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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A MONS. SALVATORE NUNNARI,
ARZOBISPO DE SANT'ANGELO DEI LOMBARDI-CONZA-NUSCO-BISACCIA,
CON MOTIVO DE LA REAPERTURA AL CULTO DE LA CATEDRAL DE SAN ANTONINO

 

Al venerado hermano
SALVATORE NUNNARI
Arzobispo de Sant'Angelo dei Lombardi-Conza-Nusco-Bisaccia

1. La feliz reapertura al culto de la catedral dedicada ab antiguo a san Antonino, diácono y mártir, y semidestruida por el trágico terremoto del 23 de noviembre de 1980, me brinda la ocasión para dirigirme, una vez más, a los fieles de esa querida archidiócesis, siempre presente en mis pensamientos y cercana a mi corazón.

Por fin se hace realidad una larga espera y se cumple un deseo alimentado durante diecinueve años: tener como familia de Dios una "casa", en la cual vivir más intensamente la comunión con el Padre y con los hermanos.

Le saludo con afecto a usted, venerado y amado hermano en el episcopado, que apenas hace pocos meses comenzó con gran generosidad su servicio pastoral a la archidiócesis. Asimismo, saludo a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los seminaristas. Saludo cordialmente a las autoridades civiles, políticas y militares. Envío un abrazo cordial a las madres y a los padres de familia, a los jóvenes, a los niños y, de modo singular, a los que sufren, a los que atraviesan dificultades físicas o espirituales y a los que no tienen trabajo. A todos y cada uno repito con el apóstol san Pablo: «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Ga 1, 13).

La reconstrucción de la antigua catedral de Sant'Angelo dei Lombardi evoca el largo camino del pueblo de Dios en esa tierra y testimonia la fe que ha conservado íntegra a lo largo de los siglos, incluso en momentos de grandes pruebas y calamidades. Por eso, se pueden aplicar muy bien a esa comunidad las palabras de Dios, proclamadas por el profeta Sofonías: «¡No tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos! El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!» (So 3, 16-17).

2. El período que va de 1073 a 1085, durante el cual se fundó la catedral, constituye una etapa significativa para vuestra tierra. El primer edificio, del que quedan algunos restos significativos, revive en la actual catedral de San Antonino, como signo de la perseverante adhesión de ese pueblo al Evangelio. La memoria del templo original, testimonio concreto de la fe de los antepasados, ayuda a los cristianos de hoy a no perder su identidad y los impulsa a mirar al futuro con firme esperanza. La valiosa reliquia del brazo de san Antonino, que se conserva en una teca de plata, que fue trasladada a esa iglesia desde Valencia (España) y quedó intacta aun en medio de trágicos acontecimientos, representa casi una promesa de ayuda celeste. Testimonia que Dios no abandona a sus hijos en el momento de la prueba y recuerda que, para construir un futuro de paz, fraternidad y justicia, es preciso conservar íntegro el patrimonio de fe transmitido por los santos de las generaciones anteriores, el primero de los cuales es su patrono Antonino, que la Iglesia venera como diácono y mártir.

El templo hecho de piedras es un signo palpable de la Iglesia viva, construida sobre el cimiento de los Apóstoles y que tiene como piedra angular al mismo Cristo Jesús. En ella, como recuerda el concilio Vaticano II, los creyentes se hallan insertados como piedras vivas para formar en esta tierra un templo espiritual (cf. Lumen gentium, 6). «Vosotros sois edificación de Dios» (1 Co 3, 9), recordaba el apóstol san Pablo a los Corintios, y, con ocasión de la dedicación de una iglesia, la comunidad litúrgica se dirige así al Señor:  "En esta casa visible que hemos construido, donde reúnes y proteges sin cesar a esta familia que hacia ti peregrina, manifiestas y realizas de manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros. En este lugar, Señor, tú vas edificando aquel templo que somos nosotros, y así la Iglesia, extendida por toda la tierra, crece unida, como Cuerpo de Cristo, hasta llegar a ser la nueva Jerusalén, verdadera visión de paz" (Prefacio de la dedicación).

El pueblo de Dios, convocado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, recibe en ese lugar sagrado el don de la salvación en los sacramentos y, mediante la escucha de la Palabra y la "fracción del Pan", se abre al amor de Dios para estar dispuesto a servir a sus hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados.

Por tanto, espero que, a la luz de estos datos de fe, las celebraciones con ocasión de la reapertura de vuestra catedral sean para todos ocasión de renovada y generosa respuesta a la llamada del Señor. Dios conceda a vuestra amada archidiócesis la gracia de seguir siendo signo de entendimiento y diálogo, vivero de vocaciones al servicio de la nueva evangelización y ejemplo de valiente adhesión al espíritu de las bienaventuranzas.

3. Sé muy bien que la historia de la catedral está íntimamente vinculada a los acontecimientos, alegres y dolorosos, de la ciudad y de la archidiócesis. Las alternas vicisitudes de construcción, destrucción y reconstrucción evocan momentos de dolor y muerte, muy presentes en la memoria del pueblo, pero también constituyen testimonios elocuentes de la grandeza y de la constancia de la fe de vuestros padres y de todos vosotros, que nunca habéis renunciado al propósito de reconstruir esta iglesia madre de la comunidad eclesial.

En efecto, la catedral, íntimamente vinculada a la persona del obispo, es "madre" de todas las iglesias de la diócesis. Mediante la catedral y en la catedral se manifiesta la "comunión" de toda la comunidad diocesana, unida al obispo de modo especial en la celebración eucarística. Por eso, muy oportunamente, el concilio Vaticano II reafirmó que se debe conceder «gran importancia a la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia tiene lugar en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto a un único altar, que el obispo preside rodeado por su presbiterio y sus ministros" (Sacrosanctum Concilium, 41).

Quisiera exhortar a los hermanos y hermanas de esa querida archidiócesis a amar y conservar con celo constante su catedral. Ojalá que sea para cada uno la casa de oración, el templo santo, el lugar de la presencia del Dios vivo y de la familiaridad con él; y que impulse a toda la comunidad a mantenerse unida y solidaria, a fin de que preguste en la liturgia y en la caridad fraterna algo de la futura bienaventuranza del cielo.

Que sobre cada uno se extienda la protección de su celestial patrono san Antonino y, sobre todo, la asistencia maternal de la Virgen Madre de la Iglesia. A María le encomiendo las expectativas y las dificultades, los propósitos y las esperanzas de toda la archidiócesis, que me consta que está comprometida en un camino de entendimiento y cooperación cada vez más firmes entre el obispo y los sacerdotes, entre el clero, los religiosos y los demás miembros del pueblo cristiano. Que para todos y cada uno la Virgen sea Madre y apoyo.

Por mi parte, mientras renuevo los más fervientes sentimientos de mi constante y fraterno afecto, le imparto a usted, a sus colaboradores y a toda la archidiócesis la confortadora bendición apostólica.

Vaticano, 1 de noviembre de 1999, solemnidad de Todos los Santos.

 

JUAN PABLO II



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