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VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTO DOMINGO SAVIO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 7 de diciembre de 1997

 

1. «Preparad el camino del Señor, allanad su senderos. Todos verán la salvación de Dios» (Aleluya; cf. Lc 3, 4. 6).

El eco de la predicación de Juan Bautista, la «voz que grita en el desierto» (Lc 3, 4; cf. Is 40, 3), llega hasta nosotros en este segundo domingo de Adviento. Él, que es el Precursor, el que recibió la misión de preparar al pueblo elegido para la venida del Salvador prometido, sigue invitándonos también hoy a la conversión, para salir al encuentro del Señor que viene.

Ya en el umbral del tercer milenio cristiano, nos invita a preparar el camino del Señor en nuestra vida personal y en el mundo. Dispongamos nuestro corazón, amadísimos hermanos y hermanas, para celebrar en la fiesta de la próxima Navidad el gran misterio de la Encarnación, en la perspectiva del gran jubileo del año 2000, que se acerca a grandes pasos.

2. Al presentar al Precursor y su misión orientados a la manifestación pública del Mesías, san Lucas desea insertar estos hechos en su preciso contexto temporal. En efecto, el evangelista muestra gran sensibilidad histórica cuando, al comienzo de su narración, menciona los principales datos que ayudan a enmarcar en el tiempo los hechos que se dispone a contar: el año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, la administración de Poncio Pilato en Judea, la tetrarquía de Herodes, Filipo y Lisanias, y los sumos sacerdotes Anás y Caifás (cf. Lc 3, 1-2).

De este modo, san Lucas sitúa la vida y el ministerio de Jesús en un punto preciso dentro del devenir del tiempo y de la historia. El gran acontecimiento de la manifestación del Salvador tiene sólidas relaciones temporales con los demás hechos de la época. Nosotros contemplamos con gran interés esos acontecimientos, sabiendo que a ellos está vinculada nuestra salvación y la del mundo. Y prestamos particular atención al gran misterio de la encarnación del Verbo, porque constituirá el corazón del jubileo del año 2000, al que nos estamos acercando rápidamente.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santo Domingo Savio, me complace saludaros, haciendo mías las palabras del apóstol Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura: «Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría, porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio » (Flp 1, 4-5). En efecto, todos los días os recuerdo ante el Señor, junto con todas las comunidades parroquiales de la diócesis. Y mi oración por vosotros es mayor en este tiempo de la misión ciudadana, en el que el compromiso apostólico de preparar el camino del Señor (cf. Lc 3, 4) en la ciudad de Roma es más intenso y, en ciertos aspectos, más arduo. Confiando en que «el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús» (Flp 1, 6), os invito a anunciar con valentía al Señor que viene, por encima de cualquier dificultad y obstáculo que se opongan a vuestro compromiso de llevar a todos la verdad y el amor de Cristo.

Os saludo a todos con afecto. En particular, saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro amado párroco don Marco Saba, y a los sacerdotes, hijos de san Juan Bosco, que comparten la responsabilidad de la animación pastoral de esta hermosa y activa comunidad.

Vuestra parroquia, que surgió en 1961 con nuevos asentamientos de numerosas familias jóvenes, ha asistido después al éxodo de las nuevas generaciones, que se iban a vivir en zonas donde era más fácil comprar o alquilar una casa. Así, la población de la parroquia ha cambiado gradualmente, aunque registra ahora la llegada de nuevas familias en la zona de Prato lungo-via Rosaccio. Estas dificultades no debilitan, ciertamente, vuestro compromiso pastoral. Exhorto, en particular, a los numerosos grupos parroquiales a proseguir con impulso apostólico y alegría su indispensable contribución a las actividades de la parroquia. Como santo Domingo Savio, sed todos misioneros con el buen ejemplo, con las buenas palabras y con las buenas acciones en casa, entre los vecinos y entre los compañeros de trabajo. En todas las edades se puede y se debe testimoniar a Cristo. El compromiso del testimonio cristiano es permanente y diario.

4. Sé que estáis tratando de revitalizar el Oratorio, para favorecer el crecimiento humano y cristiano de los jóvenes y, en particular, de los muchachos, después de la confirmación. Me alegra y me complace vuestro generoso esfuerzo por la formación de las nuevas generaciones. A vosotros, muchachos y jóvenes, deseo proponeros el luminoso ejemplo de vuestro patrono santo Domingo Savio, el joven discípulo de don Bosco. Dirigiéndose en la oración a Jesús y a María, les pedía que fueran sus amigos y que le ayudaran a morir antes de que le sucediera la desgracia de cometer un solo pecado. «¡La muerte, pero no el pecado! », solía repetir. Queridos jóvenes, ¿no debe ser éste también el ideal de vuestra vida? Esforzaos, con su ayuda, por evitar el pecado y amar intensamente a Dios.

En la carta que escribí a los jóvenes de Roma el pasado 8 de septiembre os exhortaba, queridos muchachos y muchachas, a no caer en la mentira, la falsedad y el compromiso. Os escribí estas palabras: «Reaccionad con energía ante quien intente apoderarse de vuestra inteligencia y enredar vuestro corazón con mensajes y propuestas que hacen esclavos del consumismo, del sexo desordenado, de la violencia, hasta llevar al vacío de la soledad y a las sendas sinuosas de la cultura de la muerte» (n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 1997, p. 2).

Os lo repito hoy: ¡reaccionad ante el pecado! Santo Domingo Savio, que se dejó modelar por el Espíritu y respondió con plena generosidad a la llamada universal a la santidad, os ayude a ser santos y a redescubrir cada día el valor de vuestra persona, en la que el Espíritu de Dios habita como en un templo. Añadí en mi Carta a los jóvenes: «Aprended a escuchar la voz de Aquel que vino a habitar en vosotros mediante los sacramentos del bautismo y la confirmación» (ib., n. 3). Por eso, que el Oratorio se convierta en vuestro mejor gimnasio para entrenaros a vencer el mal y realizar el bien.

5. Queridas familias de esta parroquia, junto con todas las familias de Roma vivís un año dedicado particularmente a vosotras. Perseverad en la fidelidad y en el amor. Poned el evangelio de Cristo en el centro de vuestra existencia, tratando de asegurar a vuestros hijos, también con la colaboración valiosa de sus abuelos, un ambiente sereno, en armonía con las enseñanzas de Cristo.

Queridas familias, los jóvenes esperan de vosotros una vida ejemplar. También os miran las personas menos afortunadas, porque no han tenido una familia que sepa sostenerlas y ayudarlas eficazmente. Sed para ellas testigos del amor de Cristo. Que en este compromiso os ilumine y os sostenga el Espíritu Santo, a quien invocamos incesantemente en este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000.

6. «Revístete de las galas perpetuas de la gloria que Dios te da» (Ba 5, 1). Con esta exhortación, en la época del exilio babilónico, el profeta Baruc invitaba a sus compatriotas a recorrer el sendero de la santidad. Y ahora nos impulsa también a nosotros a tender siempre a la santidad, para salir al encuentro, del Señor que viene, con las buenas obras. En efecto, para este fin estamos llamados a rebajar «todos los montes elevados, todas las colinas encumbradas» y a «llenar los barrancos» (Ba 5, 7).

Es lo mismo que nos recomienda el profeta Isaías, cuyas palabras san Lucas refiere a la misión del Bautista. Nos exhortan a enderezar los senderos de la injusticia y allanar los lugares escabrosos de la mentira, a rebajar los montes del orgullo y llenar los barrancos de la duda y del desaliento (cf. Lc 3, 4-5).

Así, siguiendo las indicaciones de la palabra de Dios, preparemos, amadísimos hermanos y hermanas, el camino del Señor. Que él, que en el nacimiento del Salvador realizó maravillas en favor de toda la humanidad, lleve a cumplimiento su plan de amor. Y todo hombre podrá ver la salvación de Dios, salvación que se da a todo hombre en Cristo Jesús. Amén.



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