MENSAJE TELEVISIVO DEL PAPA JUAN PABLO II
EN EL IV CENTENARIO DEL TRÁNSITO
DE SANTA TERESA DE JESÚS
Viernes 15 de octubre de 1982
Queridos hijos de España,
Se cumplen cuatrocientos años del tránsito de Santa Teresa de Jesús desde la tierra al cielo, después de una vida bastante larga para aquellos tiempos; aunque ella, con su donaire habitual, la comparó a una noche en mala posada.
He seguido con interés y cariño las celebraciones de este Centenario. Sabéis que tenía programado realizar mi deseada visita a España en la fecha de apertura, quince de octubre del año pasado. Los conocidos acontecimientos me obligaron a retrasar el viaje, que con el favor de Dios tendrá lugar muy pronto. Así podré clausurar solemnemente el Centenario teresiano en Ávila y Alba de Tormes, el próximo día uno de noviembre.
No podía pasar esta importante fecha sin enviaros mi particular felicitación y recuerdo. Porque Teresa de Jesús representa, para la Iglesia y para el acervo cultural de la humanidad, una figura cumbre. Ella unió la santidad con las cimas más altas de la mística. La calidad de sus obras literarias, la finura de su estilo, su singular testimonio espiritual, y hasta su simpatía de mujer de poderosa inteligencia, sensibilidad exquisita y realismo, son un ejemplo luminoso, que llena de consuelo. Y que estimula con un mensaje jugoso y válido para nuestra época.
La trayectoria biográfica de Teresa se inserta en uno de los momentos más brillantes de la historia eclesial y civil de España, que constituye su Siglo de Oro. Teresa de Jesús deseó participar activamente en la formidable empresa evangelizadora de la América recién descubierta. Desde su condición de mujer, se determinó a hacer todo lo posible, “hacer aquel poquito que estaba en su mano”. Llevada por un designio providencial, con su labor de reformadora y fundadora de monasterios, puso en primer plano los horizontes del espíritu.
Ante la conmoción cultural del Renacimiento, cuya última raíz estaba en la sustitución de la idea de Dios por la del hombre como medida y luz de la creación; cuando el nuevo ritmo del pensamiento amenazaba desacralizar la existencia y postergar los valores divinos, Teresa de Jesús acomete el camino de la interioridad. Así avanza prodigiosamente por las moradas de su castillo personal, hasta llegar al centro donde Dios reside. Así llega a lo más hondo, lo más verdadero del hombre: la presencia activa y amorosa de Dios en él. Desde esta perspectiva, a la vez humana y sagrada, Teresa justifica y defiende la libertad, estimula a la justicia, invita a la práctica total del amor.
Sus maravillosas enseñanzas conectan perfectamente con los anhelos de nuestro siglo. Yo mismo lo pude comprobar, cuando en circunstancias difíciles de mis años juveniles me acerqué al magisterio de Teresa y Juan de la Cruz. Y no es menor prodigio que tal aventura se haya cumplido en una mujer acosada por las enfermedades, siempre alegre, enemiga de artificialidades, sencilla, genuina.
Querido pueblo de España:
Concluyo este mensaje subrayando una actitud de Santa Teresa: su fidelidad a la Iglesia, en cuyo seno ella vivió y murió. Ya desde ahora pongo mi visita bajo la protección de Santa Teresa de Jesús. Con ella os digo: Tened ánimo, vivid la esperanza, sed fieles a vuestra fe. ¡Hasta pronto, España, tierra de santos tierra de Teresa! Te bendigo con toda mi alma, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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