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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE INTERNACIONAL
DE LA MILICIA DE LA INMACULADA

Al reverendo padre
EUGENIO GALIGNANO, o.f.m.conv.
Presidente internacional de la
Milicia de la Inmaculada

1. Con vivo interés he sabido que este Centro internacional de la Milicia de la Inmaculada, sostenido por las facultades teológicas pontificias "San Buenaventura" y "Marianum", en colaboración con la Asociación mariológica interdisciplinar italiana, ha organizado el Congreso internacional Maximiliano María Kolbe en su tiempo y hoy. Acercamiento interdisciplinar a su personalidad y sus escritos.

Manifiesto mi complacencia por esta iniciativa, le saludo cordialmente a usted, reverendo padre, a los señores cardenales, a los venerados hermanos en el episcopado, a las autoridades académicas, al ministro general y a los Frailes Menores Conventuales, a los relatores del congreso y a cuantos participan en tan significativo acontecimiento.

El congreso, sesenta años después del heroico martirio del padre Maximiliano María, pone de relieve cuán actual es su testimonio y cómo su pensamiento está presente en la reflexión actual de la teología católica. El gesto extraordinario del mártir de Auschwitz brinda la oportunidad de comprender mejor, mediante una investigación interdisciplinar, su figura y su obra; y de profundizar sus penetrantes intuiciones teológicas y espirituales desde la perspectiva de la nueva evangelización y del renovado impulso misionero que comprometen a la Iglesia del tercer milenio.

2. Maximiliano María Kolbe, hombre que conoció a fondo las ansias y los anhelos de sus contemporáneos, supo captar en cada cultura la presencia vivificante de las "semillas del Verbo" y, a través de un diálogo confiado y amoroso con Aquella que engendró en el tiempo al Hijo de Dios, se esforzó por valorarlas con una obra valiente de evangelización. La Inmaculada fue para él, además de "dulce Madre", ejemplo y guía de fidelidad absoluta al plan salvífico de Dios.

Desde su juventud quiso ser incondicionalmente todo de María, aquella en quien Dios pensó ya desde la eternidad como Madre del Hijo. La bienaventurada Virgen fue la criatura que mejor supo acoger el plan de la redención que la santísima Trinidad había querido, en Cristo, para toda la humanidad. "Cuántos misterios sobre Jesús -escribió san Maximiliano- habrá revelado sólo y exclusivamente a tu alma inmaculada aquel Espíritu divino que vivía y actuaba en ti" (Escritos del p. Kolbe, 1236).

Su íntima convicción era que quien está con María es dócil al soplo del Paráclito, sabe acoger su inspiración y puede adherirse plenamente a Cristo. Parece sugerir que, quien quiera conocer y predicar el Evangelio, debe acercarse con confianza a María, puesto que ella conoció a fondo los misterios del Hijo de Dios.

La Iglesia, mientras camina con confianza hacia el cumplimiento del reino de Dios, sigue anunciando la buena nueva en un mundo que cambia, fiel a la herencia recibida, pero consciente de que métodos y palabras deben adaptarse a la mentalidad del hombre de hoy. San Maximiliano supo hablar a sus contemporáneos y hacerse comprender; supo ser fiel a Dios y al hombre en la verdad y la santidad.

3. El padre Kolbe dejó esta herencia a sus hermanos, los Frailes Menores Conventuales, y, a través de su compromiso y testimonio, a toda la comunidad cristiana. La Milicia de la Inmaculada, fundada por él y reconocida recientemente como asociación pública e internacional de fieles, ha recogido de manera especial esta consagración a María, para que el Evangelio siga predicándose generosamente a todos y sea luz para la humanidad entera.

Quiera Dios que el Congreso, a través del acercamiento a la personalidad y escritos del santo mártir de la caridad, contribuya a profundizar los contenidos doctrinales y los métodos apostólicos al servicio de la obra evangelizadora de la Iglesia.

Con estos deseos, a la vez que lo encomiendo a usted, reverendo padre, a los participantes en el Congreso y a todos los miembros de la Milicia de la Inmaculada a la protección celestial de la bienaventurada Virgen María y a la intercesión de san Maximiliano María Kolbe, imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica

Castelgandolfo, 18 de septiembre de 2001

JUAN PABLO II



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