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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL 80º ANIVERSARIO DE LA PRIMERA APARICIÓN
DE LA VIRGEN EN FÁTIMA

 

«Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1).

Me vienen a la memoria estas palabras del Apocalipsis al cumplirse ochenta años de la primera aparición de la Virgen María a los tres pastorcitos en Cova da Iria. El mensaje que la Virgen santísima dirigió a la humanidad en esa ocasión sigue resonando con toda su fuerza profética, invitando a todos a la oración constante, a la conversión interior y a un generoso compromiso de reparación por los propios pecados y por los de todo el mundo.

Pensando en los numerosos peregrinos que, con este motivo, se dirigen al santuario de Fátima para expresar a María su devoción y su firme decisión de corresponder a su solicitud materna, deseo unirme a las oraciones de todos, a fin de implorar la intercesión de la Virgen, que dio al mundo el Verbo encarnado y participó en su obra redentora. María, que «avanzó en la peregrinación de la fe, mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz (...) y sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio» (Lumen gentium, 58), permanezca al lado de sus hijos en este final de milenio, para mantener el camino en dirección a la meta histórica del gran jubileo.

A ella nos dirigimos con confianza en medio de las dificultades de la hora actual, pidiéndole que guíe nuestros pasos para seguir las huellas de Cristo. Que María, Madre del Redentor, siga manifestándose Madre de todos. «La humilde joven de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia aquel que es "la luz verdadera, que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9)» (Tertio millennio adveniente, 59).

Con este deseo, le dirijo a usted, venerado hermano, mi afectuoso saludo, pidiéndole que lo transmita a quienes se dirijan devotamente en peregrinación al santuario de Fátima y, especialmente, a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Encomendando a la intercesión de la Virgen santísima las necesidades de la Iglesia en esta tierra bendita y en el mundo entero, os envío a todos, como prenda de abundantes dones celestes, una propiciadora bendición apostólica.

Vaticano, 12 de mayo de 1997

JOANNES PAULUS PP. II



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