y en geografías diferentes, ellos respondieron prontamente a la invitación de Jesús que los llamaba a su intimidad. Con sus vidas centradas en el amor de Dios, dieron, cada uno a su modo, testimonio: de la disponibilidad absoluta del misionero incluso hasta el derramamiento de sangre, de la labor paciente y delicada del director de conciencias y formador de apóstoles, de servicio humilde y callado, cumpliendo el deber cotidiano.

8. Volvamos de nuevo nuestra mirada al “testigo fiel y veraz” del libro del Apocalipsis, que un día se detuvo ante la puerta de Ignacio de Loyola y llamó. Atento al paso del Señor, Ignacio le abrió la puerta de su corazón. Con esta respuesta, el corazón de Jesús se convirtió para él en “fuente de vida y santidad”.

Hoy, como en tiempos pasados, la Iglesia eleva nuevamente al honor de los altares a tres hijos de San Ignacio. Que este día solemne venga a ser en Jesucristo un nuevo “principio de la creación de Dios” (Ap 3, 14). Que, en virtud de este “principio”, se renueve en cada uno de los miembros de la Compañía de Jesús la llamada al inseparable servicio a Dios en la Iglesia y en el mundo que vuestro Fundador y Padre expresó con aquellas concisas palabras: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad . . .” (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 234).

Los nombres de los jesuitas Diego Luis de San Vitores Alonso, José María Rubio y Peralta y Francisco Gárate Aranguren vienen hoy a sumarse a la larga y fecunda historia de santidad de esta benemérita familia religiosa. Ellos, como el grano de trigo que cae en la tierra y muere, dieron mucho fruto. Fueron fecundos porque Dios fue el centro de sus vidas.

Que en toda vuestra comunidad ignaciana se reavive con nueva fuerza la llamada a la santidad de la que son eximios ejemplos los nuevos Beatos que hoy la Iglesia ensalza como hijos predilectos.

Que por intercesión de María, Reina de todos los Santos, a cuyo cuidado maternal confío la herencia de santidad con que el Espíritu nos ha enriquecido, sean cada vez más abundantes los frutos de plenitud de vida cristiana en la Iglesia.



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