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MISA DE ORDENACIÓN DE 34 DIÁCONOS DE LA DIÓCESIS DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 13 de mayo de 2001

 

1. "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13, 35).

El evangelio de este V domingo del tiempo de Pascua nos lleva a la intimidad del Cenáculo. Allí Cristo, durante la última Cena, instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacerdocio de la nueva Alianza, y dejó a los suyos el "mandamiento nuevo" del amor. Hoy revivimos el intenso clima espiritual de aquella hora extraordinaria. Las palabras del Señor a sus discípulos se dirigen de modo particular a vosotros, amadísimos candidatos al presbiterado, invitados a recibir esta mañana su testamento de amor y servicio.

Todos los presentes os abrazamos con afecto. Os acompañan en especial vuestros familiares y amigos, a los que dirijo mi saludo más cordial. En torno a vosotros se ha reunido espiritualmente toda la comunidad diocesana de Roma, en la que habéis realizado vuestro itinerario formativo. Os apoyan en este paso decisivo los rectores, los profesores y vuestros formadores del Pontificio Seminario Romano mayor, del Almo Colegio Capránica, del seminario "Redemptoris Mater", del seminario de los Oblatos Hijos de la Virgen del Amor Divino, del instituto de los Misioneros Identes y del instituto de los Hijos de Santa Ana.

Con especial agradecimiento saludo a quienes se han ocupado de vuestra formación. El cardenal vicario, al comienzo de la celebración, se ha hecho intérprete de sus sentimientos. Por medio de él, al que doy las gracias de corazón, quisiera expresar mi gratitud a cuantos en la diócesis trabajan activamente en el campo vocacional.

2. "Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él" (Jn 13, 31).

Mientras la liturgia nos exhorta a permanecer en el Cenáculo en contemplación interior, volvemos a escuchar al evangelista san Juan que, siempre atento a las resonancias del corazón de Cristo, recoge las palabras que pronunció tras la partida de Judas Iscariote. Jesús habla de su gloria, la gloria que el Padre y el Hijo se rinden recíprocamente en el misterio pascual.

Amadísimos diáconos, hoy Cristo os invita a entrar en esta gloria y a no buscar ya ninguna otra gloria fuera de esta. También para vosotros esta es una "hora" decisiva. En efecto, la ordenación es el momento en que Cristo, mediante la consagración en el Espíritu Santo, os asocia de modo singular a su sacerdocio para la salvación del mundo. Cada uno de vosotros es constituido para dar gloria a Dios in persona Christi capitis. Como Cristo y unidos a él, glorificaréis a Dios y seréis glorificados por él, ofreciéndoos vosotros mismos para la salvación del mundo (cf. Jn 6, 51), amando hasta el fin a las personas que el Padre os encomiende (cf. Jn 13, 1) y lavándoos los pies los unos a los otros (cf. Jn 13, 14).

El Señor os entrega de modo nuevo su mandamiento:  "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 13, 34). Ese mandamiento constituye para vosotros un don y un compromiso:  don del yugo suave y ligero de Cristo (cf. Mt 11, 30); compromiso de ser siempre los primeros en llevar este yugo, convirtiéndoos con humildad en modelos para la grey (cf. 1 Pt 5, 3) que el buen Pastor os encomiende. Debéis recurrir constantemente a su ayuda e inspiraros siempre en su ejemplo.

3. Hoy, al pensar una vez más en la rica experiencia del Año jubilar, quisiera entregaros de nuevo simbólicamente la carta apostólica Novo millennio ineunte, que traza las líneas del camino de la Iglesia en esta nueva etapa de la historia. A vosotros corresponde guiar, con una entrega generosa, los pasos del pueblo cristiano, teniendo en cuenta especialmente dos grandes ámbitos de compromiso pastoral:  "Recomenzar desde Cristo" (nn. 29-41) y ser "testigos del amor" (nn. 42-57). En este segundo ámbito, que se caracteriza por la comunión y la caridad, es determinante "la capacidad de la comunidad cristiana para acoger todos los dones del Espíritu", estimulando "a todos los bautizados y confirmados a tomar conciencia de su responsabilidad activa en la vida eclesial" (n. 46).

Esta es, en su sentido más amplio y fundamental, la pastoral vocacional que es necesario y urgente poner en práctica de modo amplio y capilar. Se trata de suscitar y cultivar cada vez más una "mentalidad vocacional", que se traduzca en un estilo personal y comunitario, basado en la escucha, en el discernimiento y en la respuesta generosa a Dios que llama. Amadísimos candidatos al presbiterado, vuestra vocación es también fruto de la oración  de  la  Iglesia, así como del trabajo asiduo y paciente de numerosos obreros de  la  mies  del Señor, que han arado, sembrado y cultivado el terreno también para vosotros. Vuestra perseverancia está vinculada a esta solidaridad espiritual, que no debe faltar jamás en la Iglesia. Por eso, quisiera dar las gracias aquí a todos los que, en silencio y con un recuerdo diario, ofrecen su oración y su sufrimiento por los sacerdotes y por las vocaciones.

4. Pablo y Bernabé "volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hch 14, 21-22). Con pocos rasgos se describe la vida de la comunidad cristiana, llamada a "perseverar en la fe" ante las pruebas y las numerosas tribulaciones, necesarias "para entrar en el reino de Dios".

Queridos ordenandos, conscientes de vuestra misión, tended a la santidad y difundid el amor. Ante todo, enamoraos de la Iglesia, de la Iglesia terrena y de la Iglesia celestial, contemplándola con fe y amor, a pesar de las manchas y arrugas que puedan desfigurar su rostro humano. Ved en ella "la ciudad santa, la nueva Jerusalén" que, como narra el Apóstol en el libro del Apocalipsis, "desciende del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo" (Hch 21, 2).

Los Hechos de los Apóstoles subrayan el vínculo de los misioneros con la comunidad. La comunidad es el ambiente vital del que salen y al que vuelven:  de ella reciben, por decirlo así, el impulso, y a ella le comunican la experiencia realizada, reconociendo los signos de la acción de Dios en la misión. El sacerdote no es un hombre de iniciativas individuales; es el ministro del Evangelio en nombre de la Iglesia. Toda su labor apostólica parte de la Iglesia y vuelve a la Iglesia.

5. Queridos ordenandos, quiera Dios que nunca os falte el apoyo de la oración de la comunidad. Pablo y Bernabé "habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado" (Hch 14, 26). También vosotros, queridos hermanos, hoy sois "encomendados a la gracia del Señor" para la misión que debéis cumplir en la Iglesia:  ser ministros de Cristo sacerdote y pastor en medio de su pueblo. La comunidad que está en Roma ora por vosotros. Interceden por vosotros los apóstoles san Pedro y san Pablo. Intercede la Virgen María, Salus populi romani y Madre de los sacerdotes.

Sostenidos y animados por esta comunión de profunda oración, partid. Remad con valentía mar adentro, con vuestras velas desplegadas por el viento del Espíritu Santo. Así seréis felices por todo lo que el Señor realice por medio de vosotros (cf. Hch 14, 27) y experimentaréis, aun en medio de pruebas y dificultades, la grandeza y la alegría de vuestra misión. Así sea.

 



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