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FUNERAL DEL CARDENAL PAOLO BERTOLI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 

Viernes 9 de noviembre de 2001

 

1. "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria" (Jn 17, 24). Son las palabras de la "oración sacerdotal" que Cristo pronunció al final de la última cena con los Apóstoles en el Cenáculo y antes de afrontar su ya inminente pasión y muerte. Nos invitan a vivir en la luz de la fe la liturgia fúnebre que estamos celebrando en sufragio de nuestro venerado hermano, el querido cardenal Paolo Bertoli. Mientras nos disponemos a confiar a la tierra sus restos mortales, oramos al Señor, que un día lo llamó a ser de modo especial su discípulo y ministro de la Iglesia, para que lo acoja en la comunión plena y definitiva de la gloria celestial.

Dios, "que ama la vida" (Sb 11, 26), según la hermosa expresión del libro de la Sabiduría, conceda al recordado purpurado la plenitud de vida y gloria que ha preparado para él y para cada uno de nosotros desde la eternidad.

2. Esta confianza en el Señor sostuvo siempre al recordado cardenal en los múltiples y difíciles servicios eclesiales a los que fue llamado, en Europa oriental y occidental, en América Latina, en Oriente Próximo y en los organismos de la Santa Sede.

Una vez terminados los estudios en el seminario de Luca, consiguió en Roma los doctorados en teología y en utroque iure. En 1933 inició su servicio en la nunciatura de Belgrado, primero como agregado y luego como secretario. Cinco años después fue enviado a París durante los años oscuros y difíciles de la guerra y la ocupación y, en la primavera de 1942, fue trasladado a Haití como encargado de asuntos en esa nunciatura, que entonces comprendía todas las Antillas, excluidas Cuba y Jamaica.

En 1946 fue enviado a Berna, donde recibió el encargo de representar a la Santa Sede en las varias Conferencias internacionales que se celebraron en aquel período en Suiza para la solución de los problemas creados por la segunda guerra mundial. En aquellos años de estancia en la Confederación Helvética participó en la Conferencia internacional de la Cruz roja en Estocolmo, en 1948, en la Conferencia para la revisión de las Convenciones de Ginebra, al año siguiente, y, por último, en los Congresos organizados por los Organismos sociales y caritativos católicos, siguiendo, en particular, el desarrollo de las iniciativas a cargo de las Organizaciones internacionales católicas y de "Pax Romana", con sede en Friburgo.

3. En la primavera de 1949 fue destinado a la nunciatura de Praga en calidad de encargado de negocios, pero no pudo llegar a causa de las dificultades puestas por el Gobierno checoslovaco, que estaba a punto de romper sus relaciones con la Santa Sede. En 1952 fue nombrado arzobispo titular de Nicomedia y delegado apostólico en Turquía, donde desempeñó también el ministerio de administrador apostólico para los fieles de rito latino.

Al año siguiente monseñor Bertoli fue trasladado a Colombia, donde promovió la institución de nuevas circunscripciones eclesiásticas, visitando muchas veces los vastos territorios del país y, especialmente, las misiones. Asistió al nacimiento y participó en las primeras reuniones del Consejo episcopal latinoamericano (Celam), instituido en 1955, con sede en Bogotá.

Después de haber sido nuncio en el Líbano durante un año, donde destacó por su interés en los problemas ecuménicos y por sus contactos con las Iglesias orientales católicas y ortodoxas y con las comunidades musulmanas, en 1960 fue nombrado nuncio en Francia. Allí permaneció hasta cuando fue creado cardenal por el Papa Pablo VI, en el consistorio del 28 de abril de 1969, y nombrado prefecto de la Congregación para las causas de los santos, cargo que desempeñó hasta 1973. A continuación, su generoso y clarividente servicio a la Santa Sede también se expresó de diversas formas, no sólo como camarlengo de la santa Iglesia romana y miembro de varias Congregaciones y organismos de la Curia romana, sino también con cargos particulares que le confió el Papa, como sucedió en 1976, cuando fue enviado al Líbano durante la crisis que ensangrentó esa importante región de Oriente Próximo.

4. El largo ministerio eclesial del cardenal Bertoli fue sostenido constantemente por la fuerza del amor de Dios, que tenía su expresión más auténtica e inmediata en el testimonio de caridad y en los gestos concretos de solidaridad con sus hermanos, especialmente los más pobres y los que más sufrían. Como hemos escuchado del apóstol san Juan en la segunda lectura, Dios nos ha amado primero y ha manifestado su amor por nosotros en su Hijo Jesús:  "En esto hemos conocido lo que es el amor:  en que él dio su vida por nosotros" (1 Jn 3, 16). Y es precisamente este amor infinito de Dios —prosigue san Juan— el que nos hace pasar de la muerte a la vida:  "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3, 14).

Toda la vida del cardenal Paolo Bertoli estuvo sostenida por este gran ideal:  un amor intenso y profundo a Dios, un servicio generoso y fiel a la Iglesia, y una acción valiente y solidaria en favor de los hermanos, especialmente de los que más sufrían y estaban más necesitados. Testimonio elocuente de esto son las sencillas e intensas palabras que nos ha dejado en su testamento espiritual. En él expresa un amor profundo a la "Iglesia católica, en la que fui bautizado y he vivido con obediencia y sumisión a la Cátedra de Pedro". A la Iglesia y al Papa prestó un servicio valioso en los diversos cargos que le fueron confiados, tratando siempre de responder —como él mismo recuerda en el testamento— "con espíritu de fe y con lealtad", y con "esa sencillez tan querida para mí".

5. Ahora que nos disponemos a despedir a nuestro hermano difunto, confiamos en que comparta desde ahora, en la alegría del paraíso, la vida espiritual que se le comunicó en el bautismo y creció con la gracia de los sacramentos y la participación en la plenitud del sacerdocio, y que se manifieste plenamente el último día, en el momento de la vuelta gloriosa de Cristo.

Que María santísima, a quien durante este mes de noviembre invocamos de modo particular con el título de "Reina de los ángeles y los santos", acoja como hijo amadísimo a nuestro venerado hermano Paolo Bertoli y le abra de par en par las puertas del paraíso. Amén.

 



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