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MISA EN SUFRAGIO DEL CARDENAL PIETRO PALAZZINI

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Viernes 13 de octubre de 2000

 

1. "Subió Jesús a la montaña (...) y, tomando la palabra, les enseñaba, diciendo:  Bienaventurados..." (Mt 5, 1-2).

Como un día en aquel monte de Galilea, también hoy el Señor Jesús sigue enseñando a sus discípulos con el sermón fundamental de las "bienaventuranzas". Ciertamente, en este texto evangélico reflexionó muchas veces el querido y venerado cardenal Pietro Palazzini, a quien en este momento acompañamos en su paso de este mundo a la casa del Padre. En efecto, las bienaventuranzas constituyen el paradigma de la santidad cristiana, y él, especialmente durante los últimos años de su servicio como prefecto de la Congregación para las causas de los santos, pudo admirar los prodigios de la santidad en numerosas figuras de siervos y siervas de Dios, de beatos y santos. Ahora ha sido llamado a contemplar, en la plenitud de la luz, el rostro glorioso de Dios, tres veces santo.

Con su fuerte contenido escatológico, las palabras de Jesús sostienen nuestra esperanza en el reino de los cielos, prometido a cuantos se esfuerzan por seguir el camino del Maestro y asemejarse a él. Los vínculos de afecto y fraternidad sacerdotal que nos unen al llorado cardenal Palazzini, a quien damos nuestro último saludo, nos impulsan a orar para que en él sea perfecta esa conformación con Cristo. Oremos para que goce plenamente de las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, de los que lloran, de los mansos de corazón, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los misericordiosos, de los limpios de corazón, de los que trabajan por la paz y de los perseguidos por causa de la justicia.

2. "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo (Sal 41, 3), hemos cantado en el Salmo responsorial. El hombre es la criatura que desea a Dios; fue hecho para Dios. El "espíritu incorruptible" que, como nos ha recordado la primera lectura, "está en todas las cosas" (Sb 12, 1), alimenta en el hombre el anhelo de conocer al Creador y de vivir en comunión con él.

Esta  dinámica  espiritual  se  manifiesta de modo muy especial en la existencia del creyente, que espera y prepara con confianza el encuentro con su Señor. En la segunda lectura, el apóstol san Pablo se manifiesta convencido de que Cristo será glorificado en su cuerpo, tanto en su vida como en su muerte (cf. Flp 1, 20). Precisamente por eso, afirma con profunda emoción:  "Para mí la vida es Cristo, y el morir una ganancia" (Flp 1, 21).

Sin embargo, sabemos muy bien que esta íntima convicción no apartó al Apóstol de su incesante ministerio; al contrario, aun deseando estar siempre unido a Cristo, decía que estaba dispuesto a continuar su servicio a los fieles, para el progreso y el gozo de su fe (cf. Flp 1, 23-25).

3. En esta perspectiva se sitúa nuestro recuerdo del llorado cardenal Pietro Palazzini. Consagró su vida al servicio asiduo de Dios y de la Iglesia, especialmente mediante el estudio, la enseñanza y la defensa de la verdad evangélica. En efecto, dedicó sus mejores energías sobre todo a la profundización de la teología moral y del derecho canónico.

Después de estudiar la teología en la Pontificia Universidad Lateranense, una vez ordenado sacerdote consiguió en ella el doctorado en teología y en utroque iure. Fue vicerrector del Seminario romano mayor; nombrado, luego, profesor de teología moral en la facultad teológica de la Lateranense, prosiguió la profundización de los aspectos éticos, morales y jurídicos de las modernas problemáticas humanas y sociales.

En 1962 el Papa Juan XXIII lo nombró arzobispo y lo llamó a formar parte de la Comisión preparatoria del concilio Vaticano II. En el ámbito de esa asamblea ecuménica fue miembro de la Comisión conciliar para la disciplina del clero y del pueblo cristiano. Prosiguió su celoso servicio en la Congregación llamada "del Concilio" que, con los años, se convirtió en la "Congregación para el clero"; sucesivamente fue llamado a dirigir, como prefecto, la Congregación para las causas de los santos.

Publicó numerosas y apreciadas obras de teología moral y de derecho, y colaboró en otras, dando en todas una importante contribución de doctrina y de sabiduría pastoral.

4. Hoy resulta especialmente significativa la última etapa de su servicio eclesial como responsable de la Congregación para las causas de los santos. Después de conocer y estudiar numerosas semblanzas de santos y beatos, nuestro venerado hermano ha sido llamado ahora a entrar en su morada a través de la puerta por la que entran los justos (cf. Sal 117, 20), es decir, la puerta que es Cristo Señor, el Santo de Dios.

"Aperite mihi portas iustitiae, et ingressus in eas confitebor Domino" (Sal 117, 19). ¡Cuántas veces, en el Oficio divino, nuestro hermano repitió, orando, este versículo! Ahora, terminada su peregrinación terrena, se dispone a entrar en la casa del Señor:  In domo Domini, como reza su lema episcopal. Allí se unirá a la liturgia del cielo.

In domo Domini! Que en esta morada de paz y de gozo lo introduzcan los santos, cuyas causas estudió. Que lo acoja la santísima Virgen María, de quien se declaró siempre hijo devoto.

A nosotros, que seguimos siendo peregrinos en esta tierra, nos consuele el dulce vínculo de la comunión de los santos y la esperanza segura de participar un día para siempre en la solemne y eterna liturgia del Amor divino. Así sea.

 



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