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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL PRIMER CONGRESO
CONTINENTAL LATINOAMERICANO DE VOCACIONES
(ITAICI-SÃO PAULO, 23-27 DE MAYO)

 

Queridos hermanos en el Episcopado,
amados sacerdotes,
religiosas, religiosos y laicos:

En mi Mensaje de este año, para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, he recordado a toda la Iglesia el acontecimiento eclesial que os disponéis a celebrar: el Primer Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones en Itaici–São Paulo (Brasil), del 23 al 27 de mayo próximo. He querido mencionarlo por su importancia y para que toda la comunidad eclesial se sienta solidariamente comprometida con vosotros y os acompañe con su cercanía espiritual y ferviente oración, en torno a María, la Madre de Jesús.

Este congreso en América Latina es el primero a nivel continental, y con él se inaugura una serie que, con la ayuda de Dios, irá teniendo lugar en los diversos Continentes, en los cuales la Iglesia es sacramento de unidad y pregonera del mensaje de Cristo entre las gentes. He apreciado el vivo interés con que habéis acogido la propuesta de la Santa Sede, de que este Congreso se celebre en el llamado Continente de la esperanza.

Es aún reciente la conmemoración del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo. En el marco de dicha efeméride, los Pastores de América Latina –reunidos en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo, bajo el lema “ Nueva Evangelización, Promoción Humana, Cultura Cristiana. Jesucristo ayer, hoy y siempre ”– han asumido con fuerza y gran esperanza la misión de una renovada acción evangelizadora en todo el Continente. El presente Congreso se inserta precisamente en este contexto, pues, para llevar a cabo la misión de la Nueva Evangelización de los pueblos latinoamericanos, es esencial “impulsar una vigorosa pastoral de vocaciones” (IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, Conclusiones, 293; cf. 79-82).

Estoy convencido de que este encuentro eclesial constituirá, para vosotros y para la Iglesia entera, una bendición particular del Señor, Dueño de la mies, lo cual compromete a una generosa respuesta que lleve a promover numerosas y santas vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a otras formas de especial entrega al Evangelio.

Cabe destacar también que el presente Congreso representa un elocuente gesto de comunión eclesial. En efecto, desde sus primeros momentos ha querido ser expresión de corresponsabilidad y estrecha colaboración entre la Sede Apostólica, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Con este Mensaje deseo también confirmaros en vuestro compromiso de colaboración conjunta en favor de la pastoral vocacional y, al mismo tiempo, exhortaros a incrementar, mediante oportunas iniciativas, la participación de las familias cristianas y de todos los fieles en esta obra de tanta relevancia para la Iglesia.

Bien sabéis, amados hermanos, que América Latina está viviendo una hora particularmente importante de su historia. El vuestro es un Continente joven y lleno de posibilidades, pero que está afrontando serios retos que demandan una decidida voluntad de superación por parte de todos. Sus pueblos están deseosos de libertad, de un mayor reconocimiento de su dignidad y de una creciente participación en el campo de la vida sociopolítica y en el seno de la misma comunidad eclesial. Su rostro, presentado con trazos vivos y elocuentes por los Obispos, especialmente en los Documentos de Puebla y de Santo Domingo (cf. Puebla, 31-37; Santo Domingo, 178), refleja los desafíos y los problemas de quien, esforzadamente, se está abriendo camino hacia el futuro. Pero en el rostro dolorido de cada hombre, así como en el rostro entero de América Latina, se refleja también la luz de la esperanza y el anhelo de tiempos mejores.

La Iglesia hace suyo este largo caminar de América, mientras sigue anunciando y testimoniando el gran amor de Cristo, Redentor del hombre, Salvador del mundo, presente en ella. Los Pastores, comunidades religiosas y laicos comprometidos la acompañan con fe y esperanza en las parroquias, escuelas, hospitales, misiones y en tantas otras iniciativas pastorales en medio de los pobres y marginados, entre jóvenes y adultos, y en los diferentes estratos socioculturales de la población (Evangelii nuntiandi, 69). La misión de los evangelizadores es avivar cada vez más la esperanza con la luz y la fuerza que vienen del Señor, movidos por la urgencia de hacerla brillar en “los centros donde nace una humanidad nueva” (Redemptoris missio, 37).

La Iglesia es consciente del enorme desafío que la hora presente significa para su misión; ella sabe que, aun en la debilidad, es portadora de la esperanza de vida nueva a la que aspira el pueblo latinoamericano y que sólo puede venir de Cristo, Señor de la Vida. Por eso, siente la apremiante necesidad de más “obreros de la mies” (cf Mt 9, 38): religiosos y religiosas, personas consagradas de los Institutos seculares y laicos comprometidos, que dediquen sus mejores energías y toda su existencia a ser artífices y signos de esperanza evangélica.

Constatamos con gozo que, en estos últimos años, en el seno de hogares cristianos profundamente arraigados en la fe, ha surgido un mayor número de vocaciones. Los seminarios diocesanos y las Comunidades religiosas han visto aumentar el número de sus miembros, lo cual es muy alentador. Gracias al testimonio de una Iglesia servidora y cercana al pueblo, el Señor ha hecho surgir hombres y mujeres deseosos de entregar toda su vida a la causa de Cristo; y, desde comunidades transparentes de los valores evangélicos, Él ha multiplicado en tantos jóvenes el ardiente deseo de seguirlo más de cerca. ¡Cómo no dar gracias a Dios por esta consoladora realidad!

Al mismo tiempo, sin embargo, las necesidades pastorales del Continente han aumentado y el número de sacerdotes, religiosas, religiosos y otras personas consagradas que trabajan en América Latina, resulta del todo insuficiente para satisfacer la urgente demanda de atención pastoral.

Es sorprendente constatar cómo la carencia más apremiante de sacerdotes se registra precisamente en América Latina, el Continente que tiene el porcentaje más alto de católicos con relación a su población total y que, en cifras absolutas, cuenta con el mayor número de católicos del mundo.
Faltan operarios del Evangelio en la periferia de las grandes metrópolis, en las zonas rurales, entre los habitantes de las alturas de los Andes y en las inmensidades de las selvas. Faltan servidores de la Buena Nueva que se dediquen a los jóvenes, a las familias, a los ancianos y enfermos, a los obreros, a los intelectuales, a los constructores de la sociedad, así como a los más pobres y marginados. Urge la presencia de un mayor número de sacerdotes y religiosos en las parroquias, en los movimientos apostólicos, en las comunidades eclesiales de base, en las escuelas y universidades, y en tantos otros campos, como he puesto de relieve en la Encíclica Redemptoris missio. Por otra parte, mirando los amplios horizontes de la misión universal confiada a la Iglesia, faltan también misioneros y misioneras que vayan más allá de vuestras fronteras, para anunciar hasta los confines del mundo las “ insondables riquezas de Cristo” (Ef 3, 8; cf. IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, Conclusiones, 121-125).

Por tudo isto, torna–se cada dia mais impelente a necessidade de uma pastoral vocacional renovada e concebida, em primeiro lugar, como dimensão obrigatória de todo o plano global pastoral e, ao mesmo tempo, como campo específico de acção que acompanhe o despertar, o discernimento e o desenvolvimento da resposta vocacional daqueles que o Senhor chama a segui–Lo. Na acção pastoral nunca se pode esquecer que educar para a fé também significa desenvolver o dinamismo vocacional próprio da vida cristã. Ser cristão já é, de per si, una vocação, una chamada: a vocação mais alta, fonte e base de todo o seguimento específico dentro da comunidade eclesial.

A partir da infância, pois, é necessário desenvolver a dimensão vocacional da vida baptismal. Ao longo de todo o seu processo evolutivo, o cristão precisa de habituar cada vez mais o seu ouvido a escutar a voz de Deus que o chama; precisa de abrir cada vez mais o seu coração para acolher o seu convite; deve dispor cada vez melhor a sua vontade para caminhar pela senda do Senhor, que nos precede no anúncio do seu Reino. Assim, já desde o regaço de mães cristãs e do calor e da oração assídua de lares crentes, a criança e o jovem aprenderão a estimar a sua existência como un chamamento a dar e a dar–se. “ A pastoral vocacional encontra o seu primeiro e natural ambiente na família ”, dizia eu na minha mensagem para o Dia Mundial de Oração pelas Vocações, deste ano. Sim, a família é chamada a dar aos filhos a gozosa experiência da vocação cristã, preparando–se ela própria para receber como um dom muito estimado a chamada de algum dos seus filhos ao ministério sacerdotal ou à vida consagrada.

Não há dúvida, contudo, de que o período mais importante e propício para escutar, discernir e seguir a voz do Senhor é a juventude, idade em que a pessoa humana se abre com maior generosidade ao horizonte da doação plena. O Evangelho narra como Jesus, ao multiplicar os pães para saciar a fome de tanta gente que O seguia, precisou da generosidade de um jovem que Lhe oferecia tudo o que tinha: os seus pães e os seus peixes (cf. Jo 6, 9); e como na Galileia fascinou João e André, que O seguiram, foram e permaneceram junto d’Ele (cf. ibid., 1, 39).

Não vos canseis, pois, de impulsionar una pastoral juvenil incisiva, rica de vida evangélica e portadora de claras propostas vocacionais: apresentai aos jovens una atraente experiência de amizadade com o Senhor, una sólida formação catequética e um responsável compromisso apostólico. Os jovens de hoje são capazes de generosidade e saberão responder, com um sim generoso, ao Senhor que os chama.

El problema de las vocaciones afecta a la vida misma de la Iglesia. Sin suficientes “ obreros de la mies ”, no le es posible hacer realidad el mandato de Cristo –que es la razón misma de su existencia y de su misión en la historia– : “Id y enseñad a todas las gentes” (Mt 28, 19). Y tampoco podría renovar cada día el sacrificio eucarístico: “Haced esto en memoria mía (1Co 11, 25)” (cf. Pastores dabo vobis, 1).

Conscientes del apremiante llamado de la hora presente, os aliento a traducir vuestra solicitud de Pastores en programas orgánicos y en audaces proyectos pastorales que den ulterior impulso y coordinación a lo que, en este campo, se está haciendo ya en cada Diócesis y en cada País. Es de esperar que el Congreso Continental que celebráis constituya un nuevo estímulo para incrementar todo lo bueno y esperanzador que ya está surgiendo.

Quisiera subrayar también algunos elementos que se han de tener presentes en los proyectos de pastoral vocacional:

— La pastoral vocacional requiere, en primer lugar, un testimonio de fe auténtica, de gozosa esperanza y de caridad operante. Requiere comunidades eclesiales que se esfuercen de verdad por vivir la comunión fraterna, fruto de la participación eucarística, perseverantes en la oración, asiduas en la escucha de la Palabra y en el ejercicio de la caridad. En efecto, el testimonio sigue siendo la fuerza de atracción más convincente de que disponen los discípulos de Cristo.

— Además, no debiera faltar en las diócesis, parroquias y comunidades de vida consagrada, la oración frecuente y explícita por las vocaciones. Promoved comunidades cristianas asiduas en la plegaria, conscientes de que ellas mismas, con sus solas fuerzas, no podrán nunca darse las vocaciones que necesitan y, por consiguiente, siempre dispuestas a acogerlas, acompañarlas y sostenerlas como un verdadero don que viene de lo alto.

— La pastoral vocacional presupone y necesita también un cuidadoso y concreto seguimiento de las vocaciones. Esto requiere personas preparadas espiritual, teológica y pedagógicamente, que se dediquen a esta importante misión eclesial; espacios diversificados y eficientes de acogida y apoyo; itinerarios adecuados y orgánicos de formación cristiana, de discernimiento y acompañamiento vocacional; colaboración sincera y leal entre los diversos responsables de la pastoral vocacional en los varios ambientes y en los diferentes niveles eclesiales.

Éstas son, queridos hermanos, algunas consideraciones que brotan de mi corazón de pastor, y que deposito en las manos de María, Madre y Reina de los Apóstoles, para que interceda ante su divino Hijo por el buen éxito del Congreso.

La Iglesia en América Latina necesita y espera numerosas y santas vocaciones, que dediquen toda su vida a la Nueva Evangelización. Que desde los numerosos Santuarios esparcidos por vuestras Naciones, desde las comunidades eclesiales y las familias cristianas se eleve unánime y confiadamente esta plegaria:

Señor Jesucristo,
enviado por el Padre y ungido por el Espíritu,
que has confiado a tus discípulos el anuncio de la salvación,
para que llegue hasta los confines de la tierra
y hasta el final de los tiempos,
suscita en América Latina
una nueva primavera de vocaciones.

Tú, que conoces a cada uno por su nombre
y tienes palabras de vida eterna,
renueva en el Continente de la esperanza
la invitación a dejarlo todo y seguirte,
para que muchos jóvenes se entreguen a ti
en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada,
dedicándose por entero al servicio del Evangelio.

Tú, que confías a tus amigos las palabras del Padre,
sé el único Señor y Maestro de todos los llamados.

Derrama sobre las comunidades eclesiales los dones de tu Espíritu,
para que una nueva generación de apóstoles
anuncie tu Resurrección a todos los hombres
y los convoque en tu Iglesia.

Renueva en todos los bautizados
el apremiante llamado a la Nueva Evangelización,
para que sean testigos de tu Verdad y de tu Vida,
en medio de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Te lo pedimos por intercesión de la Virgen María,
modelo de entrega total a tu servicio
y Madre de todos los llamados a ser apóstoles de tu Reino.

Amén.

Con mi Bendición Apostólica.

Vaticano, 2 de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor, del año 1994.

 

IOANNES PAULUS PP. II

 



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