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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA REPRESENTACIÓN DEL EJÉRCITO ITALIANO


Sala Pablo VI
Jueves 1 de marzo de 1979

 

Ilustrísimos señores y señoras,
queridísimos jóvenes:

Siento gran alegría al recibiros y manifestaron mi sincera gratitud por la gentileza y la fe profunda que os han traído aquí.

Dirijo mi saludo cordial a las autoridades, y en primer lugar al señor Ministro de la Defensa, a los jefes de Estado Mayor, a los Oficiales, a los representantes de todas las ramas del ejército, al personal sanitario, a los agregados a distintos servicios, a las señoras del Patronato, a las Hermanas de los hospitales militares y a las Damas de la Cruz Roja, y quiero extender mi saludo también a todas las personas que os son queridas. En particular os saludo a vosotros, jóvenes, que prestáis el servicio militar, y me es grato subrayar que veo en vosotros ante todo la juventud, siempre generosa e intrépida en sus aspiraciones, en sus sentimientos profundos, en sus ideales, en sus exigencias frente a las grandes opciones de la vida; además veo en vosotros a Italia, vuestra patria, esta nación atractiva y privilegiada, amada y visitada por todas las gentes del mundo, y a la que las otras naciones contemplan con admiración, por la Sede de Pedro y por los incalculables tesoros de arte, literatura, bellezas naturales, que incitaron a grandes poetas y pensadores de todo el mundo a describirla y cantarla como "patria" del corazón; veo en vosotros, en el uniforme que vestís, el testimonio de un compromiso solemne para la defensa de los valores fundamentales de la libertad, del orden, de la justicia y de la paz.

Reflexionando ahora un instante sobre vuestra edad juvenil y sobre vuestro deber actual, y extendiendo la mirada también a vuestros amigos de Italia, a quienes representáis aquí, quiero proponer algunos pensamientos que surgen espontáneamente en mí.

1. Vuestra edad es la de la pregunta suprema: ¿Qué sentido tiene la vida? Y consiguientemente, ¿qué sentido tiene la historia humana?

Ciertamente es la pregunta más dramática y también la más noble, que califica verdaderamente al hombre en su naturaleza de persona inteligente y volitiva. En efecto, el hombre no puede encerrarse en los límites del tiempo, en el círculo de la materia, en el nudo de una existencia inmanente y autosuficiente; puede intentar hacerlo; puede incluso afirmar con palabras y gestos que su patria es sólo el tiempo y que su casa es sólo el cuerpo. Pero en realidad la pregunta suprema lo agita, lo punza y lo atormenta. Es una pregunta que no se puede eliminar.

Sabemos cómo, por desgracia, gran parte del pensamiento moderno, ateo, agnóstico, secularizado, insiste en afirmar y enseñar que la pregunta suprema sería una enfermedad del hombre, una ilusión de género psicológico y sentimental, de la que es necesario curarse, afrontando valientemente el absurdo, la muerte, la nada.

Es una filosofía sutilmente peligrosa, porque sobre todo el joven, todavía frágil en su pensamiento, sacudido por las dolorosas vicisitudes de la historia pasada y presente, por la inestabilidad e incertidumbre del futuro, a veces traicionado en los afectos más íntimos, marginado, incomprendido, desocupado, puede sentirse empujado por esa filosofía a la evasión en la droga, en la violencia o en la desesperación.

2. Vuestra edad es la del encuentro consciente y querido con Cristo.

Queridísimos jóvenes: Sólo Jesucristo es la respuesta adecuada y ultima a la pregunta suprema acerca del sentido de la vida y de la historia.

Mas con respeto a cuantos tienen otras ideas y sabiendo bien que la fe en Cristo tiene sus tiempos y estaciones y que exige una maduración personal, vinculada a la "gracia" de Dios, os digo con franqueza confiada que, pasada la edad ingenua de la niñez y la época sentimental de la adolescencia, al llegar a la juventud, es decir, a vuestra edad exuberante y crítica, la aventura más bella y entusiasmante que os puede suceder es el encuentro personal con Jesús. que es el Cínico que da verdadero significado a nuestra vida.

No basta buscar; es necesario buscar para encontrar la certeza. Y la certeza es Jesús que afirma: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6)... "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas" (ib., 8. 12)... "Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (ib., 18, 57).

Sólo Jesús tiene palabras convincentes y consoladoras: sólo El tiene palabras de vida, más aún, de vida eterna: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El" (Jn 3, 16-17).

La única solución al escepticismo y la desesperación es la fe en Cristo. ¡Sólo Jesús revela el significado de nuestra existencia en el misterio sin limites del universo, en el torbellino oscuro e imprevisible de la historia! El gran y famoso filósofo y matemático francés, Blaise Paseal, al llegar finalmente al encuentro definitivo y gozoso con Cristo, escribía en sus pensamientos, con lucidez insuperable: «Nosotros no sólo conocemos a Dios únicamente por medio de Jesucristo, sino que nos conocemos a nosotros mismos únicamente por medio de Jesucristo. Nosotros no conocemos la vida, la muerte, sino por medio de Jesucristo. Fuera de Jesucristo no sabemos lo que es nuestra vida o nuestra muerte, Dios y nosotros mismos. Por esto, sin la Escritura que tiene por objeto sólo a Jesucristo, no conocemos nada y no vemos más que oscuridad y confusión en la naturaleza de Dios y en nuestra naturaleza" (Pensées, núm. 548). Y el Concilio Ecuménico Vaticano II ha subrayado que "sólo en el misterio del Verbo encarnado encuentra plena luz el misterio del hombre" (Gaudium et spes, 22).

3. En fin, y es le conclusión práctica, vuestra edad es la de la decisión más importante. Cualquier camino que elijáis en la vida, la decisión más importante es vivir dondequiera, siempre y con todos. el ideal cristiano del amor a Dios y al prójimo.

¡No os alejéis de Cristo! ¡Optad por El! ¡La humanidad necesita sobre todo de buenos samaritanos, porque necesita de Cristo!

Me es grato recordar una exhortación que Pablo VI, mi venerado predecesor, dirigía precisamente en esta sala a doce mil jóvenes, hace dos años: «No os dejéis engañar por los que querrían introducir en vuestros corazones ideales distintos e incluso opuestos a los de vuestra fe. Sólo en Cristo está la solución de todos vuestros problemas. El es quien libera el hombre de las cadenas del pecado y de toda esclavitud: El es la luz que brilla en medio de las tinieblas: El es "la verdad que tanto nos sublima" (Dante, Paraíso XXII, 43); El es quien da a la vida las razones por las que vale la pena vivir, amar, trabajar, sufrir; El es nuestro apoyo y nuestro alivio» (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de mayo de 1977, pág. 4).

Para llegar a esta decisión tan sublime y tan necesaria, sabed abrir vuestros corazones y vuestras conciencias al sacerdote, que es ministro de Cristo, ahora a vuestros capellanes y después a los sacerdotes dedicados a vuestra atención espiritual. Encontraréis en ellos ayuda y apoyo para vuestra vida cristiana.

Vivid este período de servicio con sentido de amistad, de fraternidad y compromiso de amor, manteniendo viva en vuestros corazones la nostalgia de vuestros seres queridos que os siguen y os esperan. y el respeto a vuestros superiores, en la convicción de que la grandeza y el honor de la patria dependen de la honestidad y de la seriedad de cada ciudadano:

Con estos deseos, mientras invoco para vosotros y vuestras familias la continua asistencia de Dios y de la Santísima Virgen, y la abundancia de favores celestiales, bendigo a todos de corazón.

 



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