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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL 160° ANIVERSARIO
DE LA PONTIFICIA OBRA DE LA SANTA INFANCIA

 

Amadísimos muchachos misioneros: 

1. En la primera mitad del siglo XIX, en Europa se produjo una gran expansión misionera, y la Iglesia, consciente de la potencialidad misionera de la infancia, comenzó a pedir a los niños que se convirtieran en protagonistas del anuncio del Evangelio a sus coetáneos.

El 9 de mayo de 1843, el obispo de Nancy, monseñor Charles de Forbin-Janson, con el deseo de sostener las actividades de los católicos en China, propuso a los muchachos de París que ayudaran a sus coetáneos rezando un avemaría al día y ofreciendo algo de dinero al mes. En poco tiempo, esta iniciativa misionera de apoyo material y espiritual superó los confines de Francia y se difundió en otros países.

El 30 de septiembre de 1919 mi venerado predecesor Benedicto XV escribió:  "Recomendamos intensamente a todos los fieles la Obra de la Santa Infancia, que tiene como finalidad proporcionar el bautismo a los niños no cristianos. Hácese esta obra tanto más simpática cuanto que también nuestros niños tienen en ella su participación; con  lo cual, a  la  vez que aprenden a estimar el valor del beneficio de la fe, se acostumbran a la práctica de cooperar a su difusión" (Maximum illud).

La fiesta de la Epifanía de este año reviste un valor singular, porque la Obra de la santa infancia, presente actualmente en 110 naciones, cumple 160 años de historia. Esta Obra propone a los niños de todas las diócesis del mundo un programa que tiene como fundamento la oración, el sacrificio y gestos de solidaridad concreta:  de este modo pueden convertirse en evangelizadores de sus coetáneos.

2. Queridos muchachos misioneros, conozco el empeño y la generosidad con que procuráis cumplir este compromiso apostólico. Os esforzáis de muchos modos por compartir la suerte de los niños obligados prematuramente al trabajo y por aliviar la indigencia de los pobres; os solidarizáis con la ansiedad y los dramas de los niños implicados en las guerras de los adultos, siendo a menudo víctimas de la violencia bélica; rezáis todos los días para que el don de la fe, que vosotros habéis recibido, se participe a millones de vuestros amigos que aún no conocen a Jesús.

Con razón estáis convencidos de que quien encuentra a Jesús y acepta su Evangelio se enriquece con numerosos valores espirituales:  la vida divina de la gracia, el amor que hermana, la entrega a los demás, el perdón dado y recibido, la disponibilidad a acoger y ser acogidos, la esperanza que nos proyecta hacia la eternidad, y la paz como don y como tarea.

En este tiempo navideño, en muchas Iglesias particulares los niños de la Obra de la Santa Infancia, vestidos de magos o de pastores, pasan de casa en casa a dar el anuncio gozoso de la Navidad. Es la simpática costumbre de los "cantores de la estrella", que comenzó por iniciativa de la Obra de los países germánicos y se difundió a continuación en muchas otras naciones; muchachos y muchachas llaman a la puerta, cantan villancicos, rezan oraciones y presentan a las familias proyectos de solidaridad. Así, los pequeños evangelizan también a los grandes.

3. Sabéis bien que este compromiso de evangelización y de solidaridad no se limita a algunas semanas y al período navideño; se extiende a toda la vida. Por eso, os animo a responder generosamente a las innumerables peticiones de ayuda que provienen de los países pobres.

¡Cuántos muchachos en Europa, en América, en Asia, en África y en Oceanía oran y trabajan por este mismo ideal! Se ha creado un Fondo mundial de solidaridad, incrementado por donativos que llegan de todo el mundo. Se utiliza para financiar pequeños y grandes proyectos destinados a la infancia.

Existen bellísimas historias de niños que, para adoptar a distancia a sus amigos, se han dedicado a vender estrellas o a recoger sellos; para liberar a sus coetáneos obligados a combatir, han renunciado a un juguete o a una diversión costosa; y para financiar los libros de catecismo o para construir escuelas en zonas de misión, realizan diferentes formas de ahorro. Y los ejemplos podrían seguir. Son más de tres mil los proyectos que los niños misioneros están financiando con sus contribuciones. ¿No es un auténtico milagro del amor de Dios, vasto y silencioso, que deja una huella en el mundo?

En este milagro debéis participar todos, queridos niños misioneros. Y el que no tenga realmente nada, puede dar la contribución de su oración juntamente con las molestias de su pobreza.

4. Queridos muchachos y muchachas, el compromiso misionero os ayuda a vosotros mismos a crecer en la fe y os hace discípulos alegres de Jesús.

La solidaridad con quienes son menos afortunados os abre el corazón a las grandes exigencias de la humanidad. En los niños pobres y necesitados podéis reconocer el rostro de Jesús. Así actuaron insignes misioneros como Francisco Javier, Mateo Ricci, Carlos de Foucauld, la madre Teresa de Calcuta y tantos otros en todas las regiones del mundo.

Deseo de corazón que vuestros pastores, obispos y sacerdotes, así como vuestros catequistas y animadores, vuestros padres y profesores, se interesen por la Obra de la Infancia Misionera.

Desde su fundación, ha dado frutos de heroísmo misionero, y ha escrito páginas muy hermosas en la historia de la Iglesia. Los primeros niños chinos, salvados por los "niños misioneros", han llegado a ser profesores, catequistas, médicos y sacerdotes. El don del bautismo se ha transformado en luz para ellos y para sus familias.

Entre los muchachos que han recibido ayuda gracias a los donativos y la oración de otros niños, figuran el mártir Pablo Tchen y el cardenal Tien Kenshin, primer arzobispo de Pekín. Además, a lo largo de los años ha nacido en numerosos muchachos y muchachas la vocación a la consagración total a la evangelización.

¡Cómo no recordar a la pequeña Teresa de Lisieux que, a los 7 años, el 12 de mayo de 1882, se inscribió en la Obra de la Santa Infancia, y a los 14 ya había decidido entregarse a Jesús por la salvación del mundo! Esta fecundidad espiritual no se ha extinguido hoy. Oremos para que un número cada vez mayor de niños ponga a disposición del Evangelio no sólo una etapa de su vida, sino toda su existencia. Pidamos también a Dios que se extienda por doquier la acción benéfica de la Infancia Misionera.

5. Las necesidades de los niños del mundo son tan numerosas y complejas, que ninguna alcancía y ningún gesto de solidaridad, por más grande que sea, bastaría para resolverlas. Es necesaria la ayuda de Dios. Vosotros, queridos muchachos misioneros, al inscribiros en la Obra de la Santa Infancia, asumís como primer compromiso el rezo de un avemaría al día. En efecto, sabéis que la eficacia de la misión depende, ante todo, de la oración, y por eso os dirigís a la Virgen, Estrella de la evangelización.

Desde hace 160 años la invocáis en nombre de los niños de todo el mundo. Os exhorto a perseverar en esta hermosa práctica con un compromiso renovado en este "Año del Rosario". Los más grandes de entre vosotros podrían intentar, al menos de vez en cuando, rezar toda una decena o, incluso, el rosario entero. Es muy sugestivo el Rosario misionero:  una decena, la blanca, es por la vieja Europa, para que sea capaz de recuperar la fuerza evangelizadora que ha engendrado tantas Iglesias; la decena amarilla es por Asia, que rebosa de vida y juventud; la decena verde es por África, probada por el sufrimiento, pero disponible al anuncio; la decena roja es por América, promesa de nuevas fuerzas misioneras; y la decena azul es por el continente de Oceanía, que espera una difusión más amplia del Evangelio.

Queridos muchachos misioneros, que os acompañe la Virgen en vuestro compromiso. A ella os encomiendo a vosotros, así como a vuestros familiares y a las comunidades cristianas a las que pertenecéis. Os bendigo a todos con afecto.

Vaticano, 6 de enero de 2003, solemnidad de la Epifanía del Señor.

 

JUAN PABLO II



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