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MENSAJE DEL PAPA
JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1979

 

Vosotros os preguntaréis: «¿Qué significa hoy la Cuaresma?». La privación siempre relativa de la alimentación –pensaréis vosotros– no tiene gran sentido, cuando tantos hermanos y hermanas nuestros, víctimas de guerras o catástrofes, sufren de veras física y moralmente.

El ayuno se refiere a la ascesis personal, siempre necesaria, pero la Iglesia pide a los bautizados imprimir una huella especial en este tiempo litúrgico. La Cuaresma tiene, pues, un significado para nosotros: debe manifestar a los ojos del mundo que todo el Pueblo de Dios, porque es pecador, se prepara con la penitencia a revivir litúrgicamente la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Este testimonio público y colectivo tiene su origen en el espíritu de penitencia de cada uno de nosotros y nos impulsa también a profundizar interiormente este comportamiento y a motivarlo mejor.

Privarse de algo es no sólo dar de lo superfluo, sino también, muchas veces, incluso de lo necesario, como la viuda del Evangelio que sabía que su óbolo era ya un don recibido de Dios. Privarse de algo es liberarse de las servidumbres de una civilización que nos incita cada vez más a la comodidad y al consumo, sin siquiera preocuparse de la conservación de nuestro ambiente, patrimonio común de la humanidad.

Conviene que vuestras comunidades eclesiales tomen parte en las “Campañas de Cuaresma”; os ayudarán así a orientar el ejercicio de vuestro espíritu de penitencia compartiendo lo que vosotros poseéis con los que tienen menos o que no tienen nada.

¿Podéis vosotros quedaros todavía ociosos en la plaza porque nadie os ha invitado a trabajar? La obra de la caridad cristiana necesita obreros; la Iglesia os llama. No esperéis a que sea muy tarde para socorrer a Cristo que está en la cárcel o sin vestidos, a Cristo que es perseguido o está refugiado, a Cristo que tiene hambre o está sin vivienda. Ayudad a nuestros hermanos y hermanas que no tienen el mínimo necesario para poder llegar a una auténtica promoción humana.

A todos los que os habéis decidido a realizar este testimonio evangélico de penitencia y participación, yo os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.



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