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MISA PARA LOS JÓVENES DEL 
VII FORO INTERNACIONAL DE LA JUVENTUD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo, 17 de agosto de 2000

 

1. "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré" (Jr 1, 5).

Las palabras que Dios dirigió al profeta Jeremías nos afectan personalmente. Evocan el designio que Dios tiene para cada uno de nosotros. Él nos conoce individualmente, porque desde la eternidad nos ha elegido y amado, confiando a cada uno una vocación específica dentro del plan general de la salvación.

Queridos jóvenes del Foro internacional, me alegra acogeros junto con el cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos, y sus colaboradores. Os saludo con afecto.

Con razón os sentís interpelados personalmente por las palabras del profeta. En efecto, muchos de vosotros ya tienen una responsabilidad en su Iglesia particular, y muchos otros serán llamados a asumir alguna. Por tanto, es importante que llevéis con vosotros la riqueza de la experiencia humana, espiritual y eclesial de este foro. Sois enviados a anunciar a otros las palabras de vida que habéis recibido: obrarán y arraigarán en vosotros en la medida en que más las compartáis con los demás.

Queridos jóvenes, no dudéis del amor de Dios por vosotros. Él os reserva un lugar en su corazón y una misión en el mundo. La primera reacción puede ser el miedo, la duda. Son sentimientos que experimentó antes que vosotros el mismo Jeremías:  "¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho" (Jr 1, 6). La tarea parece inmensa, porque cobra las dimensiones de la sociedad y del mundo. Pero no olvidéis que, cuando el Señor llama, da también la fuerza y la gracia necesarias para responder a la llamada.

No tengáis miedo de asumir vuestras responsabilidades:  la Iglesia os necesita; necesita vuestro compromiso y vuestra generosidad; el Papa os necesita y, al comienzo de este nuevo milenio, os pide que llevéis el Evangelio por los caminos del mundo.

2. En el Salmo responsorial hemos escuchado una pregunta que en el mundo contaminado de hoy resuena con particular actualidad:  "¿Cómo podrá un joven andar honestamente?" (Sal 118, 9).

También hemos escuchado la respuesta, sencilla e incisiva:  "Cumpliendo tus palabras" (Sal 118, 9). Así pues, es preciso pedir el gusto por la palabra de Dios y la alegría de poder testimoniar algo que es más grande que nosotros:  "Mi alegría es el camino de tus preceptos..." (Sal 118, 14).

La alegría nace también de la certeza de que muchas otras personas en el mundo acogen como nosotros los "preceptos del Señor" y hacen de ellos la razón de su vida. ¡Cuánta riqueza en la universalidad de la Iglesia, en su "catolicidad"! ¡Cuánta diversidad según los países, los ritos, las espiritualidades, las asociaciones, los movimientos y las comunidades! ¡Cuánta belleza y, al mismo tiempo, qué comunión tan profunda en los valores comunes y en la adhesión común a la persona de Jesús, el Señor!

Viviendo y rezando juntos, habéis comprobado que la diversidad de vuestros modos de acoger y expresar la fe no os separa ni os enfrenta los unos a los otros. Es sólo una manifestación de la riqueza de la Revelación, don único y extraordinario, que el mundo tanto necesita.

3. En el pasaje del evangelio que acabamos de escuchar, el Resucitado dirige a Pedro la pregunta que determinará toda su existencia:  "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" (Jn 21, 16). Jesús no le pregunta cuáles son sus talentos, sus dones, sus capacidades. Ni siquiera pregunta al que poco antes lo había negado si en adelante le será fiel, si ya no caerá. Le pregunta lo único que cuenta, lo único que puede sostener una llamada:  ¿me amas?

Cristo os dirige hoy esa misma pregunta a cada uno de vosotros:  ¿me amas? No os pide que sepáis hablar a las multitudes, dirigir una organización o administrar un patrimonio. Os pide que lo améis. Todo lo demás vendrá como consecuencia. En efecto, seguir las huellas de Jesús no se traduce inmediatamente en hacer o decir algo, sino ante todo en amarlo, en permanecer con él y en acogerlo completamente en la propia vida.

Responded hoy con sinceridad a la pregunta de Jesús. Algunos, como Pedro, podrán decir: "Sí, Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21, 16). Otros dirán:  "Señor, tú sabes cuánto quisiera amarte; enséñame a amarte para seguirte". Lo importante es estar en camino, avanzar sin perder de vista la meta, hasta el día en que podáis decir con todo el corazón: "Tú sabes que te amo".

4. Queridos jóvenes, amad a Cristo y amad a la Iglesia. Amad a Cristo como él os ama. Amad a la Iglesia como Cristo la ama.

No olvidéis que el amor verdadero no pone condiciones ni hace cálculos ni recrimina; sencillamente, ama. En efecto, ¿cómo podríais ser responsables de una herencia que sólo aceptáis parcialmente? ¿Cómo se puede participar en la construcción de algo que no se ama con todo el corazón?

Que la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor os ayude a cada uno a crecer en el amor a Jesús y a su cuerpo, que es la Iglesia.

 



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