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INAUGURACIÓN DE LA ASAMBLEA ESPECIAL PARA AMÉRICA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILÍA  DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Domingo 16 de noviembre de 1997

 

1. «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Aleluya, cf. Mt 24, 42. 44).

Esta vigilancia en la oración, a la que nos invita la liturgia de hoy, corresponde muy bien al acontecimiento que estamos viviendo: la inauguración de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos, que tiene como tema: «Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América». En esta Asamblea se hallan reunidos los prelados de todos los Episcopados del continente americano, norte, centro y sur, incluida la región del Caribe. A todos dirijo mi saludo cordial y doy una calurosa bienvenida en especial a los que han venido de América para esta ocasión.

La palabra de Dios nos ofrece hoy una magnífica perspectiva para la obra de discernimiento que nos disponemos a realizar: es la propia de una mirada de fe sobre la historia, es decir, una perspectiva «escatológica».

Éste es el modo de considerar las vicisitudes humanas que el Señor nos enseña a los creyentes. Hemos escuchado el anuncio profético del libro de Daniel, que el mismo profeta recibe de labios de un mensajero celestial, enviado para «revelarte la verdad» (Dn 11, 2) sobre los acontecimientos históricos. Es un oráculo que habla de angustia y salvación para el pueblo: ¿cómo no reconocer en él un anuncio del misterio pascual, único centro de la historia y clave para su interpretación auténtica?

A la luz del misterio pascual la Iglesia prepara y realiza cada paso de su peregrinación en la tierra. Y hoy celebra el solemne inicio de un tiempo especial de reflexión y confrontación sobre la misión que está llamada a cumplir en el continente americano. La palabra de Dios ofrece la mirada de fe adecuada para leer, como dice el ángel a Daniel, «lo que está escrito en el libro de la verdad » (Dn 10, 21). En esa perspectiva la Iglesia contempla el camino hasta aquí recorrido para proyectarse hacia el nuevo milenio con renovado ardor misionero.

2. No ha pasado aún mucho tiempo desde que, en 1992, hemos recordado solemnemente los quinientos a os de la evangelización de América. El Sínodo, que hoy comienza sus trabajos en esta basílica de San Pedro, rememora idealmente aquellos tiempos en que los habitantes del llamado «viejo mundo», gracias a la empresa admirable de Cristóbal Colón, conocieron la existencia de un «nuevo mundo» del que antes no tenían noticias. A partir de ese histórico día empezó la obra de los colonizadores y, al mismo tiempo, la misión de los evangelizadores, dando a conocer a Cristo y su Evangelio a los pueblos de ese continente.

Fruto de esta extraordinaria labor misionera es la evangelización de América o, de forma más precisa, de las llamadas «tres Américas», que hoy en gran parte se consideran cristianas. Es, pues, muy importante, a cinco siglos de distancia y ya en el umbral del nuevo milenio, recorrer mentalmente el camino realizado por el cristianismo en todas aquellas tierras. Es oportuno, además, no separar la historia cristiana de América del norte de la de América central y del sur. Es preciso considerarlas juntas, aunque salvaguardando la originalidad de cada una de ellas, porque a los ojos de los que llegaron allí hace ahora más de quinientos a os aparecieron como una realidad unitaria y, sobre todo, porque la comunión entre las comunidades locales es un signo vivo de la unidad natural de la única Iglesia de Jesucristo, de la cual son parte orgánica.

3. Todos somos conscientes de que en el gran continente americano los resultados de la actividad de los colonizadores son evidentes hoy en día en la diversidad política y económica del continente, con indudables repercusiones culturales y religiosas. El norte de América ha conseguido, en relación con otros países, un nivel más elevado en los ámbitos de la técnica y del bienestar económico, así como en el desarrollo de las instituciones democráticas.

Ante este hecho, no podemos menos de preguntarnos acerca de las causas históricas que han originado esas diferencias sociales. ¿En qué medida éstas tienen raíces en la historia de los últimos cinco siglos? ¿Hasta qué punto les pesa el legado de la colonización? ¿Y qué influjo ha tenido la primera evangelización?

Para dar una respuesta satisfactoria a estos interrogantes, resulta seguramente necesario, durante el Sínodo, considerar el continente en su conjunto, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, sin establecer separación alguna entre el norte, el centro y el sur, para que no surjan contrastes entre ellos. Por el contrario, es necesario buscar las razones profundas de esta visión unitaria, apelando a las tradiciones religiosas y cristianas comunes.

Estas consideraciones dan a entender la importancia del Sínodo que hoy inauguramos.

4. «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor».

Esta exhortación, que acabamos de escuchar durante el Aleluya, alude al clima espiritual que estamos viviendo, a medida que el a o litúrgico se acerca a su fin. Es un clima rico en temas escatológicos, destacados especialmente en el pasaje evangélico de san Marcos, en el que Cristo subraya la caducidad del cielo y de la tierra: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31).

Pasa el escenario de este mundo, pero la palabra de Dios no pasará. ¡Cuán elocuente es esta contraposición! Dios no pasa y tampoco pasa lo que de él proviene. No pasa el sacrificio de Cristo, del cual leemos hoy en la carta a los Hebreos: Jesús «ofreció por los pecados un solo sacrificio» (Hb 10, 12), y también: «Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados» (Hb 10, 14). D

urante esta Asamblea sinodal analizaremos el pasado y, especialmente, el presente del continente americano. Trataremos de escrutar en cada una de sus regiones los signos de la presencia salvadora de Cristo, de su palabra y su sacrificio, para renovar todas nuestras energías al servicio de la conversión y la evangelización.

5. ¿Cómo no recordar aquí los confortantes propósitos, sobre todo, de colaboración entre los pastores con vistas a la nueva evangelización, manifestados solemnemente al final de la IV Conferencia general del Episcopado latinoamericano en Santo Domingo, en 1992? Nos proponíamos entonces intensificar la pastoral misionera en todas las comunidades para reavivar en las conciencias el compromiso de ir más allá de las fronteras «para llevar a otros pueblos la fe que hace quinientos a os llegara hasta nosotros» (Mensaje de la IV Conferencia a los pueblos de América Latina y el Caribe, n. 30: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de noviembre de 1992, p. 24).

Demos gracias a Dios porque hoy se cumple el deseo que expresé en la inauguración de los trabajos de aquella Conferencia. Dije en aquella ocasión: «Esta Conferencia general podría valorar la oportunidad de que, en un futuro no lejano, pueda celebrarse un Encuentro de representantes de los Episcopados de todo el continente americano, —que podría tener también carácter sinodal— en orden a incrementar la cooperación entre las diversas Iglesias particulares en los distintos campos de la acción pastoral y en el que, dentro del marco de la nueva evangelización y como expresión de comunión episcopal, se afronten también los problemas relativos a la justicia y la solidaridad entre todas las naciones de América» (n. 17: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de 1992, p. 10).

Nos hallamos ahora reunidos con el fin de hacer realidad aquellos propósitos de caridad pastoral, buscando el bien de la Iglesia que está en América y con un espíritu de colegialidad afectiva y efectiva entre todos los pastores de las Iglesias particulares.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, comencemos los trabajos sinodales en el contexto de la inminente conclusión del A o litúrgico y del próximo inicio del Adviento. ¡Ojalá que esta significativa coincidencia marque la orientación fundamental de nuestras reflexiones y de nuestras decisiones!

En verdad, queridos hermanos y hermanas, este tiempo nos invita a una gran vigilancia. Debemos velar y orar, recordando que nos presentaremos un día delante del Hijo del hombre, como pastores de la Iglesia que está en el continente americano.

A ti, María, Madre de la esperanza, amada y venerada en los numerosos santuarios esparcidos por todo el continente americano, encomendamos esta Asamblea sinodal. Ayuda a los cristianos de América a ser atentos testigos del Evangelio para que nos encontremos despiertos y preparados el día grande y misterioso, cuando Cristo llegue, como Señor glorioso de los pueblos, a juzgar a los vivos y los muertos. ¡Amén!



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