VIAJE APOSTÓLICO A IRLANDA
(29 DE SEPTIEMBRE - 1 DE OCTUBRE)
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS PRESENTES EN DUBLÍN
Sábado 29 de septiembre de 1979
Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
El hecho de que muchos de vosotros hayáis venido de diferentes países a compartir conmigo los distintos momentos de mi visita, es un tributo a Irlanda y a vosotros mismos, porque ello da fe de que os sentís unidos al Obispo de Roma en su "solicitud por todas las Iglesias" (2 Cor 11, 28), y al mismo tiempo muestra que queréis honrar la fe de la Iglesia de Irlanda.
Porque, ¿no es, acaso, verdad que las comunidades cristianas que vosotros representáis tienen una deuda de gratitud que pagar a la Iglesia de Irlanda? Vosotros, que procedéis de otras naciones europeas, os sentís relacionados de manera muy especial con el pueblo que engendró tantos y tan grandes misioneros, los cuales en los siglos pasados viajaron infatigablemente por montañas y ríos, y a través de los llanos de Europa, para sostener la fe cuando ésta flaqueaba, para revitalizar las comunidades cristianas y predicar la Palabra del Señor. La vitalidad de la Iglesia de Irlanda hizo posible el establecimiento de muchas de vuestras comunidades. Peregrinari pro Christo: ser un viajero, un peregrino por Cristo, fue la razón que les movió a dejar su querida tierra natal; y la Iglesia cobró nueva vida con su caminar.
Fuera del continente, los emigrantes irlandeses, sacerdotes y misioneros, fueron luego fundadores de nuevas diócesis y parroquias, constructores de iglesias y escuelas, y su fe consiguió, a veces contra abrumadoras dificultades, llevar a Cristo a nuevas regiones e imbuir a las nuevas comunidades del mismo amor indiviso a Jesús y a su Madre, y de una lealtad y afecto a la Sede Apostólica de Roma, como la que ellos habían conocido en su patria.
Cuando reflexionamos sobre estas realidades históricas y cuando todos juntos somos testigos durante esta visita de la piedad, la fe y la vitalidad de la Iglesia irlandesa, no podemos por menos de sentirnos dichosos por estos momentos. Vuestra presencia aquí será, a su vez, un estímulo para el Episcopado irlandés y para los cristianos irlandeses, puesto que viéndoos reunidos en torno al Obispo de Roma, se darán cuenta de que todo el Collegium Episcopale apoya a los Pastores locales y asume su parte de responsabilidad en favor de la Iglesia de Irlanda. Expresad vuestro amor por Irlanda y vuestra estima por el lugar de Irlanda en la Iglesia, rogando por un pronto retorno de la paz a esta bella isla. Guiad a vuestro pueblo fiel en esta diligente e incansable plegaria al Príncipe de la Paz, a través de la intercesión de María, Reina de la Paz.
Cuando la gente de este amadísimo país os vea, reunidos junto con los obispos irlandeses alrededor del Obispo de Roma, serán testigos de esta especial unión que constituye el alma de la colegialidad episcopal, una unión de mentes y corazones, una unión de misión y dedicación en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Es esta profunda unión, esta sincera "comunión" la que confiere profundidad y sentido al concepto de colegialidad y le lleva más allá de una mera colaboración práctica o un consenso de opiniones. Se convierte entonces en un vínculo que une verdaderamente a los obispos del mundo entero con el Sucesor de Pedro y entre ellos mismos, para llevar a cabo cum Petro et sub Petro el ministerio apostólico que el Señor confió a los Doce. El hecho de conocer que tales son los sentimientos que animan vuestra presencia aquí conmigo, no sólo me es causa de satisfacción, sino también mes anima en mi ministerio pastoral único y universal.
De esta unión entre todos los obispos dimanarán en adelante para cada comunidad eclesial y para la Iglesia toda, frutos abundantes de unidad y comunión entre todos los fieles y con sus obispos, así como con la Cabeza visible de la Iglesia universal.
Gracias por compartir conmigo el privilegio y la gracia sobrenatural de esta visita. Que el Señor Jesús os bendiga a vosotros y a vuestras diócesis con frutos cada vez más abundantes de unión de alma y corazón, y que cada cristiano dondequiera que esté, y la Iglesia de Dios toda, se conviertan cada vez más en signo y presencia de esperanza para toda la humanidad.
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