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HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL JUBILEO DE LA CURIA ROMANA

martes 22 de febrero de 2000

 

1. "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18).

Hemos cruzado como peregrinos la Puerta santa de la basílica vaticana, y ahora la palabra de Dios atrae nuestra atención hacia lo que Cristo dijo a Pedro y de Pedro.

Nos encontramos reunidos en torno al altar de la Confesión, situado sobre la tumba del Apóstol, y nuestra asamblea está formada por la especial comunidad de servicio que se llama la Curia romana. El ministerio petrino, es decir, el servicio propio del Obispo de Roma, con el que cada uno de vosotros está llamado a colaborar en su propio campo de trabajo, nos une en una sola familia e inspira nuestra oración en el momento solemne que la Curia romana vive hoy, fiesta de la Cátedra de San Pedro.

Todos  nosotros, y  en  primer  lugar  yo mismo, nos sentimos profundamente afectados por las palabras  del  Evangelio  que  acabamos de proclamar:  "Tú eres el Cristo... Tú eres Pedro" (Mt 16, 16. 18). En esta basílica, junto a la memoria del martirio del Pescador de Galilea, esas palabras resuenan de nuevo con singular elocuencia, incrementada por el intenso clima espiritual del jubileo del bimilenario de la Encarnación.

2. "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16):  esta es la confesión de fe del Príncipe de los Apóstoles. Y esta es también la confesión que renovamos nosotros hoy, venerados hermanos cardenales, obispos y sacerdotes, juntamente con todos vosotros, amadísimos religiosos, religiosas y laicos que prestáis vuestra apreciada colaboración en el ámbito de la Curia romana. Repetimos las luminosas palabras del Apóstol con particular emoción en este día, en el que celebramos nuestro jubileo especial.

Y la respuesta de Cristo resuena con fuerza en nuestra alma:  "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18). El evangelista san Juan atestigua que Jesús había puesto a Simón el nombre "Cefas" ya desde su primer encuentro, cuando lo había llevado a él su hermano Andrés (cf. Jn 1, 41-42). En cambio, el relato de san Mateo confiere a este acto de Cristo el mayor relieve, colocándolo en un momento central del ministerio mesiánico de Jesús, el cual explicita el significado del nombre "Pedro" refiriéndolo a la edificación de la Iglesia.

"Tú eres el Cristo":  sobre esta profesión de fe de Pedro, y sobre la consiguiente declaración de Jesús:  "Tú eres Pedro", se funda la Iglesia. Un fundamento invencible, que las fuerzas del mal no pueden destruir, pues lo protege la voluntad misma del "Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17). La Cátedra de Pedro, que hoy celebramos, no se apoya en seguridades humanas -"ni la carne ni la sangre"- sino en Cristo, piedra angular. Y también nosotros, como Simón, nos sentimos "bienaventurados", porque sabemos que nuestro único motivo de orgullo está en el plan eterno y providente de Dios.

3. "Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él" (Ez 34, 11). La primera lectura, tomada del célebre oráculo del profeta Ezequiel sobre los pastores de Israel, evoca con fuerza el carácter pastoral del ministerio petrino. Es el carácter que distingue, de reflejo, la naturaleza y el servicio de la Curia romana, cuya misión consiste precisamente en colaborar con el Sucesor de Pedro en el cumplimiento de la tarea que Cristo le encargó:  apacentar su rebaño.

"Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a reposar" (Ez 34, 15). "Yo mismo":  estas son las palabras más importantes, pues manifiestan la determinación con la que Dios quiere tomar la iniciativa, ocupándose él personalmente de su pueblo. Sabemos muy bien que la promesa -"Yo mismo"- se ha hecho realidad. Se cumplió en la plenitud de los tiempos, cuando Dios envió a su Hijo, el buen Pastor, a apacentar su rebaño "con el poder del Señor, con la majestad del nombre del Señor" (Mi 5, 3). Lo envió a reunir a los hijos de Dios dispersos, ofreciéndose como cordero, víctima mansa de expiación, sobre el altar de la cruz.

Este es el modelo de pastor que Pedro y los demás Apóstoles aprendieron a conocer e imitar estando con Jesús y compartiendo su ministerio mesiánico (cf. Mc 3, 14-15). Se ve reflejado en la segunda lectura, en la que Pedro se define a sí mismo "testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse" (1 P 5, 1). El pastor Pedro fue totalmente modelado por el Pastor Jesús y por el dinamismo de su Pascua. El ministerio petrino está arraigado en esta singular conformación a Cristo Pastor de Pedro y de sus Sucesores, una conformación que tiene su fundamento en un peculiar carisma de amor:  "¿Me amas más que estos?... Apacienta mis corderos" (Jn 21, 15).

4. En una ocasión como la que estamos viviendo, el Sucesor de Pedro no puede olvidar lo que aconteció antes de la pasión de Cristo, en el huerto de los Olivos, después de la última Cena. Ninguno de los Apóstoles parecía darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder y que Jesús conocía muy bien:  él sabía que acudía a ese lugar para velar y orar, a fin de prepararse así para "su hora", la hora de la muerte en la cruz.

Había dicho a los Apóstoles:  "Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito:  Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas" (Mc 14, 27). Pedro replicó:  "Aunque todos se escandalicen, yo no" (Mc 14, 29). Nunca me escandalizaré, nunca te dejaré... Y Jesús le respondió:  "Yo te aseguro:  hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres" (Mc 14, 30). "Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré" (Mc 14, 31), insistió firmemente Pedro, y con él los demás Apóstoles. Y Jesús le dijo:  "¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 31-32).

He aquí la promesa de Cristo, que constituye nuestra consoladora certeza:  el  ministerio  petrino  no se funda en las capacidades y en las fuerzas humanas, sino en la oración de Cristo, que implora al Padre para que la fe de Simón "no desfallezca" (Lc 22, 32). "Una vez convertido", Pedro podrá cumplir su servicio  en  medio  de sus hermanos. La conversión del Apóstol -podríamos decir su segunda conversión- constituye así el paso decisivo en su itinerario de seguimiento del Señor.

5. Amadísimos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración jubilar de la Curia romana, no debemos olvidar nunca esas palabras de Cristo a Pedro. Nuestro gesto de cruzar la Puerta santa, para obtener la gracia del gran jubileo, debe estar impulsado por un profundo espíritu de conversión. Para ello nos resulta muy útil precisamente la historia de Pedro, su experiencia de la debilidad humana, que, poco después del diálogo con Jesús que acabamos de recordar, lo llevó a olvidar las promesas hechas con tanta insistencia y a negar a su Señor. A pesar de su pecado y de sus limitaciones, Cristo lo eligió y lo llamó a una misión altísima:  la de ser el fundamento de la unidad visible de la Iglesia y confirmar a sus hermanos en la fe.

En el caso de Pedro fue decisivo lo que sucedió en la noche entre el jueves y el viernes de la Pasión. Cristo, al ser llevado fuera de la casa del sumo sacerdote, miró a Pedro a los ojos. El Apóstol, que lo acababa de negar tres veces, fulgurado por esa mirada, lo comprendió todo. Recordó las palabras del Maestro y sintió que le traspasaban el corazón. "Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente" (Lc 22, 62).

Quiera Dios que el llanto de Pedro nos sacuda interiormente, de modo que nos impulse a una auténtica purificación interior. "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5, 8), había exclamado un día, después de la pesca milagrosa. Hagamos nuestra, amadísimos hermanos y hermanas, esta invocación de Pedro, mientras celebramos nuestro santo jubileo. Cristo renovará también para nosotros -así lo esperamos con humilde confianza- sus prodigios:  nos concederá de forma sobreabundante su gracia sanante y realizará nuevas pescas milagrosas, llenas de promesas para la misión de la Iglesia en el tercer milenio.

Virgen santísima, que acompañaste con la oración los primeros pasos de la Iglesia naciente, vela sobre nuestro camino jubilar. Alcánzanos experimentar, como Pedro, el apoyo constante de Cristo. Ayúdanos a vivir nuestra misión al servicio del Evangelio en la fidelidad y en la alegría, a la espera de la vuelta gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre.



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