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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
PARA LA XXII JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES

 

Venerados hermanos en el Episcopado,
queridos hijos e hijas de todo el mundo:

1. La XXII Jornada mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará, como todos los años, el IV domingo de Pascua, es una ocasión en la que, como Pastor de la Iglesia universal, siento el urgente deber de exhortar a todos los bautizados a colaborar con la oración incesante y la acción pastoral en la promoción de las vocaciones sacerdotales, de las vocaciones a la vida consagrada en sus múltiples formas, de las vocaciones al compromiso misionero. Es éste un problema vital que se ubica en el corazón mismo de la Iglesia; en efecto, de su solución depende su porvenir, su desarrollo y su misión universal de salvación.

Desde que el inolvidable Pablo VI quiso instituir esta Jornada mundial, los Mensajes pontificios, aunque dirigidos a todo el Pueblo de Dios, han tenido como destinatarios privilegiados a los jóvenes. Esta atención asume en cierto modo una motivación y un significado singulares en este año 1985 que, como es sabido, ha sido proclamado por las Naciones Unidas "Año Internacional de la Juventud".

Es ésta una cita a la cual la Iglesia no quiere faltar. Tiene ciertamente la intención de ofrecer contribuciones y aportes originales relativos a la fe y a los valores cristianos. Numerosas iniciativas han sido ya programadas y otras serán promovidas, tanto a nivel de Iglesia universal como a nivel de Iglesias particulares. Yo mismo he dirigido una invitación a los jóvenes de todo el mundo para un gran encuentro en Roma, el Domingo de Ramos, para proclamar juntos que "Cristo es nuestra paz".

Un vivo deseo mío es que en este año se promuevan, de una forma extraordinaria entre los jóvenes, las vocaciones consagradas. La Jornada mundial es un punto ideal de referencia para una acción más vasta y más incisiva. Y es éste el testimonio específico que las comunidades cristianas esperan de los jóvenes. En esta perspectiva mi palabra se dirige, en primer lugar, a las nuevas generaciones y, luego, a todos los que tienen responsabilidades pastorales y educativas.

2. ¡Jóvenes, Cristo os ama! He aquí el feliz anuncio que no puede menos que llenaros de admiración. Mi mensaje para vosotros no puede ser otro que el mismo del Evangelio: Cristo tiene por vosotros, jóvenes, un amor de predilección y os desafía al amor.

Mi diálogo con vosotros ha conocido ya los caminos del mundo y en todas partes he encontrado jóvenes sedientos de amor y de verdad, aunque agobiados por muchos interrogantes y problemas sobre el sentido de la propia vida.

No es raro, por desgracia, el peligro de caer bajo falsos guías y falsos maestros, que intentan seduciros, abusar de vuestra generosidad e incluso impulsaros hacia actividades que engendran tan sólo amargura y desilusión.

Quisiera ahora preguntaros: ¿Habéis encontrado a Aquel que se ha proclamado el único verdadero "Maestro" (Mt 23, 8)? ¿No sabéis que sólo Él "tiene palabras de vida eterna" (Jn 6, 68) y posee las respuestas verdaderas a vuestros problemas?

El amor de Cristo es la fuerza más grande del mundo, es vuestra fuerza. ¿Habéis realizado este maravilloso descubrimiento? Cuando un joven o una joven ha encontrado personalmente a Cristo y ha descubierto su amor, tiene confianza en Él, escucha su voz, se decide a seguirlo, dispuesto a todo, incluso a dar la vida por Él.

3 ¡Jóvenes, Cristo os llama! El amor conoce diversos caminos, pues son diferentes las tareas que Él confía a cada uno y a cada una de vosotros.

En el ámbito de la vida cristiana todo bautizado ha recibido del Señor su "llamada", y todas las vocaciones son importantes, todas merecen gran estima y reconocimiento, todas deben ser escuchadas y seguidas con generosidad. Sin embargo, el Señor Jesús, al fundar la Iglesia, quiso instituir ministerios particulares, que Él confía a aquellos de entre sus discípulos a quienes libremente elige.

Es así que a muchos de vosotros, a más de cuantos se podría suponer, el Divino Redentor quiere haceros partícipes del sacerdocio ministerial para dar a la humanidad la Eucaristía, para perdonar los pecados, para predicar el Evangelio, para guiar las comunidades. Cristo cuenta con vosotros para esta misión maravillosa. Los sacerdotes son necesarios al mundo porque Cristo es necesario.

A muchos de vosotros Jesús os pide dejarlo todo para seguirle a Él pobre, casto, obediente. A muchas jóvenes dirige la llamada misteriosa a vivir un proyecto de amor exclusivo a Él en la vida virginal.

¿Pensáis acaso que estas llamadas se refieran a otros y no puedan dirigirse, quizá, a vuestra persona? ¿Os parecen muy difíciles porque comportan renuncias, sacrificios y hasta la entrega de la vida?

Observad la prontitud de los Apóstoles. Observad la magnifica experiencia de miles y miles de sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, laicos consagrados, misioneros que han llegado hasta el heroísmo para dar testimonio a la humanidad de Cristo muerto y resucitado.

Observad la generosidad de miles y miles de jóvenes, que en los seminarios, en los noviciados y en otras instituciones de formación se están preparando a las órdenes sagradas, a la profesión de los consejos evangélicos, al mandato misionero. A todos estos jóvenes vaya mi expresión de aliento y la invitación a proponer a sus coetáneos el ideal que están realizando.

4. ¡Jóvenes, Cristo os manda! "Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda creatura" (Mc 16, 15). Estas palabras pronunciadas por el Señor antes de ascender al Padre, las dirige hoy a muchos de vosotros. En el umbral del tercer milenio de la venida de Jesús, una gran multitud de hombres no ha recibido aún la luz del Evangelio y yace en graves condiciones de injusticia y miseria.

El mismo Señor revela la desproporción entre las inmensas necesidades de salvación universal y el número insuficiente de sus colaboradores. "La mies es mucha pero los operarios son pocos" (Mt 9, 37): exclamó viendo a las multitudes de todos los tiempos cansadas y agobiadas como ovejas sin pastor. En mis viajes apostólicos a todos los puntos de la tierra, constato cada vez más la actualidad del lamento del Salvador.

Sólo la gracia de Dios, solicitada por la oración, puede colmar esta dolorosa desproporción. ¿Quedaréis indiferentes escuchando el grito que sube de la humanidad? Os exhorto a orar y también a ofrecer vuestras personas, si el Dueño de la mies quisiera enviaros como operarios a su mies (cf. Mt 9, 38).

Poneos en primera fila entre aquellos que están prontos a dejar la propia tierra para una misión sin fronteras. A través de vuestras personas Cristo quiere llegar a la humanidad entera.

5. Mi mensaje se dirige ahora a todas las comunidades cristianas, porque todas tienen responsabilidad ante los jóvenes. En particular me dirijo a vosotros, venerados hermanos en el Episcopado, y a cuantos comparten con vosotros tareas específicas pastorales y educativas: presbíteros, personas consagradas, animadores vocacionales, padres de familia, catequistas, docentes, educadores.

En este año dedicado a los jóvenes tomemos nueva conciencia de lo que ellos representan para la Iglesia.

Recordad: ¡Servir a los jóvenes es servir a la Iglesia! Es una tarea prioritaria, a la cual a menudo deben subordinarse y orientarse otras tareas, empeños, intereses.

Amad a los jóvenes como Cristo los ama. Conocedlos y daos a conocer a ellos personalmente. Id hacia ellos, pues a menudo no vendrán espontáneamente.

Haceos sobre todo instrumentos valerosos de la llamada que el Señor dirige a los jóvenes.

La pastoral juvenil de base sería incompleta si no se abriera también a las vocaciones consagradas. Lo ha recalcado con fuerza también el documento conclusivo del II Congreso internacional para las Vocaciones (cf. n. 42), que de nuevo recomiendo a vuestra atención. La Iglesia ha recibido de Cristo el derecho y el deber de llamar y proponer las vocaciones consagradas: no para imponer carismas y ministerios a quien no los ha recibido del Espíritu Santo, sino para revelar el proyecto de Dios inscrito en el corazón de tantos jóvenes, a menudo sofocado por las circunstancias ambientales. Por su parte los jóvenes y las jóvenes tienen el derecho y el deber de buscar ayuda para descubrir y vivir la llamada de Dios.

Que el Año Internacional de la Juventud vea multiplicarse los esfuerzos también en este sentido. Que la Jornada mundial sea sobre todo un momento fuerte de oración por una nueva fecundidad vocacional.

6. En comunión con todos los jóvenes del mundo, elevamos nuestra oración al Dueño de la mies para que multiplique los operarios del Evangelio, en la certeza que querrá escuchar la oración que el Señor Jesús nos ha ordenado expresamente hacer:

Dios nuestro Padre,
te confiamos los jóvenes y las jóvenes del mundo,
con sus problemas, aspiraciones y esperanzas.
Vuelve hacia ellos tu mirada de amor
y hazlos operadores de paz
y constructores de la civilización del amor.

Llámalos a seguir a Jesús, tu Hijo.
Hazles comprender que vale la pena
dar enteramente la vida por Ti y por la humanidad.
Concédeles generosidad y prontitud en la respuesta.

Acoge, Señor, nuestra alabanza
y nuestra oración también por los jóvenes que,
a ejemplo de María, Madre de la Iglesia,
han creído en tu palabra
y se están preparando a las órdenes sagradas,
a la profesión de los consejos evangélicos,
al empeño misionero.
Ayúdalos a comprender que la llamada que Tú les has dado es siempre actual y urgente.
Amén.

En la confiada esperanza de que el Señor no dejará de escuchar la oración de la Iglesia por las vocaciones, imparto de corazón a vosotros, venerados hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a todo el Pueblo de Dios y, en particular, a los jóvenes y a las jóvenes que han acogido generosamente la llamada divina, la bendición apostólica, propiciadora de abundantes favores celestiales.

Vaticano, 25 de enero de 1985.

JOANNES PAULUS PP. II



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