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VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Catedral de Ereván, 26 de septiembre de 2001

 

"Ved:  qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos" (Sal 133, 1).

¡Alabado sea Jesucristo!

1. El domingo pasado, Su Santidad y todo el Catholicosado de Echmiadzin han tenido la alegría de consagrar esta nueva catedral de san Gregorio el Iluminador, como digno memorial de los diecisiete siglos de fidelidad de Armenia a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Este espléndido santuario testimonia la fe que os transmitieron vuestros padres, y nos habla a todos de la esperanza que hoy impulsa al pueblo armenio a mirar al futuro con renovada confianza y valiente determinación.

Para mí, presidir con Su Santidad esta liturgia ecuménica es fuente de gran alegría personal. Es como la continuación de nuestra oración común del año pasado en la basílica de San Pedro en Roma. Allí, juntos, veneramos la reliquia de san Gregorio el Iluminador, y el Señor nos concede hoy la gracia de repetir ese mismo gesto aquí en Ereván. Abrazo a Su Santidad con el mismo afecto fraterno con que usted me saludó durante su visita a Roma.

Expreso mi gratitud a su excelencia el presidente de la República por su presencia en este encuentro ecuménico, signo de nuestra convicción común de que la nación será floreciente y próspera en virtud del respeto recíproco y la cooperación de todas sus instituciones. Mi pensamiento se dirige en este momento a Su Santidad Aram I, Catholicós de la Gran Casa de Cilicia, así como a los patriarcas armenios de Jerusalén y Constantinopla:  les envío un saludo en el amor del Señor. Saludo cordialmente a los distinguidos miembros de todas las instancias civiles y religiosas, y a las comunidades aquí representadas esta tarde.

2. Cuando, por la predicación de san Gregorio, el rey Tirídates III se convirtió, una nueva luz brilló en la larga historia del pueblo armenio. La universalidad de la fe se unió de manera inseparable a vuestra identidad nacional. La fe cristiana arraigó de modo permanente en esta tierra, situada en torno al monte Ararat, y la palabra del Evangelio influyó profundamente en la lengua, la vida familiar, la cultura y el arte del pueblo armenio.

La Iglesia armenia, aun conservando y desarrollando su identidad propia, no dudó en comprometerse en el diálogo con las demás tradiciones cristianas, beneficiándose de su patrimonio espiritual y cultural. Ya desde el inicio, no sólo las sagradas Escrituras, sino también las principales obras de los Padres sirios, griegos y latinos, fueron traducidas al armenio. La liturgia armenia se inspiró en las tradiciones litúrgicas de la Iglesia de Oriente y de Occidente. Gracias a esta extraordinaria apertura de espíritu, la Iglesia armenia, a lo largo de su historia, ha sido particularmente sensible a la causa de la unidad de los cristianos. Santos patriarcas y doctores, como san Isaac el Grande, Babghén de Otmus, Zacarías de Dzag, Nerses Snorhali, Nerses de Lambron, Esteban de Salmasta, Santiago de Julfa y otros, fueron muy conocidos por su celo en favor de la unidad de la Iglesia.

En su carta al emperador bizantino, Nerses Snorhali sugirió principios de diálogo ecuménico que no han perdido su actualidad. Entre sus muchas intuiciones, insiste en que la búsqueda de la unidad es un cometido de toda la comunidad y no se puede permitir que surjan divisiones dentro de las Iglesias; asimismo, enseña que es necesaria una purificación de la memoria para superar los resentimientos y los prejuicios del pasado, como también es indispensable el respeto mutuo y un sentido de igualdad entre los interlocutores que representan a las respectivas Iglesias; por último, dice que los cristianos deben tener una profunda convicción interior de que la unidad es esencial no para una ventaja estratégica o un beneficio político, sino para bien de la predicación del Evangelio como Cristo manda. Las intuiciones de este gran Doctor armenio son fruto de una extraordinaria sabiduría pastoral, y las hago mías hoy que estoy entre vosotros.

3. "Ved:  qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos" (Sal 133, 1). Cuando, en el año 1970, el Papa Pablo VI y el Catholicós Vasken I intercambiaron el beso de la paz, inauguraron una nueva era de contactos fraternos entre la Iglesia de Roma y la Iglesia armenia. Después de ese encuentro se realizaron pronto otras importantes visitas. Yo mismo conservo muy buenos recuerdos de las visitas a Roma de Su Santidad Karekin I, primero como Catholicós de la Gran Casa de Cilicia, y luego como Catholicós de Echmiadzin. Desde que participó como observador en el concilio ecuménico Vaticano II, el Catholicós Karekin I no cesó nunca de esforzarse por promover relaciones fraternas y cooperación práctica entre los cristianos de Oriente y Occidente.

Yo tenía un grandísimo deseo de visitarlo aquí en Armenia, pero el agravamiento de su salud y su prematura muerte me lo impidieron. Doy gracias al Señor por habernos dado este gran hombre de Iglesia, un sabio y valiente promotor de la unidad de los cristianos.

Santidad, me alegra poder devolverle la visita que me hizo en Roma, juntamente con una delegación de obispos y fieles armenios. En esa ocasión interpreté su generosa invitación a visitar Armenia y la santa Echmiadzin como un gran signo de amistad y caridad eclesial. A lo largo de muchos siglos los contactos entre la Iglesia armenia apostólica y la Iglesia de Roma fueron intensos y cordiales, y el deseo de la unidad plena nunca desapareció del todo. Mi visita testimonia nuestro común anhelo de alcanzar la unidad plena que el Señor ha querido para sus discípulos. Estamos cerca del monte Ararat, donde, según la tradición, atracó el Arca de Noé. Como la paloma volvió con un ramo de olivo, símbolo de la paz y el amor (cf. Gn 8, 11), así pido a Dios que mi visita sea como una consagración de la rica y fructuosa colaboración ya existente entre nosotros.

Entre la Iglesia católica y la Iglesia de Armenia reina una unidad real e íntima, puesto que ambas han conservado la sucesión apostólica y tienen sacramentos válidos, especialmente el bautismo y la Eucaristía. Esa conciencia debe impulsar a trabajar con mayor intensidad aún para fortalecer el diálogo ecuménico. Ninguna cuestión, por más difícil que sea, debería quedar excluida de este diálogo de fe y amor. Consciente de la importancia del ministerio del Obispo de Roma en la búsqueda de la unidad de los cristianos, he pedido -en mi carta encíclica Ut unum sint- que los obispos y los teólogos de nuestras Iglesias busquen "formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros" (n. 95). El ejemplo de los primeros siglos de la vida de la Iglesia nos puede guiar en este discernimiento. Pido ardientemente a Dios que se lleve a cabo de nuevo  el "intercambio  de dones" que realizó admirablemente la Iglesia durante el primer milenio. Que la memoria del tiempo en que la Iglesia respiraba con "sus dos pulmones" impulse a los cristianos de Oriente y Occidente a caminar juntos en la unidad de la fe y en el respeto de las legítimas diversidades, aceptándose y sosteniéndose unos a otros como miembros del único Cuerpo de Cristo (cf. Novo millennio ineunte, 48).

4. Con un solo corazón contemplamos a Cristo, nuestra paz, que ha unido lo que en otro tiempo estaba separado (cf. Ef 2, 14). En verdad, el tiempo nos apremia y tenemos un deber sagrado y urgente. Debemos proclamar la buena nueva de la salvación a los hombres y mujeres de nuestra época. Después de haber experimentado el vacío espiritual del comunismo y el materialismo, buscan el sendero de la vida y de la felicidad:  tienen sed de Evangelio. Tenemos una gran responsabilidad con respecto a ellos, y ellos esperan de nosotros un testimonio convincente de unidad en la fe y en el amor recíproco. Dado que trabajamos por alcanzar la comunión plena, hagamos juntos lo que no debemos hacer separados. Trabajemos juntos, con pleno respeto de nuestras distintas identidades y tradiciones. ¡Nunca más, cristianos contra cristianos! ¡Nunca más, Iglesia contra Iglesia! Más bien, caminemos juntos, de la mano, para que el mundo del siglo XXI y del nuevo milenio pueda creer.

5. Los armenios siempre han tributado gran veneración a la cruz de Cristo. A lo largo de los siglos, la cruz ha sido su inagotable fuente de esperanza en tiempos de prueba y sufrimiento. Una emotiva característica de esta tierra son las numerosas cruces en forma de katchkar, que atestiguan vuestra inquebrantable fidelidad a la fe cristiana. En esta época del año la Iglesia armenia celebra una de sus grandes fiestas:  la Exaltación de la santa Cruz.

Levantado de la tierra sobre el árbol de la cruz, Cristo Jesús, nuestra salvación, vida y resurrección, nos atrae a todos a sí (cf. Jn 12, 32).

¡Oh cruz de Cristo, nuestra verdadera esperanza! De vez en cuando el pecado y la debilidad humana son causa de división; danos la fuerza para perdonar y reconciliarnos unos con otros. ¡Oh cruz de Cristo, sé nuestro apoyo mientras nos esforzamos por restablecer la comunión plena entre los que contemplamos al Señor crucificado como nuestro Salvador y nuestro Dios! Amén.

Os agradezco vuestra atención e invoco la bendición de Dios sobre nuestros pasos hacia la unidad plena.

 



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