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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
PARA LA XXXII JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

[DOMINGO 24 DE MAYO DE 1998]

Tema: «Animados por el Espíritu comuniquemos la esperanza»

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. En este segundo de los tres años preparatorios para el Gran Jubileo del Año 2000, dirigimos nuestra atención al Espíritu Santo y su acción en la Iglesia, en nuestras vidas y en el mundo. El Espíritu es el "custodio de la esperanza en el corazón humano" (Dominum et Vivificantem, 67). Por esta razón, el tema de esta 32 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales es "Animados por el Espíritu, comuniquemos la esperanza".

La esperanza en la que el Espíritu Santo sostiene a los creyentes es sobre todo escatológica. Es la esperanza de la salvación: esperanza en el Cielo, esperanza en la perfecta comunión con Dios. Esta esperanza es, como afirma la Carta a los Hebreos, "un ancla para el alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allá donde Jesús entró por nosotros como precursor" (Heb 6,19-20).

2. Pero la esperanza escatológica que habita en los corazones cristianos está en íntima relación con la búsqueda de felicidad y plenitud en esta vida. La esperanza del Cielo anima la genuina preocupación por el bienestar de varones y mujeres aquí y ahora. "Si alguno dice 'amo a Dios' y odia a su hermano, es un mentiroso; porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). La Redención, por la cual Dios sana la relación humano-divina, devuelve asimismo la salud a nuestra relación con los demás. Y la esperanza que nace de la Redención surge de esta doble reconciliación.

Por ello es tan importante que los cristianos se preparen al Gran Jubileo en la aurora del Tercer Milenio renovando su esperanza en el advenimiento del Reino de Dios al final de los tiempos, a la vez que escrutan más atentamente los signos de esperanza que encuentran en el mundo que los rodea. Entre estos signos de esperanza podemos señalar éstos: el progreso científico, tecnológico y especialmente médico, al servicio de la vida humana; una mayor conciencia de nuestra responsabilidad sobre el medio ambiente; los esfuerzos para restaurar la paz y la justicia allá donde han sido violentadas; un deseo de reconciliación y solidaridad entre los pueblos, en particular entre el Norte y el Sur del mundo. En la Iglesia también hay muchos signos de esperanza, entre ellos una escucha más atenta de la voz del Espíritu Santo, que alienta a la aceptación de los carismas y la promoción de los laicos, a un más hondo compromiso en favor de la unidad de los cristianos, y a un mayor reconocimiento de la importancia del diálogo con otras religiones y con la cultura contemporánea (cf. Tertio millennio adveniente, 46).

3. Los comunicadores cristianos tendrán credibilidad al comunicar esperanza si primero la viven en sus propias vidas, y esto sucederá si son hombres y mujeres de oración. Fortalecidos por el Espíritu Santo, la oración nos hace capaces de estar "siempre preparados para dar razón de la esperanza" que ven en nosotros (1Pe 3,15). Así es como el comunicador cristiano aprende a presentar el mensaje de esperanza a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con la fuerza de la verdad.

4. No debemos olvidar que la comunicación a través de los Medios no es un ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o vender. Todavía menos, un vehículo para la ideología. Los Medios pueden a veces reducir a los seres humanos a simples unidades de consumo, o a grupos rivales de interés, o a manipulados espectadores, lectores y oyentes considerados números de los que se obtiene un rendimiento, sea en ventas o en apoyo político. Y todo ello destruye la comunidad. La tarea de la comunicación es aunar a las personas y enriquecer sus vidas, no aislarlas ni explotarlas. Los medios de comunicación social, usados correctamente, pueden ayudar a crear y apoyar comunidades humanas basadas en la justicia y la caridad; en la medida en que hagan esto, serán signos de esperanza.

5. Los medios de comunicación social son realmente el nuevo "Areópago" del mundo de hoy. Un gran foro que, cuando cumple bien su papel, posibilita el intercambio de información veraz, de ideas constructivas y sanos valores, creando así comunidad. Esto se convierte a su vez en un desafío para la Iglesia, cuyo uso de las comunicaciones no debe limitarse a la difusión del Evangelio, sino debe realmente integrar el mensaje del Evangelio en la 'nueva cultura' creada por las modernas comunicaciones, con sus "nuevos lenguajes, nuevas técnicas y nueva psicología" (Redemptoris Missio, 37).

Los comunicadores cristianos necesitan una formación que los capacite para trabajar con eficacia en un ambiente mediático como éste. Tal formación deberá ser extensa, e incluir un entrenamiento técnico, una profundización en lo moral y ético, con particular atención a los valores y normas significativos para su labor profesional; formación en cultura humana, filosofía, historia, ciencias sociales y estéticas. Pero primero que nada, deben recibir una formación de la vida interior, la vida del espíritu.

Los comunicadores cristianos necesitan ser hombres y mujeres cuya oración esté llena del Espíritu Santo, y los haga entrar cada vez más profundamente en comunión con Dios, para que crezca su capacidad de alentar la comunión entre sus semejantes. Deben ser enseñados en la esperanza por el Espíritu Santo, "agente principal de la nueva evangelización" (Tertio millennio adveniente, 45), para que puedan comunicar esperanza a los demás.

La Virgen María es el perfecto modelo de la esperanza que los comunicadores cristianos buscan avivar en sí mismos y compartir con otros. "María ha llevado a su plena expresión el anhelo de los pobres de Yaveh, y resplandece como modelo para quienes se fían con todo el corazón de las promesas de Dios" (Tertio millennio adveniente, 48). La Iglesia, al dirigir sus pasos de peregrina hacia el Gran Jubileo, vuelve su mirada hacia María, cuya profunda escucha del Espíritu Santo abrió el mundo al gran acontecimiento de la Encarnación, fuente de toda nuestra esperanza.

Desde el Vaticano, 24 de enero de 1998, Fiesta de San Francisco de Sales.

JOANNES PAULUS PP. II



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