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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE PARAGUAY EN VISITA "AD LIMINA


Martes 25 de septiembre de 1979

 

Venerables Hermanos en el Episcopado, 

Bendito sea el Señor, que me permite este encuentro fraterno con vosotros, los Pastores de la Iglesia en Paraguay, venidos a Roma para “ ver a Pedro ”, hacerle partícipe de vuestras alegrías y de vuestra solicitud en la evangelización del Pueblo de Dios a vosotros encomendado, y fortalecer los vínculos de caridad entre vuestras respectivas sedes y la del Sucesor de Pedro. 

Estos momentos de comunión revitalizada que pasamos juntos, después del encuentro individual tenido con cada uno de vosotros, me ofrece la oportunidad de dar gracias a Dios por la concordia que reina entre vosotros y que se irradia benéficamente en el contacto con vuestros sacerdotes, con los otros agentes de la pastoral, sobre todo religiosos, y con los fieles. Os expreso por ello mi complacencia y pido al Señor que, como fruto de este encuentro con quien ha sido puesto como centro y garantía de comunión con Cristo, vuestra unidad de sentimientos y voluntades se vea perfeccionada y robustecida para bien de la Iglesia en vuestro País. 

Si mantenéis esa comunión fraterna, vosotros y vuestras comunidades cristianas, podréis afrontar con mayor facilidad y provecho los retos que se os imponen en el momento actual y que se traslucen de las relaciones que habéis presentado para esta visita “ad Limina”. 

Sé que uno de los puntos que más os preocupa en vuestra tarea pastoral es el de la moralización de la vida pública, familiar e individual. A ello estáis dedicando vuestros esfuerzos personales y también como Conferencia Episcopal. Sabed que estoy con vosotros y aliento este vuestro trabajo, encaminado a preservar, restablecer y consolidar el sentido moral en las conciencias, para que la ley de Dios y la honestidad rijan las relaciones sociales y familiares, así como el comportamiento privado de las personas. 

Es un capítulo de suma importancia, ya que sin el cultivo práctico de los valores de una auténtica integridad moral se desmoronan las bases sólidas de la convivencia y se degrada el tenor de vida de los ciudadanos. 

Particular atención deberéis seguir prestando a una adecuada pastoral familiar, garantía de eficacia para conseguir una recta conducta en vuestros fieles. Es bien sabido, en efecto, que donde la familia es sana, toda la sociedad recibe su benéfico influjo. Precisamente de una reconocida carencia de valores, genuinamente humanos y cristianos, derivan tantos de los males que aquejan a la juventud de hoy. Es otro de los capítulos, el de la juventud, al que sé queréis dedicar ulteriores cuidados especiales, porque de ello depende el futuro de la Iglesia como el de la sociedad. 

Finalmente, unas palabras acerca de otro punto que ocupa puesto destacado en vuestras preocupaciones: el problema de las vocaciones a la vida consagrada. Conozco la situación de penuria de sacerdotes, sobre todo nativos, que sufren vuestras Iglesias. Pero junto a ello me alegra notar el prometedor aumento de vocaciones que se va percibiendo ahora. Si en todas las facetas de la evangelización debéis comprometeros generosamente vosotros y vuestras comunidades cristianas, es en la búsqueda, en la esmerada preparación y en el esfuerzo por la perseverancia de las vocaciones, en lo que os pido agotéis vuestras mejores energías. Vale la pena consagrar a ello toda solicitud y desvelo. Hacedlo vosotros y pedid a las almas consagradas – sobre todo a las de vida contemplativa – así como a los seglares de mayor sensibilidad espiritual, que pidan al dueño de la mies que mande obreros a ella. 

Amados Hermanos! Estas reflexiones sobre temas tan importantes para vuestras comunidades brotan del amor que nos vincula a cada miembro de las mismas. Al volver a vuestras sedes, decid sobre todo a los sacerdotes y a las almas consagradas que el Papa los alienta en su fidelidad a Cristo y a su Iglesia, y los tiene presentes en la plegaria cotidiana. Que la Virgen de Caacupé os asista en vuestros esfuerzos, os consuele y os conduzca a su Hijo, el Salvador. 

Con gran afecto, os doy mi Bendición, que os ruego transmitáis a todos vuestros diocesanos. 

 



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