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VIAJE APOSTÓLICO A ARMENIA

SANTA MISA EN RITO LATINO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Catedral de Echmiadzin
Jueves 27 de septiembre de 2001

 

Amadísimos hermanos y hermanas, os saludo y os bendigo a todos.

"El Señor es mi luz y mi salvación" (Sal 26, 1).

1. Estas palabras del salmista resonaron en el corazón de los armenios cuando, hace diecisiete siglos, la fe cristiana, proclamada por primera vez en esta tierra por los apóstoles Bartolomé y Tadeo, se convirtió en la religión de la nación. Desde aquel tiempo los cristianos armenios han vivido y han muerto en la gracia y en la verdad (cf. Jn 1, 17) de nuestro Señor Jesucristo. La luz y la salvación del Evangelio os han impulsado y sostenido en todas las etapas de vuestra peregrinación a lo largo de los siglos. Hoy honramos y conmemoramos la fidelidad de Armenia a Jesucristo en esta eucaristía que Su Santidad el Catholicós Karekin II, con amor fraterno, me ha invitado a celebrar en la tierra sagrada donde el Hijo de Dios se apareció a vuestro padre en la fe, san Gregorio el Iluminador.

¡Cuánto ha esperado el Obispo de Roma este día! Con intensa alegría saludo a Su Santidad el Catholicós, a sus hermanos arzobispos y obispos, así como a todos los fieles de la Iglesia apostólica armenia. Saludo cordialmente al arzobispo Nerses Der Nersessian, juntamente con el arzobispo coadjutor Vartan Kechichian y, a través de ellos, mi saludo se dirige a Su Beatitud el patriarca Nerses Bedros XIX, patriarca católico de Cilicia de los armenios. Abrazo a los sacerdotes, a los consagrados y las consagradas, y a todos vosotros, hijos e hijas de la Iglesia católica armenia. Doy la bienvenida al obispo Giuseppe Pasotto, administrador apostólico del Cáucaso de los latinos, y a todos los que han venido de Georgia y de otras partes del Cáucaso.

2. Durante muchos años la voz del sacerdote dejó de resonar en vuestras iglesias; y, sin embargo, la voz de la fe del pueblo se siguió oyendo, llena de devoción y afecto filial al Sucesor del apóstol Pedro.

Cuando hombres de corazón malvado dispararon a la cruz del campanario de Panik, querían ofender al Dios en quien no creían. Pero su violencia se dirigía ante todo contra el pueblo, que había recogido las piedras para construir una casa al Señor; contra vosotros, que en aquellas iglesias habíais recibido el don de la fe con las aguas del bautismo y el don del Espíritu Santo con la confirmación; contra vosotros, que en ellas os congregabais para participar del banquete celestial en la mesa de la Eucaristía; contra vosotros, cuyos matrimonios, en aquellos lugares de oración, habían sido bendecidos para que vuestras familias fueran santas, y que allí habíais dado la última despedida a vuestros seres queridos, con la esperanza cierta de reuniros de nuevo un día con ellos en el paraíso.

Dispararon contra la cruz; y, sin embargo, vosotros seguisteis cantando las alabanzas del Señor, conservando y venerando la sotana de vuestro último sacerdote, como memoria de su presencia entre vosotros. Cantabais vuestros himnos con la certeza de que desde el cielo su voz se unía a la vuestra en la alabanza a Cristo, el eterno Sumo sacerdote. Adornabais vuestros lugares de culto lo mejor que podíais; y además de las imágenes de Jesús y de su Madre María, se hallaba a menudo la imagen del Papa junto con la del Catholicós de la Iglesia apostólica armenia. Habíais comprendido que dondequiera que sufrieran los cristianos, aun divididos entre sí, existía ya una profunda unidad.

3. Por esta razón vuestra historia reciente no ha estado marcada por la triste oposición entre las Iglesias, que ha atribulado a los cristianos en otras tierras no lejos de aquí. Recuerdo aún cuando, una vez concluido el invierno del ateísmo ideológico, el Catholicós Vasken I, que en paz descanse, invitó a la Santa Sede de Roma a mandar un sacerdote para los católicos de Armenia. Elegí entonces para vosotros al padre Komitas, uno de los hijos espirituales del abad Mequitar. Este año la comunidad mequitarista celebra su III centenario de fundación. Demos gracias al Señor por el glorioso testimonio que los monjes han dado; y manifestémosles nuestra gratitud por lo que están haciendo para renovar la cultura armenia.

El padre Komitas, aunque no era muy joven, aceptó inmediatamente y con entusiasmo colaborar con vosotros en la ardua tarea de la reconstrucción. Vino a vivir a Panik, donde restauró la cruz que las armas de fuego habían intentado destruir. Con espíritu fraterno hacia el clero y los fieles de la Iglesia apostólica armenia, volvió a abrir y embelleció la iglesia para los católicos, que la habían defendido durante tanto tiempo. Ahora descansa al lado de ella, cerca de su pueblo incluso después de muerto, mientras espera la resurrección de los justos.

4. A continuación, con la comprensión fraterna del Catholicós Vasken, que en el Parlamento nacional defendió los derechos de los católicos en Armenia, pude enviar como pastor a otro mequitarista, el padre Nerses, al que conferí la consagración episcopal en la basílica de San Pedro. Es hijo de un confesor de la fe, encarcelado por los comunistas por su fidelidad a Cristo. Al arzobispo Nerses quiero expresarle en especial mi gratitud. Cuando se le pidió, dejó prontamente su amada comunidad mequitarista de la isla de San Lázaro, en Venecia, para venir a prestar su servicio entre vosotros como padre amoroso y maestro respetado. Ahora cuenta con la ayuda del arzobispo Vartan, otro hijo espiritual del abad Mequitar. También a él le deseo un largo y fructuoso ministerio pastoral.

Juntamente con su vicario anterior, que luego fue obispo de los católicos armenios en Irán, y ahora con el arzobispo coadjutor, los sacerdotes y las religiosas que trabajan con tanta generosidad por amor al Evangelio, el arzobispo Nerses os ha enseñado y os ha ayudado a ver que la Iglesia católica en esta tierra no es una rival. Nuestras relaciones se caracterizan por el espíritu fraterno. Como en los años del silencio habíais puesto la imagen del Papa junto a la del Catholicós, así hoy en esta liturgia no sólo pediremos por la jerarquía católica, sino también por Su Santidad Karekin II, Catholicós de todos los armenios.

Santidad, ha tenido usted la amabilidad de invitar al Obispo de Roma a celebrar la Eucaristía con la comunidad católica en la santa Echmiadzin y nos honra con su presencia en esta gozosa circunstancia. ¿No es este un signo maravilloso de nuestra fe común? ¿No expresa el ardiente deseo de tantos hermanos y hermanas que desean vernos avanzar con diligencia por el camino de la unidad? Mi corazón anhela acelerar el día en que celebremos juntos el divino sacrificio, que nos hace uno a todos. En este altar, que es su altar, Santidad, pido al Señor que perdone nuestras faltas pasadas contra la unidad y nos lleve al amor que supera todas las barreras.

5. Amadísimos hermanos y hermanas católicos, con razón estáis orgullosos de esta antigua tierra de vuestros padres, y vosotros mismos sois herederos de su historia y cultura. En la Iglesia católica el himno de alabanza se eleva a Dios desde muchos pueblos y en muchas lenguas.

Pero esta unión de voces diversas en una única melodía no destruye en absoluto vuestra identidad de armenios. Habláis la dulce lengua de vuestros antepasados. Cantáis vuestra liturgia como os la enseñaron los santos Padres de la Iglesia armenia. Con vuestros hermanos de la Iglesia apostólica, dad testimonio del mismo Señor Jesús, que no está dividido. Vosotros no pertenecéis ni a Apolo ni a Cefas ni a Pablo: "Vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios" (1 Co 3, 23).

6. Como armenios, con los mismos derechos y los mismos deberes de todos los demás armenios, colaboráis en la reconstrucción de la nación. En esta tarea de gran importancia, estoy seguro de que nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia apostólica armenia consideran a los miembros de la comunidad católica como hijos de la misma Madre, la tierra bendita de Armenia, tierra de mártires y monjes, de doctores y artistas. Las divisiones que se han producido no han afectado a las raíces. Debemos competir entre nosotros no para crear divisiones o para acusarnos recíprocamente, sino para demostrarnos caridad mutua. La única competición posible entre los discípulos del Señor es buscar quién es capaz de ofrecer el amor más grande. Recordemos las palabras de vuestro gran obispo Nerses de Lambron:  "Nadie puede estar en paz con Dios si antes no está en paz con los hombres. (...) Si amamos, y el amor es nuestra medida, nos devolverán amor; si nuestra medida es el rencor y el odio, sólo podemos esperar rencor y odio".

Hoy Armenia espera de todos sus hijos e hijas el máximo empeño y nuevos sacrificios. Armenia necesita que todos sus hijos trabajen con toda su alma por el bien común. Sólo así se asegurará que el servicio honrado y generoso de los que actúan en la vida pública se vea recompensado con la confianza y la estima del pueblo; que las familias estén unidas y sean fieles; que toda vida humana sea acogida con amor desde el instante mismo de la concepción y cuidada solícitamente incluso cuando se halle afectada por la enfermedad o la pobreza. Y ¿dónde podréis encontrar fuerza para este gran compromiso común? La encontraréis donde el pueblo armenio siempre ha hallado inspiración para perseverar en sus elevados ideales y para defender su herencia cultural y espiritual:  en la luz y en la salvación que os viene de Jesucristo.

Armenia tiene hambre y sed de Jesucristo, por el cual muchos de vuestros antepasados dieron la vida. En estos tiempos difíciles, las personas buscan pan. Pero cuando lo tienen, su corazón quisiera más, quisiera una razón para vivir, una esperanza que las sostenga en el duro trabajo diario. ¿Quién las impulsará a depositar su confianza en Jesucristo? Vosotros, cristianos de Armenia:  ¡todos juntos!

7. Todos los cristianos armenios contemplan juntos la cruz de Jesucristo como única esperanza del mundo y verdadera luz y salvación de Armenia. Todos habéis nacido en la cruz, del costado traspasado de Cristo (cf. Jn 19, 34). Amáis la cruz porque sabéis que es vida y no muerte, victoria y no derrota. Vosotros lo sabéis, porque habéis aprendido la verdad que san Pablo proclama a los Filipenses:  su encarcelamiento sólo sirvió para que progresara el Evangelio (cf. Flp 1, 12).

Considerad vuestra triste experiencia, que en cierto modo fue también una forma de encarcelamiento. Habéis cargado sobre los hombros vuestra cruz (cf. Mt 16, 24) y ella no os ha destruido. Más aún, os ha renovado de un modo misterioso y maravilloso. Por esta razón, después de mil setecientos años, podéis afirmar con las palabras del profeta Miqueas:  "No te alegres de mí, enemiga mía, porque si caigo me levantaré; y si estoy postrada en tinieblas, el Señor es mi luz" (Mi 7, 8). Cristianos de Armenia, tras la gran prueba, ha llegado el tiempo de levantarse. Resucitad con Aquel que en toda época ha sido vuestra luz y vuestra salvación.

8. En esta peregrinación ecuménica anhelaba ardientemente visitar los lugares donde los fieles católicos viven en gran número. Hubiera querido orar ante las tumbas de las víctimas del terrible terremoto de 1988, consciente de que muchos sufren aún sus trágicas consecuencias. Deseaba visitar personalmente el hospital Redemptoris Mater, al que yo mismo tuve la alegría de contribuir cuando Armenia atravesaba momentos difíciles, y que me consta es muy apreciado por el servicio que brinda, gracias al incansable trabajo de los padres camilos y de las Hermanitas de Jesús. Pero, lamentablemente, no ha sido posible. Sabed que todos tenéis un lugar en mi corazón y en mis oraciones.

Amadísimos hermanos y hermanas, cuando volváis a vuestra casa desde este lugar sagrado, recordad que el Obispo de Roma ha venido para honrar la fe del pueblo armenio, del que formáis una parte especialmente querida para él. Ha venido para celebrar vuestra fidelidad y vuestra valentía, y para alabar a Dios que os ha concedido ver el día de la libertad. Aquí, ante este espléndido altar, recordemos a cuantos lucharon por ver este día y no pudieron verlo, pero lo contemplan ahora en la gloria eterna del reino de Dios.

La gran Madre de Dios, a la que tan tiernamente amáis, vele por sus hijos armenios, y acoja siempre bajo su manto protector a todos, especialmente a los niños, los jóvenes, las familias, los ancianos y los enfermos.

Armenia semper fidelis! La bendición de Dios esté siempre con vosotros.

Amén.

 



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